Mientras Alemania dilucida la sucesión de Merkel, Europa deja otra muestra de su envejecimiento, esta vez en la Ryder Cup. Más allá de una derrota o victoria aplastante, según del lado del que se mire, la pujante generación norteamericana anuncia un cambio de ciclo inapelable.
En un campo para pegadores, arreglado según los estándares del golf americano, con los greens duros y rapidísimos, los europeos no tuvieron opción alguna. Este deporte también vive los tiempos del predominio atlético: los estadounidenses golpean con una potencia inalcanzable para los veteranos europeos, gloriosos, pero incapaces de llegar tan lejos en su ocaso.
Aferrada a Jon Rahm y encomendada sus veteranos orgullosos, combativos, aunque ya decadentes, las escasas opciones de Europa quedaban en manos de Rory McIlroy. Pero el juego del norirlandés, errabundo, aprisionado por las emociones, fue incapaz de conseguir ningún punto en los partidos por parejas. Las lágrimas tras su victoria en el individual reflejaron el desasosiego causado por su impotencia.
Lo contrario hicieron Sergio García y Jon Rahm, que ganaron sus tres puntos, mostrando de nuevo al mundo la magia de las parejas españolas, que comenzó con Garrido y Ballesteros la fructífera del cántabro con Olázabal. Alguna condición ancestral tenemos los españoles, tan amantes de la división y de las guerrillas, imbatibles en pequeños números.
Aún así, lo peor para el golf europeo resulta de la escasa y tierna nueva camada continental, incapaz siquiera de presentarse en una Ryder Cup. De momento, los europeos se curten en el circuito propio, se cuecen a fuego lento, faltos de varios hervores para plantar cara a la nueva América golfista.
Sólo Jon Rahm y Viltor Hovland, el primer noruego en jugar la Ryder, son capaces de medirse en igualdad de condiciones. Golfistas de último cuño, acostumbrados al circuito americano y a combatir contra ellos sin complejos. Y a los legendarios ya no les queda cuerda, después de tantos años de ponerla en marcha: Sergio, 41 años; Casey, 44; Poulter, 45, y Westwood, 48. Tantos puntos ganaron, tan pocos les quedan por ganar.
Al contrario, los estadounidenses están en su plenitud, ocho entre los diez primeros puestos de la clasificación mundial. Jugadores de este tiempo, que golpean la bola con furia y que se curten cada día en una competición exigente con muchos adversarios en busca del título y del dinero.
Con su tradición a punto de ser centenaria, este torneo tiene en la actualidad un regusto amargo y un fondo paradójico tras el Brexit y los actuales pactos de Estados Unidos con Gran Bretaña y Australia: "aliados naturales", según Boris Johnson. A uno no le queda más remedio que preguntarse, qué narices hacen entonces formando parte de un equipo llamado Europa.