No busquemos orígenes bélicos en esta enorme rivalidad entre ambos colosos europeos. No es consecuencia de disputas territoriales ni secesionistas.
Ni siquiera la batalla de Nördlingen en suelo de Baviera en 1634 (en plena Guerra de los 30 Años) entre tropas españolas y la alianza de suecos y bávaros puede explicar el origen de una hostilidad (deportiva) inigualable en todo el concierto futbolístico europeo.
Quizás todo parte de algún punto de locura de ambas regiones sedes de estos clubs, Baviera y Castilla, que vieron nacer al célebre Luis II, el impulsor de Neuschwanstein o a la no menos célebre Doña Juana de Castilla, quien dio a luz al emperador más poderoso de la historia. Ambos pasaron a la historia como locos…
Hasta 1976 no hubo ningún partido oficial entre ambos clubes. Pero ya desde ese primer encuentro se pudo percibir que entre estos dos conjuntos nunca podría haber tregua ni eliminatoria intranscendente. Ese partido lo recuerdo bien, era la ida de semifinales de la Copa de Europa 1975-1976, el Real Madrid volvía a la élite europea tras una buena trayectoria, eliminando (con remontada) al Derby County en Octavos y al Borussia Mönchengladbach en Cuartos, la primera vez que ví jugar a Jensen y a Stielike, que fueron convenientemente fichados en una de las últimas genialidades de Don Santiago.
En aquella ocasión, aún niño, fui al Bernabéu al entonces “gallinero” de Padre Damián, el 4º anfiteatro, y con un auténtico ambientazo de partido enorme, con más de 110.000 espectadores. Recuerdo el nombre del nefasto árbitro austríaco, Linemayer, y del sibilino arbitraje anti-casero que perpetró aquella noche de primavera. Y obviamente, en este primer partido no podía faltar un grado de enajenación. Y apareció “El Loco del Bernabéu”. Tras decretarse el final del encuentro, saltó un individuo al terreno de juego y le propinó un puñetazo al colegiado. El encuentro terminó 1-1 y la cosa se puso muy complicada para la vuelta, como así fue. 2-0 con 2 goles de Torpedo Müller y eliminados.
Y Amancio expulsado en el Olímpico de Múnich en el que fue su último partido europeo con el Madrid. Aquél Bayern era un equipo de leyenda, formado por la columna vertebral de la Selección de la RFA de entonces: Sepp Maier, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Rummenigge, Uli Hoeness y el ya mencionado Gerd Müller. El Bayern ganó finalmente la Copa de Europa ese año y firmó 3 consecutivas y demostrando que era el coco de Europa. Mientras que el Madrid apenas era un buen equipo de andar por casa. Ni siquiera el refuerzo de Paul Breitner nos permitió ser lo suficientemente competitivos. Desde aquella eliminación, el Bayern se convirtió en mi enemigo. No hay otro equipo en el mundo que me haya hecho llorar más. Ninguno.
En esa semifinal nació el germen, se gestó una rivalidad que dura ya más de 40 años salpicados de miles de anécdotas. Era (y es) la rivalidad del Norte contra el Sur de Europa, de la eficacia contra la poesía, del mecanicismo preciso contra el talento desorganizado, del pragmatismo contra el arte, del alumno perfecto contra el genio indolente.
