“Cuando acabe esto, dejo el fútbol”. El chiste, repetido por más de un periodista deportivo presente en Río, refleja la atmósfera de colaboración y tranquilidad que se respira en la Villa Olímpica a dos días del inicio de los Juegos Olímpicos. La inseguridad de la ‘cidade maravilhosa’ no llega a Barra de Tijuca, y por la amplia ‘zona internacional’ (así denominada) de la residencia oficial se mezclan sin protocolos atletas, reporteros, policías y miembros de la organización.
Sólo se echan en falta los mosquitos y los anunciados repelentes: después de meses de miedo y titulares alusivos al Zika, el invierno y las fumigaciones parecen haber acabado de raíz con los invertebrados que amenazaban incluso con suspender los primeros Juegos de Sudamérica. Es el comentario más frecuente entre deportistas y prensa acreditada: “Todavía no he visto un solo mosquito. ¿Tú?”
Entre ocho delegaciones preguntadas por este periódico, sólo la argentina (al menos su sección femenina) dice seguir con fidelidad el consejo de aplicarse loción repelente cada dos o tres horas. “Me acabo de poner hace cinco minutos”, aseguraba al mediodía una jugadora de hockey con las piernas al descubierto. Los españoles tampoco llevan mangas largas, pero parecen mucho menos preocupados. “¡Pero si no hay ni uno!” El Zika va camino de transformarse de pesadilla en broma.
En un entorno magnífico e inhabitual en el deporte de élite (donde se puede hablar prácticamente con cualquier estrella), la víspera de los Juegos transcurre entre entrevistas informales, entrenamientos, recitales de baile y colas en el McDonald´s de la Villa, donde atletas esculturales alivian la ansiedad de la espera. “Menos mal que tenemos un amistoso esta tarde, esto se hace largo”, confesaba esta mañana la capitana de la selección española de balonmano, Marta Mangué.
Elogios y críticas a la organización
Hay problemas para acceder a Internet y remiendos de última hora en la Villa Olímpica (que a algunos equipos, como el español, les gusta mucho). De la ciudad llegan noticias lejanas de tiroteos en las favelas. Las aguas de Guanabara siguen –y seguirán– sucias. El país sigue con su conflicto político, partido por la mitad. Las calles, llenas de soldados. Algunos ciudadanos, cada vez menos, siguen preocupados por el Zika. Pero solo hay un elemento que este miércoles amargaba la existencia de toda la comunidad olímpica: el transporte.
El equipo español de voley-playa masculino sólo hace una sesión de entrenamiento en Copacabana (sede de los partidos) para evitar un doble infierno en la carretera. Las chicas, que sí han hecho sesiones de mañana y tarde en la ciudad, prefieren quedarse allí “haciendo tiempo” antes que volver a sus habitaciones y regresar después. “Nos parte completamente el día, pero en fin”. Cada trayecto puede durar perfectamente hora y media. Las autoridades han tratado de paliar el caos endémico de tráfico que define Río de Janeiro colocando carriles ‘olímpicos’ exclusivos en las vías entre la ciudad y Barra de Tijuca (situada a 30 kilómetros). Sin embargo, la gente no los respeta todavía. Por si acaso, y para reducir la congestión, el Ayuntamiento ha decretado festivos el jueves y el viernes de esta semana.
El Metro, sólo para unos pocos
También ha esquivado el enorme retraso de las obras en la línea 4 del metro (Ipanema-Barra) habilitando un servicio reducido (solo para periodistas acreditados) durante estas tres semanas. La planificación del día es un asunto primordial para cualquier persona que siga los Juegos. La separación entre el Centro de Prensa y la Villa Olímpica, por ejemplo, o entre la Villa y el Parque Olímpico, obliga a tomar un autobús de ida y otro de vuelta: más de una hora en total. En la entrada de cada uno de esos recintos hay que pasar, además, controles de seguridad que pueden llevar otra media hora si la fila es larga. La separación entre las diferentes sedes y las complicaciones del transporte pueden llegar a convertir un día de placer o trabajo en un infierno estéril, completamente improductivo, parado en uno de los legendarios atascos cariocas y/o esperando autobuses.
Dentro de la Villa Olímpica, no obstante, predominan las sonrisas. “Nunca había visto gente tan guapa junta”, afirmaba una periodista colombiana mientras se izaba la bandera española (un rito que se sigue con todos los países presentes) en la tarde del miércoles. Las primeras ruedas de prensa de atletas españoles mostraron una prudente satisfacción con las