Existe un punto de crueldad en recordarle a alguien que está pagando un precio por su optimismo, y sin embargo a veces hay una aciaga verdad detrás. El Madrid (y llamándolo así no sabemos si en este caso nos referimos a Florentino, a JAS, a Zidane, o a todos ellos en diferente porcentaje) se condujo este verano con lo que se antojaba un optimismo razonable: las lesiones no harían más mella de la asumible y los estados de forma e índices de acierto, en particular en su delantera, serían suficientes con que alcanzasen el 65% (digamos) de lo legítimamente esperable. Hay, sin embargo, otra forma de enunciar la principal ley de Murphy, en virtud de la cual todo aquello que pueda ir mal irá mal: el optimismo nunca es razonable.


El Madrid este verano encendió el cigarrillo, mientras esperaba en la parada, en la confianza de que el autobús no llegaría justo en ese preciso momento. Pero llegó. Murphy no falla. Un autobús que transportaba a Bale entumecido, a Cristiano sin suerte, a Benzema particularmente peleado con el gol y a Asensio lesionado en el limbo que habita quien no juega mal pero tampoco termina de romper en estrella. El autobús que transportaba a Mbappé, en cambio, se saltó la parada mientras el Madrid dudaba si encender el cigarro o no. Seguramente hizo bien en no encenderlo (hay cosas que no pueden ser y ya), pero mal en fiarse de la dama Fortuna, que en ocasiones viste hábito y se parece sospechosamente a Sor Lucía Caram. Hubo poco tiempo entre el autobús de Mbappé y el último, pero habría valido la pena, tal vez, atender a los sombríos vaticinios de Murphy y blindarse contra el infortunio con una solvente contratación de clase media.


Se dice que el Madrid perdió el sábado de nuevo el tren de la Liga pero es mentira: ocho puntos no es nada ante un Barça tan poco vigoroso como el que le enfrenta. El tema tiene que ver con un transporte público alternativo y se trata de ver si Florentino (o JAS, o Zidane, o todos) se suben o no al autobús de las contrataciones invernales y cierran uno o dos fichajes de garantías que renueven el ímpetu. Ya no es verano sino todo lo contrario: hace un frío del carajo, llueve en tromba y el granizo permite a duras penas divisar la llegada del autobús. El conductor no lo ignora y se sabe en una posición de fuerza, lo que amplifica la magnitud del reto. Florentino, sin embargo, no puede haber perdido su capacidad de abatir desafíos, por más que ahora toque ejecutar la hazaña en gabardina y no en manga corta.

Florentino Pérez durante un discurso en el palco del Bernabéu.

Florentino Pérez durante un discurso en el palco del Bernabéu.


Murphy se parece mucho al Diablo, en particular en el éxito de una añagaza brillante: hacer creer al género humano que no existe. Se dice que un pesimista no es más que un optimista bien informado pero tampoco es del todo cierto: un pesimista es un optimista del Madrid. Todo aficionado del Madrid conoce que la leyenda de su equipo se cimenta sobre el triunfo ante la adversidad, lo que nos lleva a otra conclusión lógica: hay en el Madrid mucho triunfo, más que en ninguna otra parte, y en virtud de lo dicho no lo habría cosechado si no hubiera habido mucha adversidad también. ¿Por qué le agarra entonces la adversidad de improviso? Poco sentido tiene lamentarse por ello pero todo el sentido tiene reaccionar, y no solo en el campo sino en los ámbitos que ayudan a que los dispositivos que se pueden usar en el campo sean los óptimos.


La tostada del Madrid siempre cae con la mantequilla hacia abajo, con el agravante de que el desayuno lo prepara Sánchez Arminio. Toda respuesta es pues escasa ante la magnitud de los elementos. El equipo sigue siendo extraordinario pero necesita ayuda.


Florentino, sal ahí fuera, arrostra el vendaval y ficha.