En Roma, un lugar iluminado tradicionalmente por el aura de los héroes, llevaban tiempo buscando un líder. Un cabecilla dispuesto a emprender una victoriosa campaña en las Galias o -en su defecto- en el Coliseo del equipo. A conseguir que la Ciudad Eterna se convierta, de nuevo, en el centro del mundo (futbolístico) como lo fue hace siglos. Un adalid para las nuevas tropas, un estratega excepcional capaz de convocarlas. Y lo encontraron: Monchi, el padre del Sevilla más exitoso de su historia.
Después de haber formado su primer Triunvirato junto con el nuevo entrenador que él escogió, Di Francesco, y con Totti, el ‘capitano’ retirado que actuará de enganche entre una plantilla ayuna de símbolos sin él y la directiva, el director deportivo del cuadro "giolloroso” se propone aupar a la escuadra hasta la cima de cualquiera de sus siete colinas. Su trabajo comenzó hace meses, pero, a partir del domingo a las 18:00, contra el Atalanta, empezarán a mostrarse los resultados en una Serie A que da el pistoletazo de salida con un Juventus – Cagliari que se disputará la tarde del sábado.
‘La Maggica’ quiere el Scudetto. Es su objetivo. Su obsesión. Para ello, deberá derrocar a la Juventus de Turín, que ha levantado la copa dorada en las últimas seis temporadas. El imperio de la ‘La Vecchia Signora’, no obstante, comienza a dar los primeros síntomas de flaqueza. ¿La prueba? La última Supercopa de Italia, en la que los ‘Bianconeri’ fueron vencidos por la Lazio. Es solo una derrota, sí. No tan dolorosa como las dos recientes que han sufrido en las finales de Champions contra el Real Madrid y contra el Barcelona en los últimos tres años. Pero es en Italia, su feudo, donde el equipo de Allegri hacía tiempo que no claudicaba.
Y para no volver a caer, el equipo campeón, tras las marchas de Dani Alves y, sobre todo, de Bonucci, ha fichado por 40 millones a Bernarderschi, un extremo derecho al que algunos confían el futuro -y presente- de la Selección italiana, al portero Szczesny por 12, a De Siglio por otros 12, a Betancur por 10, a un correoso Matuidi por 20 y, después de haber disfrutado de sus cesiones en la pasada campaña, ha comprado a Cuadrado por 20 ‘kilos' y a Benatia por 17, que deberá sustituir a un ¿insustituible? Bonucci. En total, 122 millones desembolsados con una única meta: levantar la ‘Orejona’. De este obstinado empeño podría beneficiarse la Roma, que primará el campeonato de la Serie A por encima de todo. Incluso de la Champions, donde sus actuaciones no alcanzan últimamente más allá de octavos o de cuartos.
Sin embargo, en la ecuación aparece un nuevo factor, poco inspirado en las temporadas más cercanas, pero con más peso e historia que la mayoría de conjuntos del Viejo Continente. El Milan, un conjunto que no necesita descripción ni etiquetas, al que no lo definen los adjetivos sino los nombres. Los de Seedorf, Rijkaard, Baresi, Van Basten, Kaká o Maldini. Ante todo, Maldini. Los ‘Rossoneri’ van muy en serio. Con todo. El antiguo equipo de Berlusconi lo sabe: es ahora o nunca. El dinero chino ha revolucionado San Siro para devolver al lugar que le pertenece a un equipo que, a lo largo de su historia, ha alzado siete Copas de Europa.
Cuatro años seguidos sin participar en la competición continental escuecen en Millanello. Y mucho. Por eso, el nuevo propietario, Li Yonghong, ha tirado la casa por la ventana, no sin antes asegurar sus cimientos. Porque la continuidad de Donnarumma, la viga, el muro de carga, era cuestión de Estado. Una vez cerrada la ampliación de contrato del meta, el dueño se ha gastado 190 millones en André Silva, un ‘9’ prometedor que cada día es menos promesa, en Ricardo Rodríguez, el lateral izquierdo que enamoró a su paso por la Bundesliga, en Mussacchio, Conti y el todopoderoso Bonucci para consolidar una línea defensiva que se adivina inexpugnable, en los mediocentros Kessié y Biglia y en Calhanoglu, un centrocampista ofensivo que anotó 28 goles en sus 111 partidos con el Leverkusen. Una nómina extensa de jugadores que llegan para hacer la competencia a Romagnoli, Suso, Bonaventura, Sosa, Mauri y Locatelli, ya asentados en el once.
Con la pretensión de hacer frente a la Juventus y al Milán, la subcampeona también ha movido ficha con Monchi al mando. En Trigoria, la base de operaciones de la Roma, apostaron por el talento del andaluz para la gestión de una plantilla completa y ganadora, como las que había constituido a lo largo de sus 17 años en un Sevilla que, bajo su tutela, conquistó dos Copas del Rey, una Supercopa de España, otra de Europa y cinco Europas League.
El nuevo director deportivo de la capital, de momento, no ha defraudado. La directiva le dio dinero (dentro de un orden razonable) para fichar y la libertad absoluta para inventar con el capital que dejaron en las arcas romanas las salidas de Salah, por el que el Liverpool pagó 40 millones, del zaguero Rüdiger, que partió al Chelsea a cambio de 35, y de Paredes, nuevo pivote del Zenit por 23 ‘kilos’. ¿La respuesta? 80 millones que la cúpula considera muy bien invertidos, ya que el profesional que explica la idiosincrasia de la Serie A en la década presente es ese jugador mediano, de rendimiento comprobado que alcanza su cenit desde un equipo humilde. Y de eso el astuto de Monchi sabe un rato.
Ducho en pescar a futbolistas de clase baja que en sus equipos ascienden a la aristocracia, el descubridor de Keita, Dani Alves, Rakitic o Bacca ha pagado más de 80 millones por Rezan Corlu, Kolarov, Grégoire Defrel, Cengiz Ünder, Héctor Moreno, Rick Karsdorp, Maxime Gonalons y Lorenzo Pellegrini. Piezas desconocidas a priori -entre las que destaca Ünder, la esperanza de la Selección turca que Monchi descubrió del Istanbul- que, si Monchi ha trabajado como acostumbra, duplicarán su valor en el futuro, como sucedió con Gameiro, Baptista o Adriano. Además, en un mercado terriblemente inflacionado, el andaluz se ha gastado como máximo en un solo traspaso 18 ‘kilos’ por el delantero centro Defrel, que luchará por su puesto con Dzeko.
Se encienden las luces de la nueva temporada de la Serie A. Y Monchi ya ha hecho todo lo que podía hacer. Como diría otro líder legendario de la historia de Roma -y del mundo-, “alea iacta est”.