Suena pueril dividir el mundo en buenos y malos, pero qué le voy a hacer si la realidad refrenda ese maniqueísmo. Uno de los mantras de nuestro tiempo es que nada es blanco ni negro sino que todo es gris. Mentira. Hay buenos y malos. El Madrid es el bueno y el Atleti es uno de los muchos malos, y por desgracia no uno de los más dignos de indulgencia. Me pone incómodo señalar esto porque hay gente del Atleti a la que quiero, pero las cosas son como son. Han vuelto a ganar los buenos, y todo el mundo debe felicitarse por ello.
Para empezar, han ganado los buenos desde el punto de vista estrictamente futbolístico. La diferencia técnica y táctica entre ambos equipos a lo largo de la práctica totalidad de estas semifinales, en su ida y en su vuelta, ha sido abrumadora. El Atleti puso un nudo en la garganta del Madrid en los primeros 15 minutos porque en los primeros 15 minutos de un partido puede pasar casi cualquier cosa, incluidos dos goles logrados a base de empellones por parte del equipo que no sabe jugar frente al equipo que sí sabe.
El Madrid reaccionó ejemplarmente a esta contrariedad. Casemiro, Kroos y -sobre todo- unos descomunales Isco y Modric comenzaron a controlar el juego y a pasársela a Marcelo, que es la forma que tiene el Madrid de que el partido vaya por donde Zidane quiere a base de que vaya sabe Dios por dónde. Benzema encarnó el triunfo de la excelencia sobre el feísmo con esa maniobra en la línea de fondo que fue también el triunfo de la calidad sobre la cantidad. Había tres del Atleti y uno del Madrid, en consonancia con el ruido que montan aficionados de uno y otro club en la barra de un bar. A esos jugadores del Atleti no les sirvió de nada ser tres. A los hinchas del Atleti tampoco les vale de nada su ruido inveterado.
Ese ruido fue casi insoportable en los días que precedieron al encuentro: un montón de gente fingiéndose la ofendida a cuenta de un tifo o pancarta algo malévolo en sí mismo, pero completamente versallesco en comparación con los que habitualmente exhibe la grada del Calderón sin generar en contra la menor reacción mediática. La cosa no habría ido demasiado lejos si cada atlético se hubiese fingido el ofendido en la quietud de su domicilio, pero (como el Madrid es perfidia opulenta y el Atleti el equipo del pueblo) enseguida se ofrecieron los medios para servir de altavoz a esta hipócrita indignación.
Una emisora de radio dio sus cinco minutos de fama a una versión femenina de Andy Warhol que habría avergonzado al de Pittsburgh en 140 caracteres, mientras un periódico deportivo de tirada nacional se ponía en portada del lado de los falsamente ofendidos en su versión Frente Atlético, con publicidad gratis para el sano jolgorio de los muchachos del río. Nada extraño en un panorama mediático que aún no ha sido capaz de dar a luz a un periodista que le formule a Gabi dos o tres preguntas serias sobre aquel Levante-Zaragoza, o que le pregunte a cualquiera de los dos máximos dirigentes del club del pueblo si las condenas que prescriben son como los suspiros y las lágrimas de Bécquer, a saber: aire que va al aire, agua que va al mar. Menudencias en todo caso frente al pasmoso blanqueamiento de la hinchada colchonera más radical que, aupada por la prensa, hemos vivido en los días previos a esta victoria de los buenos.
En esa hinchada radical está la clave de mi (creo) legítimo maniqueísmo. Casi todo, poniéndole buena intención, es discutible, pero en este punto se abre una brecha abismal: solo uno de los dos clubes ha hecho algo por erradicar la violencia, tanto la verbal y gráfica en el interior del estadio como la que tiene lugar fuera. Este miércoles, en los prolegómenos del partido, se produjeron incidentes que causaron más de 20 heridos, y que no es difícil asociar con la connivencia de la cúpula atlética con sus violentos ni a la connivencia de los medios con esa connivencia.
El cholismo, eso que puede estar llegando a su fin, ha construido además un discurso de superioridad moral que contrasta fuertemente con todo esto. Es conveniente esperar a haber limpiado la propia casa antes de comenzar a impartir lecciones éticas. El cholismo, además, se ha parapetado bajo una coartada de mérito presupuestario -que nunca se esgrime cuando el rival es el Granada o el Leganés- capaz de enmascarar una alarmante falta de estética futbolística que habría sido anatemizada de instalarse en cualquier otro club, no digamos en el Madrid. Tampoco sorprende: es bien sabido que la ética y la estética (o la falta de ambas) suelen ir de la mano por mucho que 32 periódicos, 78 emisoras y 25 canales de televisión decreten que es preceptivo el luto oficial en todos los corazones por la falta de éxito de un equipo que simplemente no da más de sí.
A mí me van a perdonar que, con todo el respeto, no guarde luto alguno. Para mí, el miércoles volvieron a ganar los buenos. Enhorabuena a los que quieren un mundo más bello y mejor.