El deporte femenino de Estados Unidos ha vuelto a recibir otro golpe al mentón que ha hecho tambalearse su estabilidad por completo. De nuevo, otro escándalo que ha servido para ponerle en el centro de todas las miradas y de todas las críticas con nuevos casos de abusos sexuales contra deportistas.
Esta lacra que persigue de manera sistemática al deporte estadounidense trasciende más allá de cualquier disciplina. Da igual en qué ámbito se dirijan las miradas, si natación, gimnasia o fútbol, porque los casos de acoso y abuso contra deportistas aparecen como un mal endémico. La desgracia con la que muchas atletas tienen que sobrevivir se ha convertido en el gran secreto de sus vidas.
Y es que así funciona el sistema que esconde todo tipo de atrocidades, aprovechándose de la dependencia que tienen las deportistas de sus puestos y de sus sueldos, los cuales casi siempre cuelgan de hilos de hombres que se aprovechan de su poder para cometer este tipo de delitos. Ellos siempre tienen la seguridad que les da el poder y la fortaleza que les da su posición frente a la debilidad de las demandantes.
El escándalo de Riley
Los últimos ejemplos de este tipo de casos se han podido vivir en la Nation Women Soccer League. No son ni mucho menos los primeros, pero quizás sí los que más ruido han generado. El último se trata de las denuncias que pesan ahora contra Paul Riley, exentrenador del equipo de North Carolina Courage. El técnico fue cesado de inmediato hace unos días tras conocerse los casos de abusos cometidos contra dos exfutbolistas, Sinead Farrelly y Mana Shim, que provocaron la suspensión de todos los partidos de la pasada jornada.
Estas dos futbolistas aseguran haber sufrido abusos tanto verbales como sexuales por parte de un técnico que ya contaba con un amplio historial de escándalos y que ahora ha sumado episodios que son realmente lamentables. Según las acusaciones que pesan sobre él, Paul Riley obligó a una de sus exjugadoras a mantener relaciones con él, mientras que a otras futbolistas les obligaba a besarse o les enviaba fotografías y mensajes obscenos sin su consentimiento.
A esto se une a un largo historial de acusaciones por abusos, acosos y malos tratos verbales dentro de sus conductas habituales de entrenamientos marcados por los fuertes gritos y las amenazas. Para añadir más gravedad al asunto, Paul Riley ya había sido despedido de otro club, los Portland Thorns, en el año 2015 por violar las políticas del club. Sin embargo, aquella investigación quedó aparcada por la propia NWSL a pesar de que algunas jugadoras ya habían manifestado acusaciones contra el técnico, que salió limpio y sin consecuencias.
Casos en la NWSL
La gravedad del asunto protagonizado por Paul Riley, a pesar de que parece haber cambiado algo en la Liga Nacional de Fútbol Femenino de los Estados Unidos, no es ni mucho menos un episodio que sea nuevo ni aislado. Tan solo unos días antes se producía el despido de otro entrenador, Richie Burke, de los Washington Spirit, tras llevarse a cabo una investigación interna en la que se confirmaron varios casos similares a los ahora protagonizados por Riley.
En esa ocasión, fueron varias jugadoras de su equipo las que definieron sus comportamientos como abusivos. Sin embargo, el caso de Burke es incluso más grave que el de Riley, ya que su despido solo llegó cuando el caso apareció en la prensa tras un reportaje realizado por el Washington Post. Antes, Burke había sido acusado sin consecuencias por varias jugadoras menores de edad sobre las que utilizaba un lenguaje abusivo.
Otro caso anterior al de Richie Burke fue el protagonizado por Christian Holly, también despedido del Racing Louisville FC en unas condiciones muy similares a las protagonizadas por Burke, ya que fue la aparición en un medio local de las denuncias de varias jugadoras lo que hizo movilizarse a la entidad. Según sus acusaciones, estaban hartas de trabajar y convivir bajo una atmósfera abusiva.
Sus nombres se unen también al del polémico Farid Benstiti, que dimitió de su cargo como entrenador del OL Reign tras recibir acusaciones de abusos por parte de una jugadora que llegó a quejarse de estas conductas incluso a los directivos del club. Todos estos casos tienen en común varios puntos. No solo el ejercicio de autoridad de hombres, en este caso entrenadores, sobre mujeres, sus futbolistas, sino la falta de acción de la NWSL para proteger a quienes además son su producto, las jugadoras.
Tras el escándalo de Paul Riley, se ha producido la caída también de Lisa Baird, encargada de suspender la última jornada pasada en su función de comisionada, a la cual ha renunciado tras verse implicada en el caso. Lisa no solo ha tenido que dejar su puesto en la NWSL, sino también su función de miembro de la junta directiva de la USSF al verse implicada en diferentes investigaciones.
Estos escándalos que se ha producido de manera sistemática en la mejor liga de fútbol de Estados Unidos se encuentran también con frecuencia en divisiones menores, especialmente universitarias, donde según informes específicos hasta un 25% de las chicas afirman haber tenido algún episodio de acoso o abuso con personalidades importantes de los centros, ya sean entrenadores o jóvenes estrellas.
Víctimas del control
En la mayoría de estos casos, el denominador común que marca el rumbo de estas investigaciones no es otro que el control que ejercen las figuras de poder, en su mayoría hombres, sobre las deportistas. Ya sean directivos, miembros de la competición o entrenadores, siempre encuentran el punto débil para realizar presión sobre las jugadoras o para conseguir su silencio.
