Quizás España sea el mejor equipo de la Eurocopa, áreas aparte. Su dominio estadístico es abrumador, extremo. Pero ni siquiera en el desarrollo de la teoría del juego buscado logramos ganar los partidos. Jugamos bien, rematamos mal. Polonia tiene mucho menos que nosotros, o mucho más, según se mire: tiene a Lewandowski.
Luis Enrique es un entrenador concienzudo, en busca de la verdad de su concepción. Prepara y mecaniza los movimientos en cada zona del campo, en los enlaces de líneas. Y coloca a los jugadores adecuados. Pero el fútbol es ese deporte en el que lo decisivo es lo más difícil de entrenar: el gol.
No obstante, el partido frente a Polonia comenzó con buenas sensaciones. Siguiendo las directrices del fútbol de orfebrería, labrado con detalle y parsimonia, España se enraizó en el césped de forma paulatina hasta plantarse con firmeza; hasta cimentarse con una posesión apabullante.
Tras el asentamiento, nuestro equipo comenzó a generar peligro. En especial, cuando el dominio se extendió hacia las bandas, primero por la derecha. Gerard conoce el fútbol y Marcos Llorente lo corre, y, muchas veces, lo templa. Y más tarde, por la izquierda del fulgurante de Jordi Alba.
Tanto se sucedieron las ocasiones que terminó por ocurrir lo mejor para los intereses españoles: que marcara Morata. Su compromiso con el equipo merece este reconocimiento expreso, un delantero que corre para defender con el ahínco que otros sólo emplean para marcar.
En una misma acción, Morata robó y remató. Y se abrazó con Luis Enrique con la normalidad de dos compadres. El desahogo de una presión que no debería ser sólo suya. Pues le llegó de forma injusta a uno de los goleadores más certeros de la selección, con mejor porcentaje goleador, por ejemplo, que Raúl, Butragueño y Torres.
La alegría se quebró tras el descanso. Lewandowski, el temido, quiso darnos la razón. El delantero del Bayern no es un fabricador de goles, pero es un cazador implacable de buenos pases, un carroñero de los balones que no quiere nadie; que aprovecha hasta los últimos deshechos de las jugadas. Perdonó el primer rechace claro, pero le bastó un buen centro para empatar y enviar al partido al desorden.
Por momentos, el equipo español abandonó su ortodoxia, mientras los polacos se lanzaron a ensuciar el partido con dureza fuera de lugar. Sin embargo, Luis Enrique maniobró para redirigir el rumbo, extraviado por la ansiedad del marcador y la reacción rival. De forma paulatina, España volvió al sentido, a los hábitos de su lógica.
Sin embargo, la frescura ya no era la misma, y con el equipo más volcado hacia delante por las bandas, la superficie libre para los polacos cada vez era mayor. Pero los nuestros recobraron la cordura – ¡y hasta fallaron un penalti! – en unos minutos de vuelta a lo buscado. Hasta que desfallecieron.
Ni siquiera muchas ocasiones ni la posesión abusiva son suficientes. Demasiados fallos en las áreas, demasiado tiempo en áreas movedizas.