Sánchez Arminio ha eliminado al Barça de la Champions League. El gol clave del partido fue el segundo. Es el gol que siembra la zozobra. Es de penalti cometido por Piqué. Es un penalti que Piqué comete por la inercia de saber que en España no se lo pitan. El Barcelona juega la liga sobre una red de seguridad tan firme y mullida que cuando juega en Europa se confía, olvidando que en Europa no: en Europa, ahí abajo, desde que cayó Platini, no hay red. Hay un vacío real.
Cuando Piqué agarra del brazo a Dzeko y le impulsa hacia abajo, sufre una amnesia geográfica momentánea. Por un momento cree estar en Levante o San Sebastián, donde agarrar del brazo a un rival e impulsarlo hacia abajo es cosa que puede hacerse con impunidad. Una vez cada dos años te pitan penalti, sí: riesgo más que asumible por obra y gracia de #VictorianoTeQueremos. En Europa el riesgo es menos asumible pero eso se olvida en el fragor de la batalla, con las pulsaciones al máximo.
Victoriano ha eliminado al Barça a punta de hacerle creer indestructible. Creyéndose indestructible, todo hombre o todo equipo se hace más vulnerable, es ley de vida. Es un instinto, una tendencia irracional pero inexorable: crees que en tu área no sucede nada y no caes en la cuenta de que en realidad no es en tu área, sino en la mente de un señor que se llama Undiano o Borbalán donde las cosas no suceden. Y ahí fuera los árbitros no se llaman Undiano o Borbalán. Se llamaban Undiano o Borbalán (o sus equivalentes en noruego o turco) cuando el que mandaba se llamaba Platini. Los tiempos han cambiado y el Barça no se ha dado cuenta, como María Antonieta encerrada en su jaula de oro mientras la turba ruge y se acerca. De hecho, hace ya mucho que la marabunta ha tomado el palacio y María Antonieta ni se inmuta.
Victoriano, sí, es el artífice del exceso de confianza que conduce al Barça, inveteradamente, a caer en Cuartos en cuanto sale al continente. Por cierto, ¿hay algún viso de realismo en la consideración de equipo de élite europea para el que cae en Cuartos durante tres años consecutivos? Por extensión, ¿es razonable el proclamar como dogma de fe la condición de mejor jugador del mundo para el futbolista abanderado de ese equipo? Si fuese indiscutible que Messi es el mejor (como se pretende), Messi no jugaría en un equipo que cae sistemáticamente -sí: sistemáticamente- en Cuartos de Final de la Champions League. El mejor jugador del mundo juega en el mejor equipo, o al menos en uno que no se permite el quedar habitualmente tan lejos del título más importante. Si su excelencia no conduce a su club al éxito ni por asomo, quedando siempre a años luz del mismo, su condición de número uno debe ser reevaluada con objetividad. La supuesta condición de Messi como mejor jugador del mundo sólo puede, desde que su equipo cae una y otra vez en cuartos europeos, ser entendida desde criterios estéticos, subjetivos. Decir que Messi es el mejor jugador del mundo (y/o de la Historia, como pomposamente se pretende) no es tan distinto, desde que el Barça cae siempre en cuartos, a pretender que el mejor de la Historia ha sido Mágico González. No diga usted que Mágico fue el mejor, diga que es el que a usted más le gustó. Con Messi igual, al menos de hace tres años para acá, por cuanto en ese espacio de tiempo argentino y salvadoreño han ganado las mismas Copas de Europa y han quedado ambos bien lejos de lograrla, siendo la Copa de Europa la única medida defendible de la real magnitud de una escuadra y un futbolista en el balompié de clubes.
Arminio, unido a algunos méritos indiscutibles de Messi y de los hombres de Valverde en su conjunto, ha sostenido la regla de un Barça que campeona en la liga local. Pero no se puede culpar al jefe de los árbitros de que el club catalán haya extrapolado la idea de su propia grandeza por encima de sus posibilidades. Si solamente eres capaz de ganar campeonatos en lo que te pitan penaltis en contra a razón de 0’5 por temporada, y cuando juegas otras competiciones de mayor calibre (y con otras reglas) te pintan invariablemente la cara, harías muy bien en prestar atención al maquillaje.
Puede que se esté resquebrajando.