En la mayoría de casos, son víctimas de la debilidad contractual a la que se enfrentan muchas futbolistas cuyos salarios son realmente bajos, firmados por convenio incluso por debajo del mínimo interprofesional que registran otros cargos y profesiones. La mayoría de informes de las diferentes asociaciones de deportistas establecen que tres cuartas partes de las jugadoras de la primera división cobran 30.000 dólares o menos.
Esto provoca que tengan miedo a la hora de hablar por no perder sus precarios contratos, los cuales tienen fijados unos salarios mínimos de 22.000 dólares anuales. Además, viven con el miedo de saber que por motivos contractuales pueden ser despedidas en cualquier momento que el entrenador lo considere oportuno, por lo que realizar acusaciones contra ellos, sabiendo que el apoyo va a ser nulo, no es la mejor manera de garantizarse la continuidad en el equipo o más oportunidades de tener minutos.
Además, aquellas jugadoras que sí gozan de unas mejores condiciones salariales por su virtud de ser estrellas del balompié e incluso jugadoras de la selección nacional de Estados Unidos, tampoco pueden apoderarse de las causas perdidas de sus compañeras al tener vetado por contrato manifestarse sobre este tipo de asuntos.
Precisamente las jugadoras del equipo nacional fueron víctimas de esta psicosis del control, aunque de otro tipo, durante la celebración de la Copa del Mundo del año 2019 en las cuales salieron vencedoras. Allí, el cuerpo técnico dirigido por Jill Ellis, puso en marcha un innovador programa de control sanitario para conocer hasta la situación del periodo de menstruación de sus jugadoras.
Amparados en la prevención de lesiones y en el control del rendimiento deportivo para la llegada al éxito, se sobrepasaron algunos límites de privacidad e intimidad que pasaron factura a determinadas jugadoras de aquella selección nacional. No obstante, se consiguió el objetivo de levantar el título.
Pero así es como funciona el sistema en el deporte estadounidense, ya sea en el fútbol o en cualquier otro deporte, mediante la política del miedo y la presión sobre los eslavones más débiles de una cadena que necesitan de sus contratos para seguir con sus vidas y que tienen medio a denunciar por no ser escuchadas y simplemente encontrar el final de sus carreras profesionales.
Estados Unidos, bajo sospecha
El caso de los abusos y acosos en la National Women Soccer League es el último episodio dentro del inmenso y negro expediente que tiene el deporte estadounidense. En su interior se esconden las páginas más terribles y terroríficas, acciones contra deportistas y que ya han dejado al descubierto algunos escándalos que han hecho estremecerse los cimientos del deporte americano.
Por encima del fútbol se sitúan otros deportes que históricamente han estado señalados por este tipo de casos como son la gimnasia o la natación. Deportistas de la talla de Simone Biles han llegado a asegurar que si sus propios hijos les pidieran dedicarse a la gimnasia, se lo prohibirían, ya que ni la gimnasta más laureada de su historia puede confiar en una federación nacional que ha escondido casos, no se ha responsabilizado de los delitos y no ha trabajado para evitar que se produzcan nuevos incidentes.
El punto más negro de su historia, y el cual será difícil de superar, es el de Larry Nassar, el monstruo de la gimnasia estadounidense, conocido por sus múltiples casos de abusos en su función de médico del equipo olímpico de la federación. Las primeras revelaciones contra Nassar llegaron también de la mano de otros escándalos como el revelado por el medio Indianapolis Star en el año 2016 que sacaba a la luz más de 370 casos de violaciones contra niñas por parte de entrenadores durante dos décadas con decenas de denuncias ignoradas por parte de la federación.
En el caso de Nassar, que se encuentra cumpliendo una cadena perpetua, se declaró culpable de posesión de pornografía infantil y de abusar sexualmente de, al menos, 265 menores y mujeres jóvenes. Los escándalos de Nassar, además, no solo contaron con el silencio cómplice de entrenadores y entrenadoras, sino también con el de presidentes y miembros de la federación que ignoraron denuncias e incluso destruyeron pruebas clave en el escándalo.
Sin embargo, no solo ha sido Nassar el gran monstruo de su gimnasia, ya que por el camino han quedado casos tan macabros como el de John Geddert, entrenador del equipo olímpico de Londres 2012 y quien fuera acusado de tráfico de personas y de agresión sexual. Su final es de los más funestos y desagradables de todos ya que terminó con su suicidio horas después de su salida a la luz.
Los casos que avergüenzan y que atormentan al deporte estadounidense, que ahora se ramifican en el fútbol femenino y en la NWSL, y que han tenido en la gimnasia su particular epicentro, se han desarrollado por otras disciplinas de manera salvaje como es la natación, la cual colecciona a sus espaldas decenas de casos de abusos y acosos tanto sexuales como verbales y físicos contra deportistas. En los últimos años se han llegado a vetar hasta 150 entrenadores acusados de comportamientos sexuales inapropiados, desde violaciones a menores hasta colocación de cámaras en vestuarios para la venta de imágenes íntimas en internet.
El deporte estadounidense ha quedado en evidencia y señalado tantas veces que es inevitable asegurar con rotundidad que es el sistema quien tiene un problema, ya que son las altas esferas de poder las que tapan y aumentan las listas de escándalos evitando que muchas de las medidas que se imponen para acabar con ellos sean efectivas. Si quien tiene el poder es quien agrede o quien tapa al agresor, el problema tiene difícil solución como ha demostrado estos días la Liga Nacional de Fútbol Femenino de los Estados Unidos.
[Más información: Monstruos de la gimnasia, el historial de abusos: de los descubridores de Comaneci a Larry Nassar]