A comienzos de este año, en plenas vacaciones de Navidad, Carlo Ancelotti salió en defensa de Pep Guardiola por las críticas que el técnico catalán, su antecesor en el banquillo del Bayern de Múnich, venía recibiendo en Manchester. El equipo inglés seguía (¿sigue?) sin arrancar, pero según dijo Ancelotti en una entrevista para el canal ESPN, la responsabilidad era de la plantilla. “Los jugadores son los que tienen que adaptarse a él”, afirmó el madridista: “Guardiola tiene jugadores diferentes ahora, y la gente a veces subestima lo que esto significa. Creo que los problemas que pueda tener provienen de la adaptación de trabajar con jugadores con los que nunca ha trabajado antes”.
Los meses pasaron con su habitual rapidez. Guardiola fue excluido de la Champions en octavos de final, pero Ancelotti pareció haber concluido su aclimatación en el momento decisivo de la temporada. La Bundesliga era un paseo militar: cuando perdió el 4 de abril ante el Hoffenheim, el Bayern había acumulado 19 partidos seguidos sin derrota. (Hoy saca ocho puntos al segundo clasificado, el Leipzig).
Además, el equipo había pulverizado al Arsenal (10-2) en Europa. El ecosistema deportivo perfilaba un Bayern triunfal, que rompería el techo de cristal -las semifinales europeas- con el que se topó Guardiola. Era favorito antes de la eliminatoria contra el Real Madrid; los jugadores decían haberse desprendido de los automatismos de Pep, habiendo recobrado la “libertad” para jugar y explotar el talento descomunal de un vestuario a la altura de cualquier club.
El gran escollo en la andadura alemana de Pep fueron sin duda las tres semifinales de Champions perdidas consecutivamente ante Real Madrid, Barcelona y Atlético. Esta vez el verdugo fue de nuevo español, aunque sin las goleadas del pasado: once contra once (como ha dicho Guardiola), los alemanes fueron probablemente mejores. Acabaron siendo arrollados por el equipo con más pegada y orgullo del planeta. Nadie imaginaba una derrota en las semifinales de la Copa jugando en su propio estadio.
Este miércoles, ocho días después de su derrota en el Bernabéu, el Borussia Dortmund amargó definitivamente la primavera al club bávaro (algo que empieza a ser tendencia) y le derrotó en el Allianz Arena (2-3) para clasificarse brillantemente a la final de la Copa de Alemania. Fue otro partido extraño: el Bayern tuvo el control del juego y las ocasiones, pero terminó siendo remontado y eliminado (2-3). En apenas una semana, adiós a la Champions y a la Copa; Xabi Alonso y Lahm se despedirán del fútbol sin más finales. Como en las temporadas de Guardiola, la casi segura obtención de la Bundesliga vuelve a ser un trofeo insuficiente para saciar el orgullo muniqués.
Un mes después de tocar el cielo, el Bayern parece ido. Hacía 17 años que el Bayern jugaba cinco encuentros seguidos sin ganar, como le pasa desde hace dos semanas. El golpe de la Champions, dudas arbitrales incluidas, afectó una zona del alma lastimada por la reiterada impericia del equipo en sus semifinales guardiolistas.
"Lo que le pasa a Guardiola es lo mismo que me pasa aquí en el Bayern”, explicó Ancelotti cuando salió a defender a su colega el pasado mes de enero: “Los jugadores tienen que acostumbrarse a mí y nos ha costado”, admitió, “creo que es más difícil llegar a un club donde todo va bien”. La habitual Bundesliga evitará cualquier terremoto balompédico este verano en Baviera, pero la primera temporada del adorado ‘Carletto’ en el todopoderoso Bayern termina con peor botín que la primera de Guardiola. Éste ganó Liga y Copa; el primero sólo ganará la Liga. La presión aumentará la próxima campaña: el legado de Guardiola parece hoy un poco mejor.