Se fue cociendo este antagonismo en los primeros Trofeos Bernabéu, los 2 primeros ganados por los bávaros, en el tercero el Bayern incluso se retiró por un supuesto mal arbitraje en contra. Fue en 1981. Un año antes, en un amistoso veraniego, hubo un escandaloso 9-1 a favor del Bayern que se recuerda, además de por el sonrojante resultado, por la célebre frase de Boskov “prefiero perder un partido por 9 goles que 9 partidos por 1 gol”. Yo estaba veraneando por la Costa Brava y no hubo culé que no se pitorreara de mí. Más odio al Bayern pues. Y siempre mordiendo el polvo…
La semilla ya estaba plantada y crecía sin parar. Para los bávaros, el Madrid tan sólo era un viejo mamotreto que había ganado 6 Copas de Europa en los albores de la competición, pero se estaba convirtiendo en un recuerdo de abuelas, un triste brasero de picón inservible e incapaz incluso de calentar los pies en invierno. Un equipo tan solo recordado por los viejos del lugar y que cada vez que viajaba a Alemania salía trasquilado ya bien por el Kaiserslautern ya bien por el Hamburgo de Keegan. El 4-1 de 1987 en el estadio Olímpico a la Quinta del Buitre, con pisotón incluido de Juanito Gómez a Matthaüs, no hizo más que ratificar que el Madrid era un pelele para los de Baviera cuando se enfrentaba con ellos.
Fue una época de humillaciones diabólicas que se pueden ilustrar con gestos como aquél del malvado Augenthaler mostrando sus dedos a modo de cornamenta a todo un Bernabéu que se abrasaba entre llamas infernales. Pese a que al año siguiente el Madrid de la Quinta (y de Hugo Sánchez) eliminó al Bayern por un global de 4-3, la sensación de superioridad y altanería que mostraban siempre los alemanes en estas confrontaciones era como la diferencia de envergadura que tenía Helmut Kohl con nuestros dirigentes de la época, Suárez o González. No dejábamos de ser para los poderosos teutones unos españolitos pícaros que intentábamos ligarnos a sus imponentes valkirias en Fuengirola, con escaso éxito.
La rivalidad se pacificó en los años 90, obviamente por la falta de partidos entre ellos. En la Champions League de 1999-2000, se disputaron nada menos que 4 partidos ¡4! (2 en una liguilla previa), y el Bayern ganó en 3 de ellos. Pero el Madrid ganó el que realmente había que ganar (2-0 en el Bernabéu), con secundarios inesperados como Míchel Salgado y sobre todo Nicolas Anelka. Un Anelka que marcó en la ida y sobre todo en la vuelta de las semifinales, de cabeza, a pase de Savio – ¡la única vez que vi jugar al Madrid en Múnich! - cuando todo hacía pensar que volverían los fantasmas del pasado de las noches aciagas en Alemania.
Esa eliminatoria, que fue la antesala de la 8ª Copa de Europa del Real Madrid, también marcó el primer éxito realmente notable del Madrid ante el FC Bayern. Dos años más tarde, ya en cuartos de final, Guti y Helguera (otros dos entrañables secundarios), hicieron bueno el gol en la ida (2-1 en Munich) nada menos que de Geremi – quién se acuerda ya de él – para que Kahn y los suyos (“el Madrid jamás me marcará 2 goles” había proclamado el feroz guardameta) mordiesen la lona y para pasar a semifinales y enfilar – vía Camp Nou en día de San Jordi – la autopista hacia la Novena. Seres perversos como el propio Kahn, Salihamidzic o Effenberg ya no asustaban tanto como los Rummenigge, Matthaüs o Pfaff del pasado.
Luego hubo un par de eliminatorias fácilmente olvidables ya que no aportaron gloria a ninguno de los 2 equipos, una decantada para los blancos con gol de ZZ, la otra recordada por un corte de mangas de un mediocre jugador de apellido Van Bommel y por un gol fulgurante de Makaay, ante un despiste de la defensa. Eran los años tristes de las eliminaciones en Octavos de final, años valle de rivalidades devaluadas, de humillaciones ante mediocres equipos como la Roma, el Arsenal o el Olympique de Lyon. El Madrid volvía a no ser nadie en Europa, parecíamos liliputienses como en los peores años de entreguerras, principios de los 90, años funestos de ligas perdidas en Tenerife.
