Iago Aspas (30 años), máximo artillero nacional (20 goles), experiencia internacional y capitán del Celta. Con esa carta de presentación, ¿cuánto dirían que cuesta? ¿Lo mismo que Dembélé, lo que Coutinho o algo más que André Gomes? ¿Quizás lo que todos ellos? Difícil de adivinar. Por méritos, fútbol y madurez no se le atisba techo. El mercado puede dictar lo que quiera. A buen seguro, acertará. Otros llegan precedidos de un cartel mediático; él lo hace con uno real. No va a defraudar. Esa es la razón por la que el Valencia ha preguntado por él, por la que en la Premier League han vuelto a fijar su mirada en Vigo y por la que todo el continente suspira por tenerlo el próximo curso en sus filas. De momento, se conforma con dos cosas: haberle marcado al Barcelona el gol del empate en Balaídos y atisbar su convocatoria para el Mundial cada vez más cerca [narración y estadísticas: 2-2].



Convendría explicarlo todo desde el final, aunque también sea el principio. Minuto 89. Iago Aspas, después de marcar el segundo gol de su equipo –y el empate– con la mano, va hacia el centro del campo y filtra un pase que termina por desbaratar Ter Stegen. “¿Todavía le quedan fuerzas para hacer eso?”, se preguntó alguno. Pues sí. Es más, llegó a intentar montar una última jugada de ataque y sintió un pinchazo. Se quedó parado, en silencio, echándose la mano al muslo. “Espero que no sea nada. Estoy en caliente, pero creo que no ha sido un tirón”, reconoció al final del encuentro. Y ojalá y sea así. El fútbol no se puede permitir perder durante mucho tiempo al gallego.



El Celta no tiene a Messi, pero sí a Iago Aspas. Él es el principio y el fin de su equipo, el que baja al centro del campo, inicia la jugada y llega para rematar; el que está listo en la frontal del área para recibir el pase, para quebrar al defensa o pegarle desde lejos; el que baja a defender, roba la pelota y monta la contra. Él lo hace todo. Sin quejarse; sólo con sacrifico. Comparece y juega. No tiene el halo mediático que otros, pero sí el valor futbolístico que requiere cualquier entrenador. O, al menos, eso pensaría Valverde.

Los jugadores del Barcelona celebran el gol de Dembélé. Reuters

Valverde: "Era el momento de asumir riesgos pensando en la Copa"

La realidad es que el Barcelona sacó provecho de la situación aun jugando peor. Se adelantó y poco a poco fue mejorando. Hasta el descanso. Entonces, llegó la justicia. Marcó el Celta. André Gomes, que cobra aplausos pero sigue sin mejorar, perdió la pelota en el centro del campo, dejó que Maxi se la pusiera a Jonny delante suya y que éste anotara el empate antes del descanso.



Desdibujado, Valverde trataría de cambiarlo todo en el segundo tiempo. Dio entrada a Messi y a Sergi Roberto y quitó a André Gomes y a Coutinho. Y el Barcelona mejoró. De hecho, marcó el segundo. Tras una gran acción entre Dembélé y Semedo, el balón pasó por entre la defensa y el delantero sólo tuvo que empujarla dentro. Pero entonces es cuando se le complicaron las cosas al conjunto azulgrana. En una jugada de contraataque, Sergi Roberto fue expulsado por agarrar a Iago Aspas. La falta no terminó en gol, pero sí lo haría una jugada posterior en la que el gallego, con la mano, mete la pelota en la portería para poner el empate. Éxtasis en Vigo y brazos en jarra en azulgrana. Los de Valverde siguen sin perder, pero se llevan un palo antes de la final de la Copa del Rey. Un aviso. Como el de Roma. ¡Y ya van dos!

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