"Sabíamos que el partido duraría hasta que marcara el Madrid", dijo Garitano con cara de meme (atención al deletreo, o no) compareciendo frente a la prensa tras el enésimo gol decisivo de Sergio Ramos en tiempo de descuento. Lo cierto es que el partido dio para descontar lo suficiente como para llegar al momento en que marcó Sergio, pero no lo suficiente como para alcanzar a cobrarse el último córner que tiró el Deportivo. Si los chicos de Garitano lo hubieran lanzado bien, intuyo que el entrenador vasco no habría emitido queja alguna, aunque seguramente me equivoque de cabo a Ramos.



¿Y qué es tirar un córner bien? Algunas escuelas de pensamiento han llegado a la conclusión de que para tirar un córner bien es condición suficiente (aunque a veces no necesaria) que el cronómetro sobrepase el tiempo reglamentario y el de Camas ande por el área con cara de fatum y trance entre los ojos. Yo creo que exageran un poco y que con las cosas normales, consuetudinarias, no conviene categorizar, ya que su propia cotidianidad les resta enjundia argumental.



Yo quiero tener un millón de amigos antimadridistas y así más fuerte poder cantar, aunque la razón última de este anhelo (que sorprenderá a muchos de mis lectores) no es tanto musical como de simple curiosidad. Si tengo un millón de amigos antimadridistas (qué grandes han sido todos los Roberto Carlos de los que se tiene noticia), muy mal se tiene que poner la cosa para que algún día uno de ellos, o unos cuantos, no me hagan unas cuantas confidencias acerca de esta sobredosis de humor negro que les ha inyectado Dios con la jeringa del Churu.



-Dime qué se siente.



"Indios, decime qué se siente", comienza una famosa canción de la tribu vikinga en alusión a la Final de la Décima, y yo de veras que no leo malevolencia alguna en la pregunta. Antes bien, aventuro en ella una curiosidad que, de no ser completamente neutra, se ve en todo caso sazonada por un deje de solidaridad y compadreo.



-Garitano, decime qué se siente, y decime que de haberla metido vosotros en el último córner te habrías quejado también.



Estas cosas hay que preguntarlas con acento argentino porque es el acento que el tópico asigna a los psicoanalistas. No hay diván, empero, lo suficientemente grande para el millón de amigos antimadridistas que yo querría tener. De haberlo, y de ser yo el experto encargado de aliviar sus cuitas, iniciaría mi terapia con una aclaración tranquilizadora, y aunque fueran un millón les hablaría de uno en uno.



-Nada temas. No te actives. No vamos a hablar de goles de Sergio Ramos de cabeza en el minuto noventa y tantos. Ya quedamos en la última sesión en que los contratiempos característicos del día a día vamos a asimilarlos como lo que son, es decir, tribulaciones rutinarias. Hoy regresemos al momento en que, sentado delante de la televisión, viste a un dominicano de nombre Mariano marcar el empate rematando con el hombro. Quiero que exteriorices tus sentimientos en ese preciso instante. No te voy a preguntar si intuías el desenlace final porque sé que no solo lo intuías sino que lo descontabas. Pero claro, no lo descontaste hasta que Mariano no la metió con el hombro izquierdo. ¿Qué pasó por tu cabeza entonces? ¿Qué imágenes te asaltaron? ¿Nutridos Ramos de orquídeas teñidas en sangre, acaso? Puedes desahogarte.



La cosa tendrá sus contraindicaciones porque dicen que la deontología profesional veta al terapeuta la opción de establecer amistad con sus pacientes. Si tengo que elegir entre ser amigo o terapeuta de un millón de antimadridistas, me quedo claramente con lo primero. "Ain't it good to know that you've got a friend?", les cantaría como James Taylor, o me ofrecería para tenderme como improvisado puente sobre aguas turbulentas a la manera de Paul Simon. El madridismo siente por su némesis, en estos días aciagos, una ternura profunda, la ternura que se siente ante el alma desamparada, traicionada por el Hado en (ya) treinta y cinco ocasiones consecutivas y sabedora de que la maldición, cuajada del más cruel de los sarcasmos, está aquí para quedarse.