Liverpool

A las tres de la tarde del 15 de abril de 1989, Liverpool dejó de respirar. A 128 kilómetros, en Sheffield, se disputaba la semifinal de la FA Cup entre los ‘Reds’ y el Nottingham Forest, pero pasados unos minutos las cámaras ya no enfocaban al partido, sino a la grada. En Leppings Lane, donde se agolpaban los seguidores del Liverpool FC, se vivía la mayor tragedia recordada en el deporte. Decenas de aficionados yacían sobre el césped: 96 muertos y más de 400 heridos. En ese momento se activó la maquinaria del sistema para culpar a los aficionados, “borrachos y sin entrada”, en lugar de reconocer que había un exceso de aforo, que la policía no hizo más que complicar la situación, que el estadio no estaba preparado para el evento, y que los servicios médicos no supieron reaccionar.

El pasado mes de abril, 27 años después, la verdad se impuso tras un largo juicio. “Ahora empezamos a ver la cima”, explica a EL ESPAÑOL Margaret Aspinall, directora del Hillsborough Family Support Group, en apoyo a las familias. “Hay que esperar hasta final de año para ver si aceptan juzgar a los responsables por la vía penal, pero por fin estamos viendo resultados. Ha sido una tortura, ya merecemos vivir en paz”.

A medianoche, Margaret y su marido, Jimmy, fueron a la estación de Lime Street a recoger a su hijo James, de 18 años. No era un fiel seguidor del Liverpool FC, apenas había asistido a cinco partidos, pero la mañana anterior había salido emocionado ante su primer encuentro fuera de casa. “¡Mamá! Llegaré tarde, pero ganaremos tres o cuatro a cero”. Pasaron todos los autobuses que venían del partido y James no estaba ahí. “Jimmy se fue a Sheffield. Buscó en todos los hospitales y preguntó en todas partes”. A las seis de la mañana, Margaret salió a la calle en busca de aire fresco.

Entonces, vio a su marido subir la calle con las manos en la cabeza. “¡No vengas a mí! No vengas, porque no quiero que me digas que mi hijo está muerto”. Empezó a golpear las puertas de los vecinos, a gritar. Se giró y vio a Jimmy de rodillas, completamente roto. “¿Qué quieres que te diga? No sabes por lo que he pasado”. Sus otros cuatro hijos bajaron las escaleras para ver qué pasaba. “¿Cómo les dices que su hermano ha muerto?”.

Pusieron rumbo a Sheffield. “¿Está preparada, señora Aspinall?”, le preguntaron. “¡Preparada para qué!” Abrieron las cortinas y ahí estaba James sobre un carro. “Sólo quería darle un abrazo, ponerle el abrigo y decirle que su madre estaba con él. Pero no me dejaron”, lamenta. “Ya no pertenece a usted, señora Aspinall, pertenece al juez instructor”, le dijeron. “Nunca olvidaré esas palabras. ‘Ya no pertenece a usted’. Debe ser la peor frase que le puedes decir a una madre”.

Imagen de archivo de la tragedia de Hillsborough. David Cannon Getty Images

Han pasado cuatro meses desde el veredicto final y Margaret sigue envuelta en trabajo. Acaba de colgar el teléfono para una entrevista en Noruega, y apura un cigarro con nervio en la sede del grupo, muy cerca del estadio de Anfield. “Tenemos muchas reuniones hoy. Es increíble, piensas que esto va a decaer y no paramos de recibir muestras de apoyo de todo el mundo. Pero es lo que nos mantiene vivos”. El reconocimiento no es suficiente, ahora buscan condenar a los culpables.

El caso se convirtió en el más largo de la historia de Reino Unido. Cerrado en los noventa alegando que los aficionados habían provocado la avalancha, un panel independiente buscó pruebas para demostrar los hechos de nuevo en 2012, y reabrir una investigación que ha devuelto a los familiares a un infierno. Como el que pasó Stephen Whittle, la ‘víctima 97 de Hillsborough’, que, 22 años después de darle la entrada a un amigo, se suicidó, dejando 60.000 libras a los familiares para que continuaran su trabajo.

