Lo del Barça en Roma es un ridículo histórico. Estamos ante uno de esos días en los que los aficionados culés solo podemos sentir, y sentimos profusamente, vergüenza ajena ante la actuación de nuestros jugadores, esos en los que confiábamos para ganarlo todo y han naufragado con estrépito y, lo que es peor, con justicia. Perdonen la grosería, pero la razón de la catástrofe y la lección para el futuro es cristalina: el fútbol, y más la competición más exigente, también es cuestión de collons. De agallas. De redaños. De corazón.
Porque el Barça de este martes en el Olímpico de Roma ha pecado, ante todo, de falta de coraje. Los jugadores, confiados en que la eliminatoria estaba hecha, han salido al campo sin la actitud necesaria para un partido de estas características. Sin ganas, sin ambición, sin hambre. Un equipo inane y anárquico que ya ganó en la ida por más goles de los que merecía y que en la vuelta ha merecido perder, incluso, por una diferencia mayor de goles frente a un conjunto mediocre, el italiano, que ha ganado precisamente porque ha derrochado el pundonor que les ha faltado a Messi y sus compañeros.
De semejante derrota, que pasará a la historia del club como uno de sus peores momentos, hay culpables a los que se debe señalar. Los jugadores, por su lamentable actitud, son los primeros. Alguno como Semedo no debería volver a vestir esa camiseta. Messi es el mejor pero esta vez no ha estado a su nivel. Luis Suárez, más solo que la una en punta, abandonado por un equipo cansado y apático, parecía un delantero de tercera que corre como pollo sin cabeza tras los defensas rivales.
Ernesto Valverde también es responsable de la debacle, por no administrar bien las piezas de inicio -es evidente que Iniesta no debía jugar- y por no remediar a tiempo sus errores. Los cambios han sido erróneos en fondo y forma. El bajón físico del equipo es una realidad que apunta, asimismo, a una mala planificación de la temporada. Para colmo, dado que la Champions es el título preferido por los aficionados, se da la paradoja de que el dominio insultante en Liga y la posible victoria en la Copa quedarán ensombrecidos si el eterno rival, el Madrid, que anda físicamente mejor que nunca, se lleva la orejona a casa.
El Barça ha fracasado en la competición que más nos preocupa, importa y apasiona. Los culés tardaremos años en olvidar este partido espantoso. Y, cuando pensemos en lo que ha sucedido, recordaremos que, por burdo y simple y hasta machista que suene, la Roma nos ha aplastado justamente por collons. Solo por collons.