Son motivos, dicen en el club, que #nosepuedenentender; pasiones, comentan, que regatean lo racional; ilusiones, finalizan, que exceden la lógica. “Somos del Atlético de Madrid y con eso basta”, esgrime Verónica, aficionada colchonera, antes de la victoria contra el Eibar (1-0). La posibilidad de remontada, el pasado sábado, entre raciones y cervecitas, no se cuestionaba. A veces, en el fútbol, ocurren “cosas inesperadas”, Simeone dixit. Es lo que tiene la fe, esa creencia pseudoreligiosa que enarbola lo místico y es capaz de sacar el corazón del pecho, colocarlo en la cabeza y empujarlo ante lo improbable. Más aún si al otro lado está el Madrid, ese equipo que jugó con los sentimientos de una afición en la ida -con ese tifo rodeado por ribetes de nombres conocidos: Milán y Lisboa- y que llegará con tres goles de ventaja, pero sin saber qué se va a encontrar en el Calderón.



“Este estadio merece una última gran noche”, pide Rubén, otro abonado rojiblanco que conversa con EL ESPAÑOL. “¿Por qué no vamos a remontar?”, se preguntan retóricamente la mayoría de los colchoneros en la previa contra el Eibar y después de la victoria. Todos, con pocas excepciones, creen que es posible. “Es difícil -espeta Juan-, el Madrid es un buen equipo y es raro que no marque un gol, pero vamos a ver...”. “La esperanza -esgrime María- es lo último que se pierde”. Y así ha sido históricamente desde que el Atlético se fundara el 23 de abril de 1903, con otros colores y un escudo diferente, pero con el mismo corazón.



Desde entonces, la creencia en lo imposible no se negocia. Bien lo sabe el Calderón, bañado entre glorias pasadas y nombres históricos estos días, en cada choque, con tifos que recuerdan el pasado. El nacional y el continental, como aquel primer partido jugado el 12 de octubre de 1966 contra el Malmö (3-1), con un tanto primigenio de Luis Aragonés. Él inauguró el recorrido de un club que ha jugado 128 encuentros en el Viejo Continente. Una entidad forjada en el sufrimiento, pero enyesada bajo los cimientos de una afición que “sabe ganar y perder”, como reza uno de los eslóganes tuiteros de estos días entre los aficionados rojiblancos.

Sául celebra un gol contra Las Palmas. Reuters



“Va a ser la remontada que contaremos a nuestros nietos”, sueña Ángel. Y sigue: “Diremos que le ganamos al Madrid en semifinales y le remontamos. Firmo el 4-0”. Y lo cierto es que, enterrando toda la esperanza estadística -ronda el 10% en función de los resultados de este curso-, el Atlético ya sabe lo que es meterle ese mismo número de goles a los blancos. Lo hizo el 2 de enero de 1977, con Luis Aragonés como técnico. Entonces, se impusieron los colchoneros con goles de Rubén Cano (2), Panadero Díaz y Bermejo.



Del otro 4-0 hace menos tiempo. De hecho, en dicho partido se encontraban, en total, hasta 18 jugadores que todavía siguen dentro de la disciplina de ambos clubes. Fue el 7 de febrero de 2015 y el Atlético se impuso con goles de Tiago, Saúl, Griezmann y Mandzukic. Por eso mismo, la remontada es posible. “Yo creo que sí. Es muy difícil. Pero, por qué no vamos a darle la vuelta”, sueña Carlos. Y su hermano, Juanjo, lo suaviza: “Yo sólo lo haré si metemos un gol antes del minuto 20”.

El Vicente Calderón tras el Atlético-Eibar (1-0)

Precaución, euforia, ilusión y éxtasis. Cuatro condiciones humanas que jamás se pisan en el Calderón. El pasado sábado, después del partido, con ritual torero, a una hora que suena a clarines y timbales (18:00 horas), y con un estadio repleto. Con los jugadores, a su vez, dando la vuelta al Calderón tras el partido; aplaudiendo, soñando y con cierto brillo en los ojos. “Viendo a la gente se entiende todo”, reconoció Saúl tras el partido contra el Eibar y metido ya en la lucha por pasar a la final de la Champions.



“Nunca dejes de creer”, anima Susana. “Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Apuesto por el 4-0”, deja caer Javier. Esgrimen sentimientos, pero evitan argumentos. Y da igual. “Somos el Atleti”, sentencian todos. Eso no se pone en cuestión. ¿O alguien es capaz de explicar por qué un corazón late? Ni siquiera ellos. Qué se le va a hacer. Son los motivos de un sentimiento. Como cantaba Sabina, “para entender lo que pasa hay que haber llorado dentro del Calderón, que es mi casa, o del Metropolitano, donde lloraba mi abuelo con mi papá de la mano”.

Gabi celebra el gol con sus compañeros ante el Eibar. Reuters

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