El espíritu del Calderón es una cosa etérea, algo que #nosepuedeentender. Es una pancarta en el fondo sur sostenida antes del cierre del estadio del Manzanares. Un papá con bocadillos en la mochila y dos hijos intentando zafarse de él mientras bajan por el Paseo de Acacias. Es una caña en el bar de Blanco, en el Rincón del Bierzo, ese que da a la calle Toledo. O un cubata en el Parador. O un ‘mini’ en ese chino nuevo que tanto sonríe. Es una ola ante el Athletic. Sí, porque se ganó (3-1). Es Torres marcando dos goles, mirando a la grada y 50.000 personas coreando el nombre de un ‘niño’ al que le florecen lágrimas y se le humedecen los ojos. Es para que no lo cierren.

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El espíritu del Calderón es una despedida así. Es el himno sonando, 19 copas sobre el césped y un homenaje sin fecha de caducidad a los veteranos. Es Simeone hablando y, simplemente, el respetable escuchando: “Los demás equipos pueden tener más dinero, alguna copa más que nosotros, pero nunca van a poder imponer el sentimiento que tienen ustedes”. Es una foto el último día, una familia unida, unos ojos enrojecidos y un escalofrío por el cuerpo. No, no se puede entender. Es para que no lo cierren.



El espíritu del Calderón es José Luis Rodríguez Sánchez, el primer socio y abonado. Es el Metropolitano. Y el Manzanares. Y el Calderón. Y el Wanda -o como lo acaben llamando-. Es historia, presente y futuro. Es un “me quedo” de Simeone, una sonrisa en la cara del aficionado, una borrachera de emociones. Es el ‘Mono’ Burgos, es su nariz partida, su sangre y su regreso. Es Rosendo sonando tras cada partido. Es una manera de vivir, de vencer, de soñar y de morir. Es para que no lo cierren.



El espíritu del Calderón es un tifo en el último partido oficial: “Paseo de los Melancólicos, Manzanares, ¡Cuánto te quiero!”. Es Sabina, que siempre está ahí. Es un partido contra el Athletic, el club que decidió crear una sucursal en Madrid. Es una victoria que recuerda a otra. Es la herencia del Metropolitano, donde también se ganó en la despedida con un gol de Collar (1-0). Es un #graciasaTiago en su adiós como rojiblanco. Es una piña por equipo. Es para que no lo cierren.



El espíritu del Calderón es un “olé, olé, olé, Cholo Simeone”. Es la garganta rota del día después, el recuerdo eterno de Luis Aragonés y el temblor de la grada. Es el frío del invierno. Y qué frío. Es la brisa del Manzanares y el ramo de Margarita en el córner de Pantic. Es una Intercontinental coronando un Doblete y otros muchos títulos azuzando el porvenir. Es una camiseta, dos rayas, un escudo y un corazón coloreado en rojiblanco. Es para que no lo cierren.



El espíritu del Calderón es el abrazo después de cada gol. Es esa última eliminación de Champions. Es aquella lluvia, Simeone levantando la cabeza y el Calderón en pie. Es el sufrimiento, el morderse las uñas y el nunca bajar los brazos. Es creer todos los días. Es un “estamos orgullosos de nuestros jugadores”. Es honrar a los mayores, a los que derivaron en pasión la adhesión a unos colores. Son Pantic, Futre, Gárate, Caminero, Leivinha, Perea, Gabi… Son muchos. Y más que serán. Es para que no lo cierren.



El espíritu del Calderón es, en definitiva, indescriptible. Se intentará, pero no se conseguirá. ¿O se puede, acaso, explicar el amor? No, no se puede. No hay motivos de un sentimiento. No, no los hay. Y tampoco hay un adiós. Qué decir. Es para no cerrarlo. O quizás para hacerlo y continuar. Al fin y al cabo, qué hay de malo en seguir viviendo.

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