Se las prometía felices la afición del Barça cuando Josep María Bartomeu dimitió de la presidencia el 27 de octubre de 2020. Sin embargo, aquello fue solo el principio. Un año después, otra vez un 27 de octubre, el que dejaba el club era Ronald Koeman, el entrenador al que el expresidente fichó tras el 2-8 del Bayern Múnich y que se va ahora, pero no por su propia voluntad.
El despido de Koeman cierra el círculo. De Bartomeu solo queda una herencia, que es la peor de todas: la crisis financiera en la que se encuentra sumida la entidad. A Joan Laporta, que en el último año ha alcanzado la presidencia y ha comprobado la dificultad que supone manejar este Barça, no le convenció nunca contar con Koeman, pero le mantuvo en el cargo al no tener una alternativa mejor. Tampoco pagar otro finiquito parecía la mejor de las ideas.
Pero la situación se volvió insostenible. El último año ha quemado a todos y Laporta, a 10.000 metros de altura en pleno vuelo, tomó la decisión de cortar la cabeza de Koeman tras la última derrota. Es el final de un cuento que se tornó pesadilla para el técnico neerlandés, el héroe de Wembley.
En un año puede pasar de todo y en octubre del año pasado nadie podría pronosticar lo que vendría. Ni en lo negativo, que ha sido mucho, ni en lo positivo, insuficiente pero inesperado al fin y al cabo. A la salida de Bartomeu, que quiso evitar a toda costa someterse a una moción de censura, le siguió un breve periodo de alivio entre el barcelonismo que creía ver la luz al final del túnel.
La pandemia, de primeras, lo complicaba todo un poco más y las elecciones a la presidencia no se pudieron realizar hasta marzo de 2021. Durante cuatro meses, el club estuvo dirigido por una gestora con Carles Tusquets a los mandos. Él fue el primero que avisó de la realidad del club poniendo sobre la mesa la necesidad de dejar salir de Leo Messi (no daba ni para pagar las nóminas) y el estado en ruinas en el que se encontraba el Camp Nou, por ejemplo. Le tomaron por loco.
La llegada de Laporta
Las urnas dieron a Laporta como vencedor. Ganó la batalla mediática a un Victor Font que parecía contar con una candidatura más sólida y preparada. Ganar al Joan en su terreno es muy difícil y este empezó a decantar la balanza de su lado el día que colgó una lona gigante con su cara a pocos metros del Santiago Bernabéu. Con Laporta volvía la ilusión... que no tardó en esfumarse otra vez.
Se ganó la Copa del Rey, sí, el que quedará como el último título de Leo Messi con la camiseta azulgrana, pero incomprensiblemente el Barça perdió todas las opciones de ganar La Liga en el momento en el que más apretada estaba la batalla con Atlético y Real Madrid. En la Champions, tras caer 1-4 contra el PSG en el Camp Nou, solo se pudo maquillar la eliminatoria en la vuelta, ya con Laporta en el palco.
Los resultados, en especial la imagen dada en el final de Liga, crearon las primeras sospechas de Laporta sobre Koeman. No le veía como el hombre indicado para dirigir la nave culé y le quiso cesar. Se lo dijo a la cara: solo seguiría en el cargo si no llegaba a buen puerto algunas de sus preferencias para el banquillo. La directiva, que para entonces, ya había empezado a ser consciente de que la situación del club era peor de lo que imaginaron, se quedaron sin margen para fichar a otro entrenador y Koeman siguió.
El adiós de Messi
A todo esto, el que oficialmente había dejado de pertenecer al Barça era Messi. El argentino terminó su contrato el 30 de junio, pero a diferencia del año anterior Leo sí se quería quedar y firmar una ampliación para algún día retirarse como culé. A Laporta le perseguía su promesa electoral de renovar a la mayor estrella de la historia de la entidad y tenía el 'sí' del propio jugador, pero la crisis económica lo ponía realmente complicad.
El Barça alargó el caso todo lo que pudo. Messi regresó a Barcelona con la alegría de haber ganado la Copa América a comienzos de verano, pero se chocó contra un muro de realidad. El club no tenía dinero para renovarle y no se iba a aliar con LaLiga en el acuerdo con CVC como solución de urgencia. Se tenía que ir. No había otra opción. Ese ha sido el palo más duro que han recibido todos los culés, que compartieron con el '10' sus lágrimas en su despedida.
El final del verano fue una continua angustia para un Barça que veía como Kylian Mbappé podía recalar en el eterno rival, el Madrid, y él solo podía estar a verlas venir. Bastante tenía con maquillar un poco los números y poder, al menos, inscribir a los fichajes a coste cero que había hecho: Eric García, Kun Agüero y Memphis Depay. Por el único por el que se desembolsó dinero fue por Emerson Royal, fichado del Betis por 14 millones, y fue vendido antes del cierre al Tottenham por 25 'kilos'.
Para colmo, el último día de mercado cerró al límite una operación a tres bandas que demostraba para lo que está el Barça actualmente. Se desprendía de Antoine Griezmann, al que Bartomeu fichó en 2019 por 120 millones, para mandarle cedido al Atlético (ahorrándose su ficha e incluyendo una opción de compra) y reforzarse con un descarte del Sevilla, Luuk de Jong, a préstamo.
Las cuentas en rojo
La cuentas no han dejado de ahogar a un Barça que tuvo que pedir un préstamo puente de 80 millones para afrontar los pagos de junio y julio. Todo gira en torno a una deuda de 1.350 millones de euros (617 de deuda bancaria, 389 de jugadores, 54 del Espai Barça, 90 de litigios, 40 de abonados que no se cobrarán y 79 de derechos de TV adelantados), tal y como reveló Laporta. Entre los cursos 2019/2020 y 2020/2021, las pérdidas ascienden hasta 578 millones.
El aficionado culé tendrá la sensación de que últimamente nada sale bien. Si acaso la aparición de chavales como Pedri o Gavi en los últimos dos años y el regreso de Ansu Fati de su grave lesión. El resto, basicamente, es ver cómo al equipo no le da para competir ni en Liga ni en Champions, con figuras ilustres como Busquets, Piqué o Jordi Alba que están quedando muy tocadas.
El último embrollo en el que se ha visto envuelto el Barça ha tenido que ver con su seguridad. Tras perder El Clásico, el enésimo 'palo', la afición estalló contra Koeman y una marabunta de hinchas, violentamente, zarandeó el coche del entrenador con su mujer de copiloto. Es una imagen que bajo ningún concepto se puede repetir, como dijo Laporta, pero que irónicamente sirvio al presidente para ver que era el momento de largar a su estrenador. La derrota contra el Rayo solo fue el golpe final.