“Mis nietos me preguntan por qué sigo aquí. Soy consciente de que me estoy perdiendo mi vida familiar, pero todavía hay mucha gente que honrar. No sabes la cantidad de gente que ha muerto estos últimos años sin escuchar la verdad. Algunos familiares que fueron al juicio a ver las pruebas, a ver los vídeos, a escuchar testimonios, y que han fallecido ahora sin saber el veredicto. Han muerto atormentados, desesperados por ver la verdad. Es muy triste. Nos han hecho pasar por un infierno, y esto no ha terminado”.

Una semana después de la tragedia, Liverpool se volcó para rendir un homenaje a las víctimas en un multitudinario funeral en la catedral. Allí acudió Margaret Thatcher, quien se encontró con Aspinall.

—Teníamos a 750 agentes al cargo el día de la tragedia.

—¿Y entonces qué estaban haciendo?

—Su trabajo, querida, su trabajo.

—¿Y cómo mueren 96 personas si están haciendo su trabajo?

—Creo que es mejor que me marche, porque estás demasiado enfadada.

“Supe entonces que teníamos un infierno por delante”, lamenta. “Desde el principio, sabíamos que estaban formando una tapadera para culpar a los seguidores. La policía vino a mi casa a pedirnos una prueba de que James había pagado la entrada, y la prensa no paraba de culpar a los ‘malditos scousers’—habitantes de Liverpool (con un uso peyorativo en muchas ocasiones)—. En ese momento ya había muchísimos documentos, muchas pruebas, que decían lo contrario, pero lo ocultaron durante años. Lo más triste es que podríamos haber tenido justicia mucho antes”.

Todos contra los aficionados del Liverpool

“Cuando el veredicto salió a la luz, fue una sensación agridulce. Ya sabes, estás enfadado por ver cómo funciona el sistema, pero al mismo tiempo feliz. Era gente inocente, no habían ido hecho nada malo, sólo ir al fútbol. Al principio, teníamos a todo el país culpándonos. Toda la prensa en nuestra contra, haciéndole los titulares al Gobierno. ‘The Sun’ fue quien hizo los famosos titulares, pero era toda la prensa. Si ves los periódicos de entonces… Tengo alguno guardado. Por el amor de dios, qué desagradable. También los aficionados de otros clubes. “Míralos, los scousers”, decían", cuenta Aspinall.

“Nos hundíamos. Era todo el mundo contra Liverpool, contra la ciudad de los disturbios de Toxteth, contra la ciudad de los pobres. Siempre han querido manchar la imagen de Liverpool, de Merseyside. Es cierto que hubo una época complicada, con las protestas de Toxteth. Pero, si te das cuenta, lo que hacían era luchar por sus derechos, adelantarse a las injusticias que luego nos pasaron. Si miras su historia, por qué pasaron, es porque no eran tratados justamente. ¡Por el amor de Dios! Sólo sabían que todo iba mal. Por alguna razón, utilizaron eso para intentar hundirnos”, prosigue.

Estaban completamente solos. Margaret, ama de casa, volcó su vida en demostrar la injusticia. “No sabía hablar en público y tenía mucho miedo a equivocarme. Sentía presión, pero una presión buena, de la que te hace cambiar cosas, aprender, y sacar lo mejor de ti para responder a quien confía y demostrar a la gente que nunca hay que rendirse. Por entonces era muy tímida, tenía pánico, pero con el tiempo supe moverme en esas situaciones en las que la gente quiere ser simpática contigo, pero no ofrece nada”.

Entonces, “aprendes a decir que eso no es lo que quieres, que no quieres simpatías, que quieres hechos. Y tardamos en hacernos escuchar, pero en uno de los aniversarios que hicimos dije que no nos importaba quién gobernara, que teníamos las migas pero queríamos todo. Y Theresa May lo repitió en un discurso. ¡Nos estaba escuchando! Por primera vez, sentí que alguien captaba el mensaje. No queríamos una falsa verdad, solo pedíamos una verdad creíble”, confiesa.

Margaret Aspinall posa para EL ESPAÑOL. Mamen Hidalgo

Un documental de Jimmy McGovern en 1996 cambió la percepción de la sociedad y el destino del caso. Tras una investigación privada, probó la versión de los familiares. “La gente no podía creerlo. Vieron que había sido una injusticia y que tenían que hacer algo. A raíz de ese documental, recibimos mucha ayuda. Evidentemente había gente que seguía pensando lo mismo, pero no puedes cambiar a los ciegos o a los sordos. Una vez que se tapan no hay nada que hacer con ellos, no quieren escuchar. Los seguidores del Liverpool sí nos escuchan, y esos sí son mayoría”.

