“Sentía que lo que yo necesitaba el Madrid no me lo iba a dar. Se han dicho muchas cosas y puesto palabras en mi boca sobre este tema y en realidad es todo mucho más sencillo. Yo tengo ahora 25 años y quería jugar, tener continuidad... Este año hay Mundial... No es cuestión de madurez, ya maduré cuando me fui a Italia, pero ahora buscaba algo que el Chelsea sí me ha dado”. El fútbol, como la vida, da muchas vueltas: puedes pasar del cielo al infierno cuando menos te lo esperas. Algo que parece haber sufrido en sus propias carnes Álvaro Morata.

Tres meses después de dejarle el entrecomillado inicial a El Mundo, es muy posible que el delantero madrileño vea de otra manera su aventura en Londres. Y, con él, el mundo en general. Porque, a decir verdad, se ha vuelto harto complicado resolver la incógnita de Morata: ¿acertó despidiéndose del blanco y abrazando el blue? Hay dos respuestas posibles. Una, a día de hoy, por cada tramo del curso. Sin término medio posible.

En julio de 2017, Morata decidió que se merecía ser el '9' titular de un equipo de prestigio. Ya no le valían las medias tintas, como en la Juventus (a pesar de un primer año bastante notable). Y, ni mucho menos, vivir a la sombra de los demás, como en su segunda etapa en el Madrid. El Chelsea, con 80 millones de traspaso de por medio, le ofrecía lo que quería: el foco más absoluto. Además, con Antonio Conte como entrenador, el mismo que sacó más brillo que nunca al jugador en Turín, ¿qué podía salir mal?

El viento no tardó en soplar a favor de Morata. Primero, la salida de Diego Costa dejó a Hazard como única competencia seria para él en la delantera. Después, el inicio de la Premier le sonrió. Marcó en tres de las cuatro primeras jornadas y se abonó a la titularidad. A finales de septiembre, llegó su momento de gloria: tres goles al Stoke City y uno, en el segundo partido de la fase de grupos de la Champions, ante el Atlético de Madrid.

El inicio de curso soñado de Morata

Todo parecía indicar que, sí, Morata había hecho bien en volver a jugar fuera de España. Era uno de los máximos goleadores de la liga inglesa, a la par que insustituible en su nuevo equipo. Conte le definió como “el tipo de persona que querrías junto a tu hija” y se convirtió en uno de los nombres propios de la selección gracias al protagonismo adquirido en su club. Ni siquiera una lesión muscular sufrida en octubre pudo frenarle. Al mes siguiente, aunque con menos gol, todavía era fundamental.

No

A partir de diciembre, todo cambió. El acierto de cara a portería empezó a desaparecer por completo (Morata no marca desde el día 26 de ese mes), al igual que las asistencias. El panorama sólo fue a peor con la llegada del nuevo año. Una expulsión por doble amarilla ante el Norwich en la tercera ronda de la FA Cup sentó las bases de la suplencia que ya empezaba a acompañar al ex del Madrid. Y que no tardaría en convertirse, definitivamente, en su hábitat natural.

La espalda, y una extraña lesión en ella, terminó por desquiciar a Morata. Tuvo que causar baja entre finales de enero y principios de febrero. Debería haber estado un mes alejado de los terrenos de juego, pero volvió antes de tiempo y ya no era el mismo. Por tanto, su confianza quedó por los suelos: hasta Conte habló de “problemas estúpidos” y de que “en el banquillo no tienes esa presión” que podría experimentar al ser su primera temporada completa como jugador franquicia.

Morata marcando un gol al United... que posteriormente sería anulado. JASON CAIRNDUFF Reuters

Morata sólo ha jugado un partido entero (ante el Manchester United en Premier el 25 de febrero) últimamente. Sus minutos han caído de forma vertiginosa: 29 ante el West Bromwich, 20 ante el Hull City (FA Cup), siete ante el Barça en la ida de octavos de Champions, 18 ante el Crystal Palace… y, la gota que colmó el vaso, 60 míseros segundos de juego ante el Manchester City hace escasos 10 días.

Está claro que Hazard le ha comido la tostada (15 goles y 11 asistencias del belga por los 12 y cinco del español). Y no sólo eso: Giroud, que llegó al Chelsea con el cierre del mercado de invierno, también. Por lo tanto, Morata es el suplente del suplente en estos momentos. No le salen las cosas y, por mucho que asegure que es feliz en Londres, se lo llevan los demonios.

Su frustración salió a relucir de forma evidente en su último partido liguero, con hasta tres episodios negativos: una tarjeta amarilla, aplausos irónicos al árbitro y un manotazo involuntario al linier con el que le tiró su banderín. El tríptico ejemplifica a la perfección el calvario que vive un Morata que, aun con un físico que ya no le da guerra, ha perdido el beneplácito de Conte.

Da igual que haya vuelto a entrenarse a un gran nivel. Las consecuencias de un regreso tras lesión demasiado tempranero (motivado por el entrenador que ya no le da galones) han sido fatales. Con el Mundial de Rusia cada vez más cerca, la titularidad con España también empieza a peligrar para Morata. Y hasta puede que la mera presencia en el equipo nacional: más fallos (15) que aciertos en busca del gol y sólo un tiro a puerta por encuentro.

Sería una sorpresa que el madrileño abandonara la suplencia en el Camp Nou. Aunque la relación de Conte con el resto de jugadores tampoco parece ser la mejor, quizá Morata sea el hombre que más traicionado se sienta por el italiano. Se le está poniendo cara de Fernando Torres (también costó una millonada al Chelsea y apenas brilló allí; por otro lado, marcó un gol histórico para el equipo en Barcelona) y, aunque su entrenador le augura “un buen futuro” londinense, no lo tiene nada claro. El tiempo pasa, las dudas aumentan y él tampoco se quita de la cabeza la maldita pregunta: ¿hizo bien en marcharse?

Morata fue víctima de sus peores instintos contra el Crystal Palace. JOHN SIBLEY Reuters

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