La historia del estadio olímpico menos olímpico de la historia
Despojado de la apertura y la clausura, Engenhão lucha por estar a la altura con todo en contra.
10 abril, 2016 01:09Noticias relacionadas
Hay un ente extraño en la zona norte de Río: se supone que es el Estadio Olímpico. Se ruega encarecidamente no ser muy cruel con él porque lo ha pasado muy mal. Vivir a la sombra de Maracanã no debe ser fácil. Sólo el Cristo Redentor y el Pan de Azúcar están por encima en cuanto a fama universal en la Ciudad Maravillosa.
Pero lo cierto es que los Juegos Panamericanos de 2007 necesitaban reactivar el entramado de instalaciones deportivas de la ciudad, repleta de recintos jubilados. El Estadio Olímpico se hizo realidad, aunque fue sepultado por la interminable pisada del gran coloso desde el principio de los tiempos. Ni siquiera en aquellos Panamericanos para los que fue erigido se vistió de gala para la apertura y la clausura.
Ahora, en 2016, plagado de reformas impropias de una construcción nueva, se convierte en el primer estadio olímpico que se queda sin las glamurosas ceremonias, que se irán a Maracanã, como Dios y el Cristo mandan. Además, su capacidad oficial (45.000 espectadores), es la más pequeña desde hace casi un siglo: el Estadio Olímpico Yves-du-Manoir contaba con la misma capacidad en las Olimpiadas de 1924.
Por eso, el Comité Olímpico Internacional obligó a la organización a colocar gradas supletorias con 15.000 asientos más. En la historia de los Juegos se han convertido estadios de cricket en olímpicos, se han organizado competiciones que duraban meses, se han descentralizado obviando la necesidad de un estadio principal, pero jamás ninguna infraestructura de tamaño calibre sufrió semejante afrenta.
El caos del Estadio Olímpico menos olímpico de la historia arranca desde el mismísimo nombre. Fue inaugurado en 2007 con la denominación oficial de Estadio Olímpico Municipal João Havelange. A partir de febrero de 2015, el equipo que tiene la concesión y que juega allí como local, Botafogo, tiene el permiso municipal para llamarlo Estadio Nilton Santos. Sin embargo, debido al barrio donde está situado –Engenho de Dentro–, todo el mundo lo llama Engenhão.
El partido de inauguración, el 30 de junio de 2007, enfrentó en el Campeonato Brasileño al Botafogo de Dodô –máximo goleador del fútbol brasileño en aquel 2007– y al Fluminense de Thiago Silva, que jugaba bajo las órdenes de Renato Gaúcho. Dodô remontó el partido él solito para los locales en el segundo tiempo, superando el primer gol anotado en el estadio, firmado por Alex Dias. Semanas después correteaban por su césped los juveniles de los Panamericanos, y las pistas recibían las primeras competiciones de cierto calibre.
Los únicos momentos emocionantes en el Brasileirão que se han vivido en Engenhão aterrizaron de repente, cuando el cierre de Maracanã para las reformas de cara a la Copa del Mundo de 2014 llevaron a Flamengo y Fluminense a mudarse al Estadio Olímpico. El único choque realmente inolvidable fue el decisivo de la edición de 2010.Fluminense ganaba allí la liga ante el Guaraní, con una sensacional plantilla liderada por Deco, Fred, Emerson Sheik y Darío Conca, entrenados por Muricy Ramalho.
Era el 5 de diciembre de 2010. 40.995 espectadores gritaron mediado el segundo tiempo el remate definitivo y de zurda de Emerson Sheik, que dos años más tarde sería clave en la Libertadores y Mundial de Clubes que lograría Corinthians. Eran sus años dorados. Además de Botafogo, el local, Flamengo y Fluminense estaban satisfechos.
En 2012 comenzaron los rumores acerca de la salud de la cubierta del estadio, que sólo tenía cinco años de vida, y en 2013 llegaron los problemas de verdad. En contra de la opinión de los arquitectos y constructores, se comunicó de manera formal el inicio de unas reformas en esa cubierta por miedo, entre otros factores, a que se viniera abajo ante fuertes vientos.
Sonaba tan raro que el anterior alcalde, César Maia, acusaba al actual, Eduardo Paes, de diseñar una trama para beneficiar al reinaugurado Maracanã, y que Flamengo y Fluminense volvieran a firmar con el consorcio que lo gestionaba. El ayuntamiento de Río, dueño del estadio, presentó, junto con un consorcio de potentes constructoras brasileñas, unos estudios independientes que avalaban la necesidad de la reforma.
Los arquitectos contaban con informes, también independientes, que explicaban lo contrario, pero las obras echaron a andar y el estadio estuvo clausurado desde marzo de 2013 hasta febrero de 2015. Dos años después, volvió a acoger partidos de Botafogo, abierto a medias y a la vez que se finalizaban las obras interminables en la célebre cubierta, que se atrasaron tanto que se solaparon con las reformas propias de la preparación de los Juegos Olímpicos.