Incluso el Everton, rival en la ciudad, tendió la mano. “Han sido increíbles con nosotros, hemos recibido un trato fantástico. Mis hijos no quieren que el Everton gane, hay una rivalidad máxima, pero es sólo fútbol. Y el fútbol es más grande que la rivalidad. Estamos todos unidos. Saben que podría haberle pasado a sus seguidores. Fueron los nuestros, pero entendieron que había que permanecer unidos”.

El 1 de abril de 2014 se empezó a reescribir la historia con un nuevo juicio para aclarar la actuación de la policía de Yorkshire, responsable de la seguridad de 54.000 personas. En él se reconoció que diez minutos antes del encuentro la grada estaba llena. Sin embargo, la presión que ejercían miles de personas en el exterior del estadio, queriendo entrar al recinto, hizo que se diera la orden de abrir las puertas que daban acceso a una zona que ya estaba repleta de aficionados, provocando un tapón.

El oficial al cargo, Duckenfield, llevaba sólo 19 días en un puesto que desconocía. En los últimos dos años, los familiares han tenido que ver los vídeos de las escenas posteriores a ese tapón, donde centenares de personas trataron de sobrevivir ante la pasividad de los servicios médicos. Según los informes posteriores, podrían haber evitado la muerte de 41 de los fallecidos si hubieran actuado correctamente.

“Terminar el juicio y escuchar el veredicto fue una sensación de alivio. No puedes describir las emociones de ese día. En St George’s Hall—edificio emblemático de la ciudad—se vivió un momento mágico que es imposible que se dé en otro lugar del mundo. La gente me abrazaba y me besaba, me pedían bajar con ellos. Muchos estaban llorando. Es un orgullo. Ahora el mensaje es distinto: ‘Estos scousers nunca se rinden, mira lo que han conseguido’. No sólo por las almas de los 96, sino por el bien de esta nación y de la gente que está luchando por la justicia alrededor del mundo. Eso es lo que hacemos. No me importa el color o el país, todos somos seres humanos, y una vez has venido a este mundo debes tener los mismos derechos. Todos sangramos, todos usamos el baño, todos respiramos, todos somos iguales. Todos somos hijos o madres de alguien”.

Otros dos años de lucha

El futuro pasa por la decisión de sentar en el banquillo a los culpables para condenarlos por la vía penal. Para eso, hay que esperar a finales de este año. “Estamos agotados, pero ya hay que cerrar esta línea, aunque nos lleve otros dos años”, explica Margaret. “Lo que nos hace seguir es pensar en las injusticias ahí fuera, y en que muchos no tienen ayuda. Mi mensaje es: sal, presiona, sigue llamando a la puerta, golpea la puerta, y haz que se cansen de ti. Presiona tanto que al final tengan que lidiar con ello. Está claro que lleva tiempo, pero merece la pena”.

Margaret se derrumba cuando piensa en otras personas que ante situaciones complicadas se fijan en su lucha. “Hace poco me reuní con un experto en derechos humanos. Me contó que cuando salió el veredicto, él estaba en Irak. Y que era inexplicable la felicidad que se vivía allí al ver que nos habían dado la razón. Lo que me mueve es darle esperanza a esa gente, en cualquier país”, dice con los ojos húmedos.

“Me tendría que haber jubilado hace años. Me he perdido la vida de mis otros cuatro hijos, y me estoy perdiendo la de mis nietos. En 27 años no he descansado, nunca me he perdido una reunión. No estoy orgullosa de ello, estoy orgullosa de las familias que han luchado y confían en mí para liderarles. Y muy orgullosa de que todos estos años hayamos permanecido unidos ante las dificultades. Pero ahora soy mayor. Quiero tiempo con mi familia, quiero tiempo en paz. Quiero devolver a los demás todo lo que recibí, y necesitaré algo de actividad. ¡No quiero acabar con demencia! Pero lo que ahora quiero es vivir en paz lo que me quede de vida. Hay que terminar esto”.

Recuerdo en homenaje a James, el hijo de Margaret. Mamen Hidalgo

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