Desde tiempo inveterado, el Madrid se quiebra en su desorden. De manera irreversible, cíclica y traumática, como si fuera esencial a la causa, las lagunas defensivas acorralan al equipo y a las decisiones del técnico de turno. Y hoy tenemos al club sumido en la penúltima crisis por la vocación irrenunciable de un equipo que ha de jugar al ataque de forma desbocada.
Pero quizás por esa exigencia de ganar siempre, de plantear oleadas ofensivas sin control, a la desesperada, es único su palmarés como es único el planteamiento de su afición, que no admite medias tintas.
Desde que uno tiene cierto criterio, la llegada de un central que apuntalara el esquema defensivo se convirtió en una asignatura pendiente. Nombres como Spasic, Ruggeri, Rocha, Cannavaro, fichados con reputación sobresaliente, no solventaron una cuestión endémica. Ni siquiera una pareja de dos campeones del mundo Ramos-Varane dio regularidad a la línea defensiva, si hemos de atender a las ligas ganadas durante su mandato.
Volvemos a estar en las mismas, presos del bucle, tras unas primeras jornadas esperanzadoras. El poder goleador enmascaró una carencia ahora latente. Sin laterales que ejerzan su función, Ancelotti mezcla en busca de la fórmula exitosa sin encontrarla. Lo que es peor, termina por desbaratar el medio campo.
Los síntomas de la endeblez defensiva son nítidos, y, como suele ocurrir, afectan a todas las líneas. La presión se rasga con pases filtrados con pasmosa facilidad, y los jugadores se desubican tanto con la circulación contraria del balón como con las cargas ofensivas, enérgicas y anárquicas. Con notoriedad, el posicionamiento se resquebraja sin cumplir su función de contención.
El trabajo intenso se torna imprescindible. En este deporte moderno y digital, repetir fallos es regalar situaciones, y por lo visto frente al Espanyol, partidos. Hoy, los técnicos emplean una buena parte de las horas de su trabajo en poner la lupa y hasta el microscopio sobre los movimientos rivales. Se aprenden los exitosos para la mejora y se subrayan los desaciertos para usarlos como armas tácticas en los enfrentamientos.
Vayamos a lo positivo. La trayectoria de los equipos en formación nunca es lineal e inmediata, según los teóricos del ámbito. Lo lógico y habitual es que tras el comienzo pleno de energía aparezcan los desarreglos propios del escaso tiempo de adaptación, al ritmo que el desconcierto se apodera de los jugadores. Estamos en una fase natural.
Y los mimbres son espléndidos. Jugadores con experiencia se mezclan con futbolistas jóvenes -y no tan jóvenes- rápidos, potentes, propios del fútbol de élite moderno. Benzema, por su parte, sigue exhibiendo un repertorio inalcanzable para el resto, una exquisitez exclusiva acompañada por la garra clásica madridista. Incluso Hazard aparece con mejor tono físico.
No seamos, pues, drásticos. La temporada acaba de empezar y lo decisivo ya sabemos que sucede a partir de febrero.