Quién nos iba a decir que el episodio del burofax no sería el más desagradable para los aficionados culés con respecto a Messi. Sólo un año después, el astro argentino deja el Barcelona y lo hace, según reza el comunicado del club, porque económica y normativamente su inscripción resultaba del todo inviable.
En realidad, estudiando las maltrechas cuentas blaugranas, que anuncian pérdidas por importe de 487 millones, y la normativa relativa al control económico de LaLiga, resultaba sencillo colegir que la continuidad de Messi era un milagro casi comparable al de su envidiable carrera futbolística.
El Barça sobrepasaba por mucho el límite salarial que le concede LaLiga y para inscribir nuevos jugadores precisaba generar ahorros cuatro veces superiores al coste de los jugadores inscritos. Sin duda, la situación venía heredada de la pésima gestión de la junta de Bartomeu, pero las primeras decisiones de Laporta no pudieron ser más contraproducentes: fichar cuatro jugadores antes de certificar salidas y de cerrar la renovación de Messi, suponía una losa adicional y venía provocada por la precipitación.
Entonces, Laporta se encontró con un Messi que no quería renunciar a ningún euro del contrato más lucrativo de la historia del deporte. Contrato que se había extendido de 2017 a 2021 y que le procuraba 555 millones de euros. Para salvar este gran obstáculo, Laporta no dudó en buscar fórmulas imaginativas: por dos años de fútbol, Laporta estaba dispuesto a darle un contrato de cinco que igualaría lo que venía cobrando. Un contrato que LaLiga podría rechazar al suponer un evidente fraude de ley cuyo objetivo era eludir el control estipulado.
Además de ello, Laporta con la losa de los cuatro fichajes ya comprometidos e hipotecado por sus promesas electorales, tenía que dar salida a jugadores con contratos mastodónticos, cantidades muy grandes pendientes de amortizar y rendimiento deportivo muy dudoso. El mercado le dijo que no a Laporta y los pesos pesados del vestuario tampoco estaban dispuestos a hacer una rebaja salarial para seguir pagándole lo mismo a Messi e inscribir a los nuevos jugadores.
Sin embargo, la rueda de prensa de Laporta nos dejó como última imagen la de un presidente adulto y cabal. Ante el caramelo envenenado del acuerdo con CVC que suponía pan para hoy y hambre para mañana, Joan eligió no malvender patrimonio a pesar de que eso suponía el adiós definitivo a su estrella.
Una decisión muy dolorosa a corto plazo, pero que le genera al Barça la posibilidad de empezar a construir su futuro. Un futuro que en el corto plazo estará marcado por una situación económica dramática, pero que también debería demostrar que el club catalán está por encima del mejor jugador de su historia que, con 34 años, ya ha jugado los mejores 100 partidos de su carrera.
Siempre nos quedará la duda de cuándo Laporta descubrió que la continuidad de Messi era imposible, de cuánto hubo de inversión en un relato que trata de dejar como malo de la película a LaLiga, cuando en realidad no hay malos en esta película, sólo una gran historia con un amargo final.