Sin grandes alardes, casi por la inercia de una estructura poderosa en ciernes, el Real Madrid dominó uno de los Clásicos más laxos de la historia. Verde, todavía muy verde, el futuro del Barcelona, aún sustentado en la vieja guardia, sobre todo, en Busquets.
El Camp Nou asistió, desde el principio, a un ejercicio madridista de calma controlada, de espera confiada. Sabedor de que el rival gusta de controlar el balón y presionar adelantado, el conjunto blanco se replegó sin disimulo sobre sus centrales, Militao y Alaba, majestuosos ambos.
No le importó ceder el cuero en un principio ni regalar algún balón en sus salidas. El comité de sabios de Ancelotti – Casemiro, Modric y Kroos - con la clarividencia que concede la veteranía, tenía la certeza de que pronto coincidirían el espacio libre y las piernas de Vinicius.
Tras un inicio engañoso, se hizo palmario que el Madrid creaba más peligro en un suspiro que el Barça en su tiovivo de pases romos, sin mordiente ni profundidad. Y la balanza se inclinó sin remisión del lado blanco a la media hora, cuando Alaba se lanzó al ataque con furia.
El central, en combinación activa con Rodrygo, y pasiva con Benzema, que arrastró a los defensores culés, culminó la contra buscada. El plan de Ancelotti se concretó y Alaba refrendó el acierto de su fichaje: el perfecto relevo de Sergio Ramos.
Tampoco se desmelenaron los blancos, alternando fases templadas, de toque y pases, con la de repliegue sobre sus centrales. Todos juntos, sin riesgo, aprovechando la celeridad de Vinicius, el encuentro sólo tuvo un dominador: el Real Madrid. Ni siquiera hizo falta que Benzema tuviera un gran día, aunque el genio de los mil y un controles de balón nos regalara algunas muestras sorprendentes.
Las sensaciones tienen más peso que el propio juego. El Real Madrid siempre apareció confiado en sí mismo, con el don del sosiego, conocedor de su estrategia, dominador de los tiempos. Al contrario, los azulgranas bullían sin finalidad concreta, sin peso específico, impotentes. La autoconfianza se mostró de nuevo decisiva.
Tanto es así, que, a pesar de la mejora del Barcelona en la segunda mitad, el partido discurrió por su curso natural sin sobresaltos. Hasta con cierto conservadurismo de Ancelotti en vista de la ineficacia culé. Una constante del Madrid dicta que se rompe en proporción geométrica según transcurren los minutos. Pero el entrenador italiano no quiso introducir savia nueva, por lo que el Madrid corrió menos y templó más, suficiente para generar las ocasiones más claras del partido.
La conclusión del partido es meridiana. El Real Madrid lleva mucho más adelantada su reconstrucción, con jóvenes rápidos y atléticos, propios del fútbol de hoy día. El Barcelona, fiado a su estilo, tiene un camino más largo y tortuoso por delante.