No era un derbi como cualquier otro, pero tampoco fue un derbi singular: tablas por doquier, tanto en el marcador como en las maniobras de Simeone y Zidane. Y hasta en las señas de identidad, pues desde el comienzo estuvo marcado por el carácter de ambos equipos, que casi nacieron al unísono con cimientos y visiones en las antípodas. Los rojiblancos, atléticos y presionantes; los blancos, exquisitos e irreductibles. Los primeros dominaron durante setenta minutos, insuficiente ante quienes luchan hasta el final con la calidad presta para solucionar partidos.
Desde que llegó, el Atlético de Madrid se encomienda al doctrinal de Simeone, inalterable en su resolución como la fórmula del ácido sulfúrico. No importa lo que ocurra, el equipo termina refugiándose en su propia área. Una postura táctica, volitiva, que dio su fruto en otros tiempos, pero que hoy está dando emoción a la liga. Y, por supuesto, mal envite contra el Madrid de Zidane, que tantas veces ha demostrado ser un equipo de momentos.
Justo es señalar que el Atlético fue el dueño del encuentro hasta que dejó de atosigar al Madrid en su propio campo. Como justo es manifestar la proverbial capacidad de los madridistas de resurgir de los momentos más opresivos, en los que el equipo se desteje con la facilidad con la que un niño travieso deshace una prenda a medio hacer.
Acaso, porque Zidane acertó con los cambios, y Simeone, no. A partir de ellos los que antes retrocedían ahora progresaban y viceversa. Contando lo sucedido con protagonistas, Vinicius y Valverde dieron consistencia física a su equipo, la que perdieron sus rivales con la entrada de Saúl y Joao Félix.
El comienzo del encuentro fue el calco inverso del partido de ida en Valdebebas. Los rojiblancos presionaron tanto, que, valga como imagen, hasta en ocasiones hubo tres atléticos en el área rival intentando que Courtois no sacara el balón. Con más hombres en el centro del campo, castigó al Madrid donde más le duele, en la zona de creación, al tiempo que Carrasco y Marcos Llorente no tenían quienes les marcaran y seccionaban la defensa madridista.
La actitud de los jugadores blancos en el primer tiempo fue tan impropia como difícil de comprender ante la trascendencia de la ocasión. Hay encuentros que se ganan antes de que comiencen, y el Atlético de Madrid estuvo a punto de hacerlo, más ordenado tácticamente, pero, sobre todo, emocionalmente. En cambio, los madridistas, estáticos, lentos, con algún despiste inenarrable y, la mayoría, espesos como la jungla amazónica.
El infortunio atlético vino de no conseguir ningún gol más en las muchas ocasiones que generó. Por el contrario, el Real Madrid se recompone con la facilidad con la que se disuelve, una característica extraña en un equipo de fútbol, pero que la hemos comprobado en multitud de ocasiones. Basta con que Modric y Kroos entren en juego, para que las ocasiones fluyan. A veces, la simplicidad explica el éxito. Y a tenor de las caras de unos y otros cuando el árbitro señaló el final, los blancos entendieron que el empate en el minuto ochenta y ocho lo era. Como siempre, siguen confiando en sí mismos.