Rusia, decían, iba a ser tercera de su grupo. Como mucho, pasaría como segunda. Incluso, tendría el placer de enfrentarse a España –que, según los más optimistas, sería primera del suyo–. Y, después, adiós. Se acabó. La anfitriona alzaría la mano como la Reina de Inglaterra, saludaría y se marcharía a ver el resto del torneo desde Marbella, Mallorca o Benidorm, con un mojito, una hamaca y la arena de playa incrustada en las bolsas de viaje. Sin embargo, tras capitular los dos primeros partidos, estaría bien rehacer los pronósticos. De primeras, porque el equipo de Stanislav Cherchesov ha brillado desde que comenzó el torneo y ha goleado (cinco tantos a Arabia Saudí y otros tres a Egipto). Pero, sobre todo, ha ganado una confianza de la que no dispuso jamás en su historia. Así, toca ser precavidos. La prudencia siempre fue una virtud [narración y estadísticas: 3-1].
Las sensaciones excluyen las dudas. Rusia, en la primera jornada, dio una sorpresa. Se postuló, ante la estupefacción de casi todos, como candidata a pasar segunda de grupo. Ahora, tras aplastar a Egipto, hay quien la reconoce como primera. Es más, quien atisba una posible victoria ante Uruguay en el último choque. Y, entonces, adiós a todo lo que se pensó previamente. O quizás no. Puede que, al final, España termine como segunda y se vea con la anfitriona en octavos. En fin, cábalas que todavía no se pueden traducir en realidad, pero que se atisban como posibilidad. En cualquier caso, ésta no es la anfitriona que aparecía en el imaginario colectivo.
De hecho, el camino hacia la final, el que vislumbra España, se antoja más complicado –siempre que se clasifique, que está por ver–. Rusia, ante Arabia Saudí, tan solo goleó. Contra Egipto, además, jugó al fútbol. Y muy bien. ¡Y eso que sobre el campo estaba Salah! El faraón, en mayúsculas, tras descansar el primer partido por precaución, compareció en este segundo. Ayudó psicológicamente a los suyos y atemorizó al enemigo, pero sólo parcialmente. Tras la mirada inicial, la que impuso fue la anfitriona.
Crecida por el ambiente, encontró a Cheryshev –de lejos, el mejor de la primera mitad– y conjugó fútbol con ocasiones. Una de Ignasevich de cabeza, otra de Golovin, alguna más de Dzyuba. Dio igual. Ninguna encontró puerta. Y, al otro lado, Egipto fue creciendo poco a poco. El astro del Liverpool tuvo la primera en el 20, dándose la vuelta y golpeando la pelota. Se marchó cerca del palo. Y, después, Trezeguet hizo lo propio. Pero el marcador no quiso moverse. De hecho, no lo hizo hasta después del descanso.
Pero, claro, tras pasar por el túnel de vestuarios, Rusia se lanzó al cuello de Egipto, que se marcó el primero en propia puerta –Fathy lo metió dentro de la portería al intentar despejar–. Y, después, la hecatombe. Cheryshev recibe un balón dentro del área y la mete para dentro. El estadio de Krestovski, explotando de júbilo. Y, para terminar, el tercero, obra de Dzyuba. Y fin de la historia. Certificado virtualmente el pase, la anfitriona aceleró hacia la capitulación del partido –con gol de penalti de Salah de por medio– para que el vodka bañe los sueños de su selección, que ya piensa –salvo sorpresa (es decir, victoria de Arabia Saudí)– en octavos.
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