Una de esas noches, hace justo un año, en la fase más emocionante del Campeonato Carioca, durante un Botafogo-Madureira, Engenhão anunciaba solemnemente que la cosa pintaba muy mal para el año olímpico. El público estaba ya acostumbrado a acudir a los partidos (con unas asistencias irrisorias de no más de 10.000 seguidores) mientras en el estadio avanzaban enrevesadamente las obras, pero aquel día la seguridad de los asistentes se puso claramente en peligro.
El fuerte viento que sacudió la ciudad durante todo el día, y el negro cielo que acabó descargando su ira con potencia, provocaron las risas, primero, y el nerviosismo después. Las inmensas grúas del exterior, que asomaban por encima de la cubierta, giraban sin control, y caían sobre el público piedras y basura de las obras de reparación de la parte superior. Los pocos asistentes abandonaron despavoridos el graderío en mitad de la tormenta.
Sin agua y luz a ocho meses de los Juegos
La situación se volvió insostenible, pero aún faltaba lo mejor. Botafogo comenzó a quejarse públicamente de que todas estas obras de las que ellos no tenían la culpa les estaban haciendo perder tiempo, dinero y prestigio, y reclamaban al ayuntamiento una indemnización de cerca de un millón de euros por los gastos ocasionados. Parece que ambas partes tenían apalabrados una serie de ingresos, para asumir las necesidades de mantenimiento durante esa época.
El ayuntamiento no pagaba, alegando que Botafogo arrastraba tantas deudas con el fisco que sus cuentas estaban bloqueadas. El conflicto llegó a enquistarse hasta tal punto que una mañana los operadores del consorcio municipal que se encargaban de la reforma se encontraron las puertas del estadio cerradas. El presidente del Botafogo, Carlos Eduardo Pereira, decidió detener las obras a la fuerza. Su histórico equipo luchaba por salir de la Segunda División, y él decidió montar un lío de primera.
“El estadio es municipal, nosotros somos los concesionarios. No podemos seguir asumiendo todas las cuentas provenientes de las obras cuando incluso ni podemos utilizarlo al completo. Botafogo no es responsable de algunos de los gastos en estos momentos, como tampoco es responsable de las reformas. Mientras las obras de la cubierta están siendo realizadas, tenemos la capacidad del estadio reducida a 25.000 espectadores y con muchas incomodidades”. El presidente, sutilmente, se refería de paso a las gigantescas cuentas de luz y agua necesarias para alimentar la maquinaria empleada en las faenas.
En septiembre de 2015, el ayuntamiento declaraba que ya había abonado la cantidad requerida –al menos una buena parte–, pero Botafogo no opinaba lo mismo y pronto esas famosas facturas de luz y agua pasaron a la primera plana de los periódicos internacionales. A ocho meses de los Juegos, el Estadio Olímpico tenía cortados todos los suministros por impago. La imagen de cara al exterior y a la opinión pública era dantesca. Para acabar de arreglarlo, los unos culpaban a los otros y los otros a los unos.
Todo este suplicio ha desembocado, según informa la Empresa Olímpica Municipal a EL ESPAÑOL, en que: “El Ayuntamiento de Río ha retomado la administración de Engenhão, que había sido entregada al Botafogo en febrero de 2015 tras la clausura del estadio. A partir de ahora, los gastos de mantenimiento pasarán a ser responsabilidad municipal.” Además, fuentes municipales insisten en que “aunque no había ninguna deuda pendiente con el Botafogo, el ayuntamiento se vio obligado a asumir a mediados de enero los trámites para la reconexión de los servicios de luz y de agua”.
Sí, efectivamente, poco se habla de deporte. El Botafogo, que consiguió retornar a la élite, deambula de estadio en estadio (como Flamengo y Fluminense, por estar Maracanã ya en manos del COI). La actual versión oficial de la Empresa Olímpica Municipal es que todo el mundo puede estar tranquilo.
“Las obras están dentro del cronograma, con plazo de conclusión para el final del primer semestre. Están finalizando la instalación del cableado de energía, telecomunicación, iluminación, cronometraje y retransmisión. En paralelo, se trabaja en el drenaje. También se está realizando el montaje de las gradas supletorias. La instalación de la pista de atletismo será el último paso", manifiesta el organismo.
Con la antorcha casi a punto de encenderse, se ruega tratar con cariño al Estadio Olímpico. Acogerá, con humildad, algún partido de fútbol y, merecidamente, a las estrellas mundiales del atletismo. Se levanta en mitad de un barrio obrero, a la misma hora que sus vecinos, y tiene su misma suerte.