"El deporte al más alto nivel es una experiencia emocionante. Prueba cada nivel de tu cuerpo y de tu mente. Las emociones que experimentamos no las puedes encontrar en ningún otro lugar. Como atletas, nunca estamos satisfechos, nunca aceptamos el éxito. Es nuestra naturaleza y lo que nos alimenta". Es un pequeño y esclarecedor fragmento de la carta de despedida de Raphaël Varane para anunciar su retirada.
Tan sólo tiene 31 años, una edad más que adecuada todavía para que un futbolista siga en el profesionalismo, pero el francés ha decidido tirar la toalla y colgar las botas. Varane es otra víctima de la exigencia del deporte de élite, de ese fútbol que cada vez exige más y exprime hasta la extenuación a los deportistas.
De su mensaje se desprende la doble vertiente a la que se exponen los futbolistas de alto nivel. Por un lado, el plano físico, cada vez más castigado por el abarrotado calendario que ya apenas deja huecos para la recuperación o para el descanso. Por otro, el mental, ese que requiere una máxima concentración durante cada más tiempo y que provoca situaciones personales muy estresantes.
Varane es el último pero no es el único. Hay ejemplos recientes de jugadores de primer nivel, acostumbrados al éxito y que parecían impermeables a cualquier inconveniente, que han seguido un camino similar. Hazard, Gareth Bale o André Schürrle son el espejo de ello en los últimos tiempos.
Todos ellos se cansaron antes de lo debido. Bien por no soportar físicamente, bien por no aguantar más mentalmente, o seguramente una mezcla de estos dos factores que desembocó en un cóctel fatal.
El problema del calendario
Cada vez más viajes, cada vez más partidos, cada vez más esfuerzos. A eso es a lo que se ven expuestos los cuerpos de los futbolistas que se encuentran en la cúspide por culpa de un fútbol que viaja a la deriva con su calendario.
La obsesión por exprimir la gallina de los huevos de oro hasta la extenuación está llegando a su límite, y los jugadores ya han llegado a hablar abiertamente de ir a la huelga si esto no se detiene. Una Champions con más partidos, un nuevo Mundial de Clubes, las giras de pretemporada... Nada para y todo se hace por el dinero. Cada vez hay que ingresar más.
Los cuerpos de los jugadores están altamente sometidos en un fútbol que cada vez es más profesional y exigente en el plano físico. Nada tienen que ver la preparación o la nutrición actuales, y por lo tanto tampoco el nivel en los partidos con respecto a los que se jugaban años atrás.
El resultado es claro. El riesgo de lesiones se multiplica, los organismos están mucho más castigados y expuestos. Fruto de ello, hay jugadores que encadenan lesiones de gravedad consecutivas que acaban con sus carreras de manera prematura, como ha sucedido en el caso de Raphaël Varane y su odisea con los problemas de rodilla.
Los problemas físicos repercuten, indiscutiblemente, también a nivel anímico. El cuidado de la salud mental es un asunto que se ha puesto de relieve en los últimos años, y ha habido deportistas de élite -también más allá del fútbol, como Ricky Rubio- que han tenido que parar su actividad deportiva. Es otra consecuencia del calendario sobrecargado.
Llega un momento, como le ha sucedido a Varane, en el que la cabeza dice "basta". Los jugadores se replantean si les merece la pena vivir entre lesiones, dolores y problemas físicos tan sólo para aguantar un poco más, sin saber cómo van a regresar a la competición y las secuelas que ello les va a dejar de por vida.
En cierto instante llega la gota que colma el vaso y se produce un cambio de chip en la mente del deportista. Como a Varane, hasta aquí ha llegado la resistencia del francés.
Los otros casos
Varane no es el único jugador de élite que en los últimos tiempos ha decidido apartar prematuramente su carrera deportiva. Otros cracks del fútbol que rozaban la treintena -o que incluso ni llegaban a ella- siguieron antes ese mismo camino.
Un caso especial fue el de Gareth Bale. Con una personalidad muy peculiar, el galés decidió abandonar la alta exigencia del fútbol para retirarse a sus aficiones, como el golf, y disfrutar de una mejor calidad de vida. Con cinco Champions o tres Ligas, entre otros títulos, y también muy mermado por las lesiones, encontró su momento para decir adiós a los 33 años.
Un poco antes lo hizo todavía Eden Hazard. Con 32 años colgó las botas tras terminar su contrato con el Real Madrid. Llegó al conjunto blanco siendo uno de los mejores jugadores del mundo y las lesiones se lo llevaron por delante. Sin apenas protagonismo en el Bernabéu, se cansó de pelear en una batalla perdida.
Más llamativo fue todavía el caso de André Schürrle. Campeón del mundo con Alemania en 2014, con tan sólo 29 años se cansó de este negocio. "No necesito más aplausos", aseveró justificando su retirada.
No fueron, sin embargo, las únicas frases que dejaron claro que algo no va bien en el fútbol actual: "Los momentos altos se convirtieron cada vez en más bajos, y los altos cada vez eran más escasos. Tienes que cumplir ciertas normas para sobrevivir en el sector, de lo contrario, pierdes tu trabajo y no lo recuperas. La vulnerabilidad y la debilidad no existen".
Un espectáculo, al fin y al cabo, que sigue exprimiendo a personas con la justificación del deporte de alto nivel y que termina llevándose por delante carreras antes de tiempo.