Este periódico publicó el pasado mes de noviembre una columna titulada “Zidane, cien partidos sin estilo”, en la que el periodista reprochaba al Real Madrid su gris liderazgo en la Liga y el hecho de que surcase la primera fase de la Champions League con la comodidad habitual, sin alarde alguno. Siempre se espera más del Madrid, y diez meses después de la llegada de ‘Zizou’ el equipo terminaba ganando la mayoría de los partidos con apuros, haciendo sufrir a la afición, a base de carácter. Los choques se resolvían con diferencias máximas de un gol y se celebraban demasiados tantos en los últimos diez minutos. No se veían progresos tácticos ni grandes novedades en su fútbol, con excepción de Casemiro: el corsé de la ‘BBC’ y el abuso de su legendaria pegada final parecía condenar al equipo a un desengaño final y a Zidane al desnudamiento de su verdadera condición: una leyenda con carisma suficiente para gestionar egos, pero jamás un entrenador influyente. Nunca un Guardiola, por así decir.
Los últimos dos meses del Real Madrid, con la salvedad de aquella demostración divina de Messi en el Bernabéu, salvaguardan a ‘Zizou’ de cualquier enmienda a la totalidad. Ni siquiera necesita ya la conquista de la segunda Champions consecutiva. El Madrid ha cuadrado el círculo: ha logrado convencer a su ídolo, CR7, de que sólo podía seguir siendo CR7 si aceptaba su condición humana y descansaba cuando hiciese falta; ha aprovechado la lesión de Bale para asegurar a Isco y Asensio, jugadores de futuro, y romper el mito sospechoso de la ‘BBC’; ha sabido, con todo ello, dar minutos suficientes a Kovacic y a James como para que el primero permanezca en la plantilla y el segundo no produzca demasiadas pérdidas con su venta.
Pase lo que pase en Cardiff, ésta ha sido la mejor temporada de Kroos, Nacho y Carvajal. Modric ha superado molestias para terminar la Liga en un momento explosivo y Benzema es desde febrero un futbolista ligero, delicioso, decisivo. Marcelo y Pepe están fuera de cualquier duda; hasta Keylor superó con nota su momento de duda y podría complicar, por su actuación, el previsto fichaje de De Gea este verano. Casilla, sin hacer ruido, se ha consolidado como segundo portero sin discusión. El denostado Danilo, un atleta comprometido, ha jugado con honra varios partidos estelares resueltos con victorias holgadas. Sólo Bale, Varane y quizá Lucas Vázquez terminan la temporada con un caché algo más bajo que hace un año. Y Morata, querido por la afición, sólo se irá si no aguanta más la suplencia.
Sabiduría oriental
La pacificación, primero, y optimización, después, de una plantilla colosal pero endiosada es el gran legado de una temporada que comenzó extraña, torcida, inestable, y coloca a estas alturas al Madrid como uno de los dos mejores equipos del planeta. Ningún jugador encarna tanto esta virtud de Zidane como Cristiano, convertido irrevocablemente en delantero centro para amoldar su explosividad al paso del tiempo, persuadido de que las rotaciones son beneficiosas para todos, convencido por los hechos de que el ‘Pichichi’ liguero es insignificante en comparación con un gran triunfo colectivo. El portugués lleva semanas repitiendo la importancia de los compañeros “que juegan menos” pero ganan todos los partidos “por lo bien que están”. No es ya el Cristiano de “soy guapo, rico y me tienen envidia”; es el Cristiano de 'he madurado, tengo 32 años, no puedo jugarlo todo y dependo de un equipo para seguir siendo el rey'.
El Madrid es el primer campeón de Liga española en el que hasta 20 jugadores han disputado más de 1.000 minutos; descontados el ‘jubilado’ Coentrao y el tercer portero, todos los jugadores han protagonizado victorias y momentos decisivos. Todos se han sentido útiles, aunque quisieran serlo más, en un vestuario extraordinariamente competitivo.
En su serena persuasión de estilo oriental y su carisma de leyenda futbolística mundial reside el sutil poderío de un entrenador sin carné que nunca convenció del todo a la propia directiva y que frente al Bayern de Múnich, en cuartos de final de la Champions, pudo malograr su carrera. Los bávaros eran favoritos y salieron al Allianz Arena a demostrarlo. El Madrid sufrió muchísimo, aguantó el asedio, se benefició de errores ajenos y jugó a placer media hora frente a diez jugadores rivales. Fortalecido por esa victoria frente a su antiguo maestro, Zidane creció lo suficiente como para mudar la piel y lograr que en semifinales el Real Madrid domase al Atlético de Simeone. Lo hizo con una claridad casi insultante, superado sólo por los 20 minutos iniciales de magia calderoniana. Una eliminatoria tan rotunda que obliga de alguna manera al ‘Cholo’ Simeone a recomenzar de nuevo: nunca se notó tanto la diferencia entre el campeón y el vecino aspirante.
18 meses después de llegar al banquillo merengue, Zidane ha ganado una Champions, una Liga, una Supercopa de Europa y un Mundial de Clubes. El 3 de junio puede convertirse en el primer entrenador que gana dos Champions seguidas. Ha jugado hasta ahora 58 partidos ligueros, con registros que superan a Mourinho o Ancelotti. No le acompaña la liturgia que ensalzó hasta los altares a Guardiola o a Mourinho en su momento, pero ya nadie podrá decir que el Madrid no juega a nada. Las últimas seis semanas de competición, momento esencial de la temporada, han mostrado un equipo sólido, unido, paciente y mortífero. No se veía un equipo tan capaz en Concha Espina hace mucho tiempo. ‘Zizou’ no sólo administró la plantilla para que llegase a la primavera en condiciones óptimas; el equipo ha mostrado una ambiciosa inteligencia para controlar el ritmo de los partidos y solventar problemas con una eficiencia trabajada, colectiva, menos dependiente del talento individual y liberada de complejos: no pasa nada por ceder el protagonismo un cuarto de hora o veinte minutos, sobre todo cuando se juega fuera de casa. Lo importante es no perder el control.
El Madrid ha pasado de ser un museo del talento a un equipo de veinte futbolistas con varias propuestas de juego, incluso en un mismo partido. El ego es el máximo enemigo de la felicidad y del rendimiento, parece decir Zidane todos los días con su silencio y sus inexpresivas ruedas de prensa, siempre al borde del tedio. El ‘equipo B’ de los suplentes ha conseguido 15 puntos esenciales en la segunda vuelta, sin un solo fallo. Ese es, al fin y al cabo, el estilo de Zidane: hacer fácil lo más complicado para un entrenador. Es decir, mantener frescos y comprometidos a los que juegan menos. Pero en realidad eso es lo segundo más complicado. La mayor dificultad era convencer a Cristiano Ronaldo de su condición mortal. Ya avisó el entrenador el 5 de enero de 2016, cuando aterrizó en Concha Espina: “Mi único objetivo es ganar, estar cerca de los jugadores y tener una buena relación con ellos… Es lo más importante para el buen funcionamiento del equipo”.