El Real Madrid ha dejado de bordear la ineficacia para bordarla. Es una conclusión diáfana de las últimas semanas: un equipo que dilapida su dominio en acciones inútiles, algunas veces preciosistas, que no encuentran el destino para el que son creadas. Cuando se une el desorden, el equipo se vuelve vulnerable ante cualquiera, pues el método y el vigor se dan por supuestos en el fútbol de hoy día. Aunque el rival -digno, muy digno, el Alcoyano – sea un Segunda B.
Porque a estas alturas todos los equipos españoles, me atrevería decir que mundiales, saben cómo se desenvuelve el Real Madrid, al que también se le detecta cierta carencia de carácter. No absoluta, pero inexcusable en este club y en circunstancias adversas. Ayer, las voces del Alcoyano acallaron las de los madridistas, tan romos como mudos. Una laguna garrafal en esta etapa inconsistente, pues con la palabra, aunque sea gritada, también se transmiten confianza y serenidad.
Zidane puso en juego una mezcla de futbolistas inéditos, intermitentes y titulares que calcó las actitudes de los consagrados. El técnico francés dio una muestra notable de sus querencias y de su particular vara de medir cuando sustituyó en el minuto 66 a Mariano, que peleó, golpeó, corrió y remató lo poco que le cayó en suerte. Un esfuerzo denodado, inservible para jugar un partido entero. Fue reemplazado por el favorito del jerarca, Benzema, que tuvo el mismo acierto cara al gol.
Un fallo de organización defensiva - un despiste de lo que queda del jugador vibrante que fue Vinicius Júnior – desembocó en el empate y en un progresivo goteo de los habituales madridistas, que siguieron en sus trece. Más lúcidos, pero igual de inoperantes, dieron vida a alguna oportunidad propia y del rival, que fue la que se concretó ante la exultación de unos y el pasmo de otros.
Cierto que la Copa nunca fue, históricamente, un objetivo prioritario del Real Madrid, más ocupado en la de Europa y en la Liga. Pero tampoco es cuestión de regalarla junto con el prestigio en épocas de carestía. Antes se perdía con el Atlético, el Athletic o el Barça. Entre los últimos verdugos se encuentran el Alcorcón, el Leganés y el Alcoyano. No todas las derrotas son iguales, ni castigan el honor de la misma forma.
Y tampoco debería despreciarse el hecho de que la eliminación propia ayuda a enriquecer el palmarés de los vecinos. Podría haber una explicación en sacrificar los trofeos menores en favor de las mayores, pero en época de vacas flacas la fuerza de este argumento se diluye. Y al fondo o en primer plano de la escena, como guste cada cual, Zidane, el negacionista, que después de cada tropiezo o tropezón nos cuenta una historia digna de cualquier ministro de estos tiempos.