En la encantadora villa de La Rochelle (75.000 habitantes), a orillas del Atlántico, no parece que vaya a comenzar una Eurocopa este viernes. Apenas hay publicidad ni estridencias que rompan la armonía de su paisaje urbano, rico en vestigios renacentistas, con la plaza del mercado como núcleo imprescindible de una existencia a ritmo de ciudad pequeña: pescado, ostras, fruta y verdura orgánica…
Es al cruzar el puente de tres kilómetros que la conecta a la isla de Ré (ocho euros de peaje) cuando se siente la inminencia del segundo torneo de fútbol más importante del mundo. Allí, protegidos de la curiosidad popular y de escaramuzas terroristas por un impresionante dispositivo de seguridad , la selección española entrena en un entorno francamente privilegiado, entre el mar y los viñedos, bajo el amable sol de junio.
La isla de Ré, conectada al resto de Francia por ese puente fabuloso, divide por esta vez su apoyo entre los ‘bleu’ y la ‘Roja’: banderas saludan a los españoles desde el mismo fin del puente. Las panaderías, los restaurantes y hasta las tiendas abrazan silenciosamente la presencia ibérica; de muchas casas cuelgan banderas tricolores y rojigualdas, agradeciendo a la Federación que se haya acordado de este soberbio paraje (relativamente desconocido en España) y del exclusivo hotel que se encuentra en una de sus puntas.
El Atalante, con acceso propio a la playa, tiene incluso un barco de la Marina enfrente de la arena para detectar cualquier alteración de la tranquilidad en una isla pequeña (unos 30 kilómetros de largo por cinco de ancho), cuya población de 18.000 habitantes se multiplica por diez en verano. Un helicóptero sobrevuela el entrenamiento vespertino de la selección. Los gendarmes vigilan cada cruce de carreteras. Son los únicos lugareños serios en una isla afortunada que se ha volcado con los visitantes del país vecino.
La extrema seguridad en Ré ha llamado incluso la atención de los futbolistas españoles, aliviados por el ritmo lento de vida que impone la isla. Su hotel (a partir de 200 euros la habitación) es aún más inaccesible estos días. El miércoles podía todavía accederse a sus puertas y ver vallas adornadas con mensajes como “La historia no te hace campeón; la humildad sí”. A partir de este jueves hay una barrera en una de las pequeñas calles de Saint Marie de Ré, el pueblecito al sur de la isla, que impiden la llegada a uno de los hoteles más ‘chic’ de Francia.
España espera la llegada de los partidos oficiales en un enclave propio de la alta burguesía gala, donde los escasos lugareños conviven en aparente armonía con surferos y ciclistas. Sólo si se acerca uno a Saint Marie o a San Martin (donde entrena y da ruedas de prensa la selección) puede comprobarse el nutrido aparato de seguridad que protege a la ‘Roja’. Triplica el que la acompañó a Brasil en 2014: una veintena de policías nacionales y una treintena de agentes de seguridad privada que se suman a los cinturones dispuestos por las fuerzas de seguridad francesas, que consideran a España prioridad máxima en asuntos de contraterrorismo.
A escasos kilómetros, entre las dunas, los ostricultores vigilan su negocio para que los afortunados turistas y los habitantes de La Rochelle prolonguen sus noches de verano. Excursionistas y ribereños se aventuran solos en busca de mejillones (e incluso percebes). En la isla de Ré, un día antes de que comience la Euro, parece haber suficiente para todo el mundo. Sería muy complicado encontrar un enclave más placentero (a pesar de los gendarmes) para convencer a 23 jugadores de que la tercera Eurocopa consecutiva es posible.