La prensa deportiva barcelonesa celebra este lunes un nuevo partido sin marcar por parte de Cristiano Ronaldo. Yo sugiero que los dos diarios filoculés convoquen a las masas en Canaletas para la oportuna fiesta, porque si sigue así durante ocho o nueve partidos más el portugués está en riesgo de comprometer su media de más de un gol por partido durante ocho años consecutivos. “Cristiano ya no sale a más de un gol por partido durante ocho años”. Cuando tengan ese titular, la portada completa está asegurada a cinco columnas. Es posible que se estén guardando ese as en la manga para invocar al jolgorio callejero de sus huestes.
Para lo que en cambio no van a esperar nada, y estamos a un minuto y medio de verlo, es para aprovechar la coyuntural sequía goleadora de Cristiano proclamando urbi et orbi, como han hecho tantas veces, la estupidez intrínseca de quien sostenga que Cristiano es mejor o siquiera comparable con Messi. Que Messi es no ya mejor, sino mucho mejor que Cristiano, es para este gente dogma de fe del mismo rango que los que emite el Papa, que para eso es argentino también. Si no hemos asistido a una nueva puesta en circulación del dogma en las últimas horas ha sido solo porque su héroe improbable ante el Sevilla ha sido Paco Alcácer en lugar de Leo. “A saco Paco”, han tenido que titular en cambio (esto es cierto lo crea o no el lector poco avezado y de gustos dignos), quedándose a un paso de adjuntar en los quioscos al ejemplar del día un CD con la repetición en bucle de Paquito el Chocolatero. La prensa filoculé es así. Lo más parecido al recato que conoce es María Lapiedra, cuyo noviazgo con Laporta no fructificó en matrimonio por imperativos del derecho a decidir.
Estamos a otro partido sin marcar de Cristiano y un gol en paralelo de Messi para que la propaganda culé vuelva a tachar de estultos a todos los que prefieren al portugués, abundando además en la injusticia sarracena que constituye el más que probable nuevo Balón de Oro para Ronaldo. Resulta que Cristiano está a punto de empatar a Messi en el número de máximos galardones individuales cosechados (cinco cada uno) aunque esto sea por supuesto imposible, qué escándalo. No sé si la evidencia matemática de esos trofeos individuales, junto con la también muy pareja cosecha colectiva, hará que se corten los del insoportable paralelismo con Mozart y Salieri, que las hazañas del de Madeira en los últimos tres años han descatalogado hasta para los más líricos. Joder con Salieri, por mucho que lleve un comienzo de temporada amargado al retortero del recuerdo de una sanción canalla y de la espada de Montoro.
Solo hay una cosa que me aburra más que la eterna comparativa entre Cristiano y Messi: el dogmatismo que acarrea, y que sólo acarrea por una de las partes. La displicencia con la que los culés, afectados por una altanería sobrevenida de nuevo rico, han descalificado durante años cualquier intento de situar la grandeza de ambos a un nivel similar es algo que no debe ser olvidado, por mucho que el Destino se haya carcajeado a modo del talibanismo conceptual azulgrana a punta de Champions del Madrid con goles decisivos ¿de quién? Yo sostengo aquí y ahora, en el momento goleador más bajo del delantero del Madrid, que Cristiano es mejor que Messi porque es más completo y porque se las ha apañado para brillar a la misma altura que él asistido por compañeros que con frecuencia han sido inferiores a los de Leo, entre cuyos compañeros sitúo también a destacados miembros del colectivo arbitral que tantos méritos han hecho para ganarse el servicio de Villar y de paso rematar este párrafo.
Cristiano supera a Messi, también, en intangibles no técnicos, como ese imbatible espíritu de superación. Cristiano es mejor que Messi porque Messi quizá sea mejor que Cristiano pero Cristiano jamás ha tomado nota de ello. Tengo para mí que lo que le hace falta ahora, en este bache de cara a portería, es precisamente dejar de tomar nota de su mala suerte. En cuanto suelte el bolígrafo y el cuaderno, volverá a ser la mayor bestia desatada que ha visto el madridismo moderno, el héroe por excelencia.