Tras una recta final en la que recobró el vigor de la primera vuelta, el Atlético, por fin, consiguió un título que acariciaba desde hacía meses. Una temporada larga, con un bache profundo, del que el equipo salió con la entereza que ha mostrado uno de sus emblemas, de sus fundamentos: Marcos Llorente. Un jugador vertebral, símbolo concreto de una manera de entender el fútbol. La manera del Atlético de Simeone.
Lo imprevisto marcó su carrera rojiblanca. Una actuación en Anfield asombrosa, súbita, decisiva, reveló perfiles ocultos que despejaron las incógnitas de su fichaje y de la mente de Simeone. Había tropezado con una solución para un futbolista entregado al que no encontraba hueco en su alineación jerarquizada.
Marcos encajó con paciencia y humildad el purgatorio de Simeone, un líder que somete a pruebas extenuantes -físicas y emocionales - a los recién llegados para confirmar su valía, para comprimir su dureza. Lo pasaron Griezmann y Carrasco; Joao Félix continúa en el fuego del proceso y Vitolo no encuentra la salida del laberinto.
A pesar de su tiempo en el banquillo, Marcos absorbía los entrenamientos sin rechistar, también del profe Ortega. Sus primeros tiempos fueron duros, pues vio alejarse la titularidad esperada. Pero supo convertir su frustración en energía para continuar trabajando.
Su persistencia y generosidad convencieron a un entrenador exigente para que lo incluyera en su jerarquía. De manera paulatina, pero definitiva, su flexibilidad se concretó como su especialidad. Su condición de jugador diferente, presente siempre en las ideas del entrenador atlético.
Tras la sombría pausa de la pandemia, Marcos continuó su racha de buen juego y goles que había comenzado frente al Liverpool. Su polivalencia empezaba a mostrarse sólida; capaz, asimismo, de apuntalar la defensa como medio centro y hasta de carrilero. Un jugador inusual, difícil de encontrar, que fue el máximo recuperador de la Liga hace unas temporadas con el Alavés, y que, este curso, ha marcado 12 goles y repartido 11 asistencias.
Acostumbrado a un concierto de variaciones tácticas en cada encuentro, Simeone ha encontrado a un jugador que coincide con su esencia: el trabajo a destajo y la adaptabilidad. Una plasticidad inusual que el entrenador modela según el momento, pues lo mismo teje su equipo que, en una ráfaga, desteje el contrario.
Así se ha convertido en una pieza vital, angular, de este Atlético, que ha recobrado en la recta final el vigor de la primera vuelta. El club ha encontrado un nuevo referente, un futbolista educado, casi modélico. Una persona tranquila, sensata, trabajadora, que se deja querer, y que lanza de forma callada su mensaje a los demás. La ejemplaridad, tan necesaria en los equipos, tan retadora para el resto.