En la tienda, sólo camisetas de Torres. Nadie más en el escaparate. En los puestos de comida, bufandas del ‘Niño’. Y en la mente, una despedida, decir adiós. En el Metropolitano no se jugaba otra cosa, salvo el billete hacia la posteridad. Y en la grada, más allá del resultado, se esperaba un orgasmo, apurar los últimos destellos de su delantero póstumo. Del último eslabón de una estirpe de tipos con ADN rojiblanco –como reconoció Gárate–. Del último heredero de Luis Aragonés, del más fiel reflejo de lo que quieren los chavales que se enfundan la elástica colchonera, que sueñan con vivir algo parecido, con ser ellos los protagonistas de una historia futura. Todos, desde su posición privilegiada de espectadores, erosionaron las palmas de sus manos para concretar su hasta luego –no se olviden que volverá, aunque no sea para vestirse de corto–. El tipo que ellos (todos) querían ser en el Metropolitano [narración y estadísticas contra el Eibar: 2-2].
“De Niño a leyenda”, rezó la pancarta capitular, la última que se ofreció a Torres. Y, más tarde, tras el partido, aquellos recuerdos de una vida. Aquel debut en Segunda contra el Leganés, su gol en el Carlos Belmonte frente al Albacete –con un cabezazo inaugural hacia la eternidad–, las primeras lágrimas en su viaje a Anfield para ingresar en el Liverpool en 2007, unos goles en el Camp Nou que siempre dolieron, su regreso frente a 50.000 espectadores en el Vicente Calderón, sus sollozos tras perder la Champions en Milán o la alegría de su primer título como rojiblanco en Lyon, esa Europa League que cerró el cuento de su vida.
Fernando, aquel niño pecoso y rubito que compareció con una camiseta tres tallas más grande en su debut, cerró su etapa como colchonero entrando de golpe en el mejor de los sueños. "Este es el Atleti que siempre quise", reconoció. Lucía el sol en el Metropolitano, pero daba igual. Él no quería despertar. No podía. En su último día, paladeó cada uno de sus instantes. Miró la camiseta y le dio las gracias. Besó el escudo y le declaró amor eterno. Enfiló el túnel de vestuarios y tomó la Europa League, abrazándola como si no hubiera mañana. Llamó a sus tres hijos y les dijo: “Vamos”. Saltó al césped, escuchó el rumor de la grada, vio su pancarta de frente, esnifó el olor a fútbol y posó junto a la plantilla. Y sonrió. Mucho. Era un día para ello.
El resto se lo sabía de memoria. Su adiós llega tras 404 partidos como rojiblanco. Es, por orden el quinto máximo goleador de la entidad por detrás de Luis Aragonés, Adrián Escudero, Francisco Campos y José Eulogio Gárate. Su nombre, de repente, asciende al cielo de las leyendas rojiblancas. Ya no es un cualquiera. No es un delantero más. No es Agüero. O Falcao. O Griezmann. O Forlán. No, él será el ‘9’ eterno en mayúsculas. No habrá otro. O quizás lo haya, pero tardará en aparecer. Porque será difícil que alguien reúna su carisma, su vitola y su atracción.
Quizás, fuera del Metropolitano –o en el Calderón, donde tantas tardes paladeó la fortuna con la Almudena asomando por detrás del templo– no lo entienda. Es posible. Da igual. El Atlético, que este domingo ha despedido uno de sus tesoros, deja caer parte de su escudo. Así lo comprendió la grada, en éxtasis tras su primer gol (un pase de Correa que el ‘Niño’ culminó a puerta vacía) y tras el segundo (en una contra que recordó a aquella que hizo a España campeona de Europa). Los últimos estertores de su fútbol, que acabó con él en el Frente agarrado a su gente, en su hogar –no lo llamen casa, que eso es diferente– y con la grada volcada en un grito póstumo hacia la eternidad. El último agradecimiento a un tipo que siempre antepuso el club a sus intereses personales. Fernando Torres, el ‘Niño’ que todos quisieron ser en el Metropolitano (un día más).
Y que terminó dando las gracias y recordando. A Luis Aragonés, por enseñarles el camino; a su abuelo, por hacerlo del Atlético; a su madre, que lo llevaba a cada entrenamiento mientras él hacía los deberes en el coche o en el autobús; a su padre, por dejarlo equivocarse –para aprender–; a sus hermanos, que se gastaron el dinero ahorrado en botas; a la gente que le enseñó de fútbol; y, sobre todo, a la afición. “Cuando os pregunten por qué sois del Atlético, recordad estos instantes: tenéis un equipo campeón y unos jugadores que lo dejan todo en el campo”. Y, por último, no lo olvidéis: “Este equipo se merece más de lo que tiene. Nada es imposible”. Ni siquiera cumplir los sueños.
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