El deporte es vibrátil, cambiante, sorprendente. Hace unos meses, pocos hubieran aventurado que los hombres de Zidane estarían en cuartos de la Champions y los de Laso persiguiendo con denuedo los de la Euroliga. No sólo los resultados, también las señales que ambos equipos transmiten envían sensaciones diferentes: la incalculable y sustancial diferencia entre la confianza y la ansiedad.
Benzema y compañía cerraron una semana con la recompensa de la tranquilidad. La victoria ante el Celta ratificó el momento emocional, confiado, del equipo. Ese tránsito calmado y talentoso por los encuentros que cuenta a sus rivales que el Madrid de la estocada rápida y letal ha vuelto. No importa lo que pase en el partido, los madridistas maniobran con una aleación de autosuficiencia y contundencia, con brotes de genialidad que desamparan al rival.
Le ocurrió al Elche, al Atalanta y, el último, al Celta. El Madrid se presentaba en Balaídos con el convencimiento de cerrar un buen partido. Durante treinta minutos encandiló a cualquier espectador, incluidos futbolistas celtistas, que se dedicaron a contemplar la técnica y la puntería de sus rivales. Cuando quiso reaccionar, con empeño y clase, el partido ya tenía dueño. El reloj marcaba media hora de confrontación.
El Real Madrid tiene un equipo con una mano de jugadores entre los mejores del mundo. Son los que le regalan el poderío instantáneo, la resolución imprevista, la contundencia citada. A su lado, unos jóvenes-veteranos con oficio y otros en atractivo proceso de ebullición. Con ellos obtiene la solidez, por un lado; la imaginación y la sorpresa, por otro.
Quizás sea Vinicius el relámpago que mejor encarne esta dicotomía. Alcanzó 35 km/hora con el balón por la banda para terminar centrando al vacío. Sin embargo, no tengo duda de que su continuo bullir y sus maravillas desconcertantes abren espacios y descolocan, además de a Benzema, a la defensa rival, incapaz de adivinar lo que sobrevendrá.
A los hombres de Laso les ocurre casi lo contrario de lo que estamos contando. Han perdido a la mayoría de los jugadores diferenciales. Por centrarnos en esta temporada: Campazzo, Llull, Rudy y Randolph. Con los tres primeros y la decadencia inevitable de Felipe Reyes, también se ha esfumado parte del carácter del equipo. Quedan jugadores muy brillantes y de mucho peso, pero no tienen la inmensa capacidad de transmitir emociones que poseen los citados.
Aún con la pérdida de calidad y carácter, el Real Madrid se ha batido con enorme dignidad, muy cerca de ellos, contra el F.C. Barcelona y con el CSKA, a los que ha obligado a desempeñar su mejor baloncesto. Nadie les puede negar su entrega desmedida y su lucha hasta el último segundo. Y el equipo sigue mejorando tras la recuperación de Thompkins y Carroll, aunque, apenas tiene ya margen de seguridad.