Álvaro Arbeloa anunció su retirada del fútbol y, a pesar de que llevaba un año fuera del Real Madrid, prácticamente la totalidad del madridismo le despidió como uno de los suyos, casi como un héroe. Hasta el propio club le dedicó un emotivo mensaje: "Corazón madridista y orgullosos de que hayas defendido nuestro escudo y nuestra camiseta".
El salmantino, zaragozano de corazón, se va pronto, a los 34 años, pero prácticamente por la puerta grande: excepto su último año en Londres con el West Ham, su carrera ha sido muy exitosa y también ha tenido varios componentes para el recuerdo que ahora cosecha.
Pocos futbolistas entendieron tan bien lo que significaba portar y defender ese escudo que defendió varios años. Arbeloa supo representar a la perfección el sentimiento madridista: con compromiso, honestidad y lealtad al club, se vistió, cuando la ocasión lo requería, de aficionado de a pie y se presentó como máximo defensor del Real Madrid, algo que al hincha le reconfortaba. Cualquiera de los madridistas que defendía sus ideas sabía que tenía en la plantilla a un jugador que daba la cara por ellos.
Esa forma de ser, de actuar y de jugar llevó a una despedida con honores el año pasado, cuando Arbeloa, antes de que acabara la temporada, anunció que se iba del Real Madrid. Una camiseta gigante en una de las gradas del Bernabéu y manteado por sus compañeros. Ese adiós y el actual, con mensaje del club y muchas muestras de cariño, contrasta con el de otros emblemas del madridismo que no acabaron de la misma manera.
Casillas, por ejemplo, no tuvo un adiós similar. Tampoco Raúl, otro grande de la historia del club. Bien es verdad que en el caso del primero todavía quedaría llegar al punto en el que está ahora Arbeloa, la retirada definitiva del fútbol, y que al segundo después se le hizo un homenaje en el trofeo Santiago Bernabéu, pero sus despedidas del estadio blanco fueron bastantes diferentes.
Uno de los motivos puede ser la forma en la que cada uno comunicó su adiós. Arbeloa lo adelantó antes de que se acabara el año, dando tiempo al homenaje que recibió. Casillas, en cambio, no podía tener una despedida similar porque jamás avanzó su final y se hizo todo muy rápido. A Raúl le pasó lo mismo. Cuando acabó la temporada, él no tenía en mente irse. Fue en verano cuando tuvo que marcharse al Schalke 04.
Otra razón radica en el momento del adiós. Arbeloa supo irse cuando ya veía que no daba el nivel que exige el Madrid y fue honesto con el club y consigo mismo, mientras que otros ilustres sí quisieron alargar su estancia costara lo que costara, alcanzando un poder casi absoluto por momentos. Para coger tal papel ayudaron aquellos contratos vitalicios que Ramón Calderón dibujó para los dos estandartes del momento.
Además, Álvaro Arbeloa siempre fue azote del antimadridismo. Odiado por gran parte del barcelonismo, el defensa acabó siendo el escudo madridista que luchaba contra los ataques de los rivales. Y eso siempre gusta a la afición. En cambio, otros capitanes como Raúl o Casillas fueron más benevolentes con el eterno rival, especialmente en sus etapas finales.
También suma que Arbeloa respetó y defendió a cada uno de sus entrenadores. Conocida es su estrecha relación con Mourinho, sin duda el que más le marcó y cuya amistad sigue hoy en día, pero Álvaro fue también leal con Pellegrini, Ancelotti, Benítez y Zidane. Por eso en el fútbol español todos hablan bien de él, a excepción, claro, de culés, atléticos y demás antimadridistas a los que Arbeloa no quiso enamorar porque precisamente eran ellos sus enemigos deportivos.
Arbeloa, que tendría sus propias opiniones como en todo vestuario, jamás dijo en público una mala palabra de un compañero o entrenador. Aceptó cualquiera de las decisiones que tomaban, muchas de ellas contrarias a sus intereses, e hizo equipo también desde la suplencia. En el último año, en el que se vistió poco de corto, supo hacer grupo en una faceta que quizá no le correspondía.
Raúl, por ejemplo, curó las heridas cuando regresó al Bernabéu con el Al Assad. Jugó una parte con cada equipo y se llevó un baño de masas. Marcó un gol e hizo más épico aquél reencuentro. El Rey fue al partido, le sacaron todos sus trofeos y en las gradas se sacaron varias pancartas de homenaje. Fue ese su verdadero adiós, ya que el anterior se había limitado a un acto, con todas las copas, en el palco de honor del Santiago Bernabéu.
En cambio, otros jugadores como Xabi Alonso también recibieron el cariño del Bernabéu cuando regresaron a Madrid. El vasco se fue deprisa y corriendo en agosto de 2014, pero volvió en abril de 2017 con el Bayern. Fue ahí cuando se llevó una ovación, primero al ser cambiado y después al finalizar el partido. Un ejemplo como este podría valer para Casillas. No ha regresado aún con otro equipo al Bernabéu y no se sabe si en su vuelta recibiría el mismo cariño que Alonso.
Pero no solo Raúl o Casillas. Del Bosque se fue por la puerta de atrás a pesar de ganar la Liga tras no renovar con el club en 2003. Su animadversación por parte del madridismo creció al rechazar el técnico salmantino la insignia de oro del club, incapaz de superar etapas pasadas con el actual presidente.
Lo mismo le pasará a Pepe este año, que tras sus últimas declaraciones contra Zidane y el club impidió cualquier adiós con honra y se ganó más enemistad que cariño. Hierro, capitán tantos años, tampoco tuvo un adiós a la altura que merecía. O Roberto Carlos, que se fue a lo grande, con una Liga, pero que tampoco tuvo ningún acto especial. Las despedidas han sido muy diferentes en el Bernabéu.
En general, el madridismo premia más la entrega, la profesionalidad, el compañerismo, la fidelidad, la lealtad o el compromiso antes que cualquier título. Los trofeos encumbran al jugador, los valores a la persona. Por eso en el Bernabéu se recuerda a diario, por ejemplo, a Juanito, que no fue el que más ganó pero sí uno de los que más valores aportó.