Suponemos que respondiendo a las últimas voluntades del finado, los deudos de D. Carlos Fernández Palomero, que falleció hace tres días en L´Hospitalet de L’Infant, entregaron al periódico la esquela que muestra la foto que ilustra el artículo. D. Carlos “pasó al Padre (…) habiendo recibido los Santos Sacramentos y la Bendición Apostólica después de 4.597 semanas de una vida plena, en comunión con su esposa, siempre dedicado a su familia, tras haber disfrutado de 11 Copas de Europa”.
Ojalá pueda yo, cuando deje este valle de lágrimas, proclamar en mi esquela que disfruté del mismo (o mayor número) de Copas de Europa que D. Carlos. No va a ser fácil, porque llegué tan rematadamente tarde al reparto de Copas de Europa del Madrid entre los menesterosos años que me perdí las 6 primeras, puesto que nací en 1970. No solo me las perdí, sino que a los 28 años aún andaba preguntándome si algún día llegaría a ver alguna.
Luego resulta que vi cinco, quién me lo iba a decir, pero repito que me presenté en el mundo tan a contrapié de lo importante que alcancé a temerme excluido de la gloria, no de la eterna que a buen seguro goza ahora D. Carlos, sino de otra aparentemente más mundana y a la cual, sin embargo, no ha podido evitar referirse nuestro hombre cuando se hallaba cara a cara con la eternidad. La primera y aciaga tentación, pues, es pensar que al término de la misma mi existencia no habrá sido tan “plena” como la de D. Carlos, ni en lo referido a salud, dinero o amor, ni tampoco en lo tocante a lo que de verdad cuenta.
Pero un momento. Hagamos cálculos. Dice la esquela -acaso rindiendo tributo a alguna broma privada de D. Carlos, quien seguramente usaba jocosamente esta unidad de medida- que nuestro protagonista vivió 4.597 semanas. Eso son casi 92 años, lo que nos señala indefectiblemente su año de nacimiento: 1925. La primera Copa de Europa del Real Madrid data de 1956. D. Carlos tuvo que esperar 31 temporadas (más que yo, por tanto) para ver su primera Copa de Europa. Si él tuvo que esperar más que yo para estrenarse (futbolísticamente hablando), ¿qué me hace pensar entonces que, suponiendo que el Señor me conceda una longevidad similar, no podré disfrutar de las mismas que él llegó a ver? Cierto es que son cifras sesgadas porque antes de que D. Carlos cumpliese los 31 la Copa de Europa no existía aún, pero el sesgo -acabo de decidirlo- juega si acaso en el equipo de mi optimismo. La plenitud de D. Carlos se basó, como condición sine qua non, en el cumplimiento del requisito previo y altamente improbable de la creación de una competición como la Copa de Europa, que el mundo le debe a Santiago Bernabéu. A mí la 'Orejona' me vino ya creada, lo que aumenta la verosimilitud de la hazaña de alcanzar a D. Carlos si uno lo pone todo en perspectiva.
Así que D. Carlos tuvo que esperar 31 años antes de ver su primera Copa de Europa. Pero es que luego tuvo que esperar otros 32 entre la Sexta y la Séptima. Para que luego ese madridismo torvo y refunfuñador que llena de exasperación las redes sociales, espoleado por la prensa en su negatividad, se lleve las manos a la cabeza porque de vez en cuando el Celta se cargue al Madrid en la Copa del Rey. La vida de D. Carlos (a quien no tuve el honor de conocer, y para esto ya sí que me temo es demasiado tarde) es sobre todo un ejemplo de paciencia. La paciencia todo lo alcanza, ya lo dijo Santa Teresa, y eso que en su equipo no jugaba Luka Modric. Yo miro a Luka Modric y sé (no creo, sé) que mi paciencia será recompensada. A veces hace falta echar mano de ella, de la paciencia, y tanto esto como lo de Modric lo sabía sobradamente D. Carlos.
En un madridista, la paciencia no tiene casi mérito. Imaginen, poniendo todo a escala, las dosis de paciencia de las que habrá hecho gala un D. Carles recién fallecido a los 92, y todo para ver ganar a su equipo cinco Copas de Europa, no alcanzando a catar las mieles de la primera hasta los 67. Al Atleti no podemos incluirlo en la ecuación porque nos obligaría a efectuar nuestros razonamientos desde otra dimensión, dicho sea con todo el afecto. No le pido siquiera a ese madridismo ciclotímico que tenga la perspectiva a largo plazo de D. Carlos. Me conformo con que adopte un ángulo medioplacista de las cosas.
Tengo un sobrino cura que es siempre taxativo en sus homilías, tras las que se desatan escenas propias de los libros de Guareschi: “En el Cielo seremos todos del Madrid”. Algunos feligreses se le rebelan, quisquillosos que son, pero yo estoy completamente de acuerdo con él. Aunque no deje de intrigarme cómo será el encuentro con la Luz del antimadridista, cómo tras expirar abrazará el relámpago definitivo de gozosa lucidez, me reconforta saber que D. Carlos se ha presentado allí con los deberes hechos.
Y de qué manera.