Con una responsabilidad diluida entre el jugador y el club, la lesión del capitán del Real Madrid es, asimismo, un síntoma grave de la voracidad mercantil del fútbol moderno. En vísperas de una semana de gran relevancia para la entidad, el episodio de Sergio Ramos encierra elementos pintorescos, casi propios de la novela picaresca española, en los que los personajes en busca de fortuna son castigados por el determinismo inapelable del destino.
El errático desempeño del central madridista con su equipo tras la vuelta de la operación de rodilla, aconsejaba una estancia calmada en las instalaciones blancas, una rehabilitación profunda y cabal para poner a punto a un jugador clave. El resultado final de la decisión contraria ya lo conocemos: Ramos no estará con su equipo en una fase fundamental de la temporada, aunque quizás consiga una ¿marca? ¿distinción? (disculpen ustedes, pero no sé cómo llamarlo) individual y aleatoria al superar algún día a Hassan Ahmed tras haber superado a Claudio Suárez.
Desde principios de este siglo, a imagen y semejanza del mercado estadounidense, los estamentos futbolísticos decidieron añadir más ingredientes al pastel económico. Premios, clasificaciones individuales y estadísticas que antes quedaban en un anecdótico segundo plano. Dicho de otro modo, que el Balón de Oro fuera George Weah o Matthias Summer nos importaba un comino.
En cambio, en la actualidad estos festejos han devenido en objeto de reclamo mercadotécnico, alimentado por los intereses de las marcas y los medios, del que todos -jugadores, clubs, federaciones, agentes, etc. - sacan tajada. Disculpen mi atrevimiento todos ellos, pero, en contra de esta corriente festiva, este humilde escribidor sostiene la misma opinión acerca de estos premios-eventos que Woody Allen de los Óscar.
Si al director neoyorquino no le gusta la idea de premiar películas cuya producción no tiene un fin competitivo, también parece contra natura otorgar distinciones excluyentes, privativas, en deportes de equipo: desde que el fútbol es fútbol, el objeto del juego es la victoria sobre sus rivales, no el lucimiento individual. Además, resaltar las actuaciones particulares redunda en el menoscabo de quienes han sido parte fundamental del brillo de los más aparentes en apartados parciales del juego.
Pero, en fin, así funciona el tinglado moderno, con sus consecuencias generosas o gravosas en función de cómo les vaya la feria. Ojalá al Real Madrid le vaya tan bien que olvide la consecuencia de Ramos y pueda contar otro triunfo europeo. El equipo de la ciudad de los Beatles tal vez no se encuentre a la altura de otras temporadas, sin embargo, no olvidemos que la Champions transforma a muchos equipos; al Madrid, el primero, y, quizás, al Liverpool, después.
Más definitiva es aún la semana para el Real Madrid de baloncesto. Para depender de sí mismo en el futuro de la Euroliga necesita superar al Fenerbahçe en Estambul, el equipo más regular de los últimos quince partidos. En principio, Vesely no jugará y De Colo tiene molestias en una rodilla, aunque ya veremos quién está en la cancha cuando el árbitro lance el balón arriba. Una misión complicada para el equipo de Laso, limitado por unas carencias van salpicando constantemente la irregular marcha de un equipo esforzado que se resiste a refugiarse en las excusas.