Acostumbran los diccionarios de estilo periodístico a exigir que las crónicas empiecen, paradójicamente, por el final. Lo primero, obviamente, tiene que ser el resultado. De hecho, a veces, es lo único que importa. Pero no siempre. A estas alturas de competición y con la Liga finiquitada, es lo de menos. La derrota, realmente, da igual, aunque ponga en peligro la segunda plaza –el Real Madrid podría quedarse a un punto tras el Clásico–. Porque, díganme, ¿cuál es la diferencia entre ser segundo o tercero? Ni es ni significativa ni es concluyente. Y tampoco lo será este partido contra el Espanyol. Para la posterioridad podrían quedar –más allá del varapalo– determinadas cosas. Si el Atlético quiere, si lo desea imponer, puede que en el futuro recuerde algo de un choque con escasa tensión competitiva, pocas ocasiones y no mucho público –apenas media entrada en el Wanda Metropolitano– [narración y estadísticas: 0-2].
Quiso Simeone hacer probaturas. El partido, a priori, lo permitía. Decidió cambiar el sistema, innovar con una defensa de cinco –al más puro estilo Conte– con tres centrales (Savic, Giménez y Lucas) y dos carrileros bien abiertos (Filipe Luis y Vrsaljko). Y, a los 10 minutos, ya intuyó que algo iba mal: grito a la zaga y Saúl a calentar, pero sólo por un escaso lapso de tiempo. El enfado surtió efecto. El Atlético pintó el esquema sobre el campo y mantuvo el tipo. Eso sí, sin crear demasiado peligro. La jornada de domingo amaneció apática para el respetable y siguió la misma tónica durante la tarde. Porque en toda la primera mitad, el Metropolitano sólo contempló dos disparos: uno de Vitolo que se marchó fuera y otro de Gerard Moreno que pegó en el palo.
Ante ese panorama, la alegría llegó desde la tribuna. Sí, como lo leen. En la parte alta de la grada del lateral oeste, una charanga reclamó su parte de protagonismo. Hizo sonar primero ‘Paquito el chocolatero’, se soltó con algún pasodoble y entonó el himno del Atlético. Aplausos, cantos y risas en una tarde espléndida, con el sol por montera, temperatura agradable y ganas de pasárselo bien. ¿Y fútbol? Más bien poco. Sobre todo, por parte de los locales. Porque a ese inicio un tanto errático se le sumaron algunos problemas.
Vitolo, el más activo en toda la primera mitad, tuvo que salir del campo por un problema muscular. En su lugar entró Arona Sané. El canterano formó junto a Torres y Gameiro, pero –hablando llanamente– debutó en el Metropolitano sin pena ni gloria. Es decir, como el resto de compañeros. El Atlético, en fin, no tenía su día. Relajado en demasía y con escasas ideas en ataque, de pronto se encontró por debajo en el marcador.
El Espanyol, aunque sin excesos, buscó hacer daño. Adelantó líneas y encontró el gol. Melendo le pegó desde la frontal del área, el balón tocó en Savic, se desvió y Oblak no pudo hacer nada. 0-1 y pocas novedades. Saúl en el campo y Koke en el banquillo, y mismas sensaciones. Y, de pronto, Baptistao hizo el segundo. Disparó fuerte y ajustado y dio los tres puntos a los suyos. Y, de paso, se los quitó a su exequipo. Y fin de la historia.
El Atlético pone en peligro la segunda plaza, pero lo hace con conocimiento de causa: el objetivo es la Europa League. La posición en la Liga da igual. Tiene asegurado estar en Champions la próxima temporada y el resto poco importa. Con charanga o sin ella, el plan de aquí a final de curso está fijado. Y, desde luego, no incluía darlo todo contra el Espanyol.
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