Y por fin, la batalla, que ya era guerra abierta en estado latente, se recrudeció de nuevo en 2012: una semifinal dolorosísima resuelta desde el punto de penalti, tras un partido mourinhista que acabó con los nuestros exhaustos y pidiendo la hora, con repetidos fallos en los penaltis y con el gran Sergio Ramos enviando el último penal al cielo o mejor dicho al más profundo averno desconocido. Tenía que haber sido el año de la Décima, tras la Liga de los 100 puntos y los 121 goles. El año del certificado de defunción de Guardiola en el Barça. Aquél año odiamos más que nunca al Fussball-Club Bayern München, equipo protagonista principal en tantas y tantas pesadillas de los madridistas de hace 40 años y de hoy en día. Y amamos un poco al Chelsea, que se encargó de ajusticiar (también desde el punto de penalti) a los muniqueses en su mismísimo Allianz Arena en la gran final de aquella temporada. Ese mismo Chelsea que aniquiló en semis a Pep y a sus chicos. El Madrid debería de haber condecorado a los de Stamford Bridge por aquella doble hazaña, ahora que lo pienso.
La Décima llegó, tras justo desagravio divino, tras la célebre quema de los árboles de los bosques y los parques muniqueses (como el Hofgarten o el Nyphemburg), un aquelarre en el que Rummenigge y Hoeness, ya no jugadores, sino altivos dirigentes, nos quisieron ajusticiar. Ancelotti y sus poderosos atletas desarmaron al ejército de Pep, aquellos finos estilistas sobadores de esféricos, tras una exhibición de sprints cortos, carreras de medio fondo, salto de altura (con 2 vuelos sin motor de Ramos), slaloms imposibles, precisión de bisturí de cirujano, contrataques ex cátedra y sobre todo toneladas de testosterona en los 180 minutos en los que brilló otro secundario como Fabio Coentrão. Era la primera vez, tras 40 años de batallas sin cuartel y sin prisioneros, que el Real Madrid conquistaba Múnich tras 10 visitas estériles.
Octava, Novena y Décima pasaron por Múnich antes de ser celebradas con algarabía en Cibeles. La Undécima no, pero quizás sí, ya que nuestro querido vecino de ciudad se ocupó de allanarnos el camino limpiándonos del Bayern en la final, mientras nosotros eliminábamos a aquello que se denominó “banda de obesos cerveceros” del Manchester City. Como siempre, al Madrid le toca el rival más débil…
22 partidos oficiales por ahora entre estos 2 Titanes de Europa con saldo de 9 victorias blancas y 11 bávaras. Con 5 eliminatorias ganadas por cada bando. De muchas de esas confrontaciones salió finalmente quien levantó la Orejona. Nunca llegó a jugarse una final Madrid-Bayern. Este año 2017 tampoco habrá un Bayern-Madrid en Cardiff. Estos dos equipos prefieren descuartizarse previamente para que solo uno de ellos permanezca y siga adelante en el más grande torneo de todos los que ha habido y habrá: la Copa de Europa.
Tendremos a Ancelotti y a Xabi Alonso enfrente. A Robben. Todos fueron merengues en algún momento. Y con nosotros a Toni Kroos, nuestra maquinaria de relojería perfecta. Seguro que como tantas veces anteriores algún secundario inesperado destacará: ¿Danilo? ¿Nacho? ¿Kovacic? ¿Lucas?
En cualquier caso, los madridistas sabemos muy bien lo que ocurrirá tras la resolución de estos Cuartos de final. Si perdemos habrá fiesta casi nacional para los muchos antimadridistas repartidos por doquier. Y si pasamos a Semifinales, escucharemos lo de cada año: este Bayern no es el que era. Faltaba la magia de Pep. Ancelotti es un entrenador desfasado que consiente, mima y apoltrona a sus jugadores. Es una plantilla decrépita con glorias pasadas de moda como Lahm, Ribéry, Robben o el propio Alonso. En la Bundesliga no se compite y es una liga muy menor, etc…
El duelo está servido, no hay confrontación de mayor calado, ni rivalidad más poderosa. Es el choque entre dos universos, dos culturas, dos antagonismos perpetuos.