Voltaire dijo que lo perfecto es enemigo de lo bueno y en eso se nota que no vio el partido del martes, porque cualquier espíritu no sesgado por las enseñanzas del Cholo (ese feísmo que puede estar al borde de su desmantelamiento definitivo) admitirá que la perfección deparada por el Madrid fue no ya buena, sino directamente cojonuda. Es una pena que esté muy mal disfrutar con los éxitos del Madrid, pues de lo contrario habría hoy un buen puñado de estetas del balompié completamente rendidos ante la monumental exhibición de los hombres de Zidane, al que acaso ponderarían como merece al tiempo que celebrarían el virtual pase a la final de Cardiff del equipo que mejor fútbol practica en el Planeta Tierra.
No digan a nadie que he dicho esto, por favor. Es una verdad incómoda, como el calentamiento global, como la arbitrariedad de la ley D’Hont. No es bueno para el fútbol que el mismo equipo que gobernó la Copa de Europa en los 50 sea el que deslumbra al mundo hoy. No es conveniente ni sano que el mismo equipo que ha ganado otros seis máximos entorchados desde entonces sea el que practica el fútbol más deslumbrante que se ha visto desde el Barça de Guardiola. Con el agravante de que este equipo de Zidane no es prisionero de dogmatismos tikitakescos ni rodea permanentemente al árbitro buscando afectadamente su protección ni finge agresiones sistemáticamente ni está ligado a la defensa de causa política alguna, lo que le convierte en un apestado.
Decir que el Real Madrid es el equipo que mejor fútbol practica a día de hoy – a años luz de todos los demás- es como decir que Woody Allen sigue siendo el mejor director del mundo. No puede ser, oiga, ese señor ya hizo Manhattan y Annie Hall, que deje algo para los demás, que se jubile porque además nos cae fatal. Claro que el Madrid cae mucho peor que Woody Allen porque para eso Cristiano se quitó una vez la camiseta al transformar un penalti (exactamente igual que Juanfran en otra ocasión) y este martes se sentó en una valla publicitaria tras otro de sus goles: fue un gesto claramente provocador, un arrebato de arrogancia para con quienes sufren en silencio las hemorroides y nunca podrían imitarle sin sufrir indeciblemente. Está muy feo también decir que Cristiano sigue siendo el mejor jugador del mundo -suponiendo que exista tal cosa- porque para eso Messi se quitó su camiseta y se la mostró al público del Bernabéu en un gesto que en cambio es el paradigma de la humildad y el fair play.
Es agotador que Cristiano y el Madrid sigan siendo los mejores. Es intolerable. Es censurable decirlo, pero más censurable aún es el que sea verdad. La verdad es más incorrecta que quienes la propagan. Más allá de que sea impropio consignarlo, es inaceptable que Cristiano haya marcado seis goles al Atlético de Madrid esta temporada, y que aún pueda marcar más en el Calderón, como es obsceno también que le haya marcado cinco al Bayern de Múnich. Es asqueroso que se haya convertido en el líder que por su carácter no estaba predestinado a ser, porque eso fuerza a quienes por higiene no quieren hablar bien de Cristiano a hacerlo al menos hoy. Es ignominioso que Cristiano defendiera como un poseso, arriba y abajo, presionando al descomunal Oblak y protegiendo el balón en la línea de fondo propia cuanto tocaba. Pero vamos a ver. ¿No habíamos quedado en que era una prima donna, un ególatra fatuo y desconsiderado?
Realidad, por favor, no pongas en tela de juicio mis convicciones que para eso leo periódicos que me dicen lo que yo quiero leer, a saber: que el Real Madrid es talonario y palco, que nada tiene que ver con el fútbol auténtico, que es por definición poder fáctico encarnado, vacuidad de salón, manejos turbios. No me vengas ahora, realidad, con el Madrid refulgiendo como nadie más en el mundo del deporte porque ya estoy muy viejo para eso, ya tengo 70 o 20 años y estoy muy acomodado en mi sofá de los estereotipos. No me jodas, realidad. El fútbol lo encarna el Atleti y a la pancarta de la grada de animación le faltaba una tilde aunque no le faltara una tilde.
Esta realidad que se empeña en poner en entredicho nuestros prejuicios no la queremos para nada, oiga, y el Real Madrid es el más conspicuo agente de sus maquinaciones en el mundo del deporte. Déjennos en paz, ya que nosotros estamos abonados al dogma de Messi y el guardiolismo, de la Champions que el fútbol le debe al Atleti, de Sampaoli y Bielsa. Esos sí que saben entrenar y no el maniquí que Florentino se buscó en un pase de modelos. Vamos a ver si, por lo menos, el Calderón depara un milagro y podemos seguir con nuestras vidas como si esto nunca hubiese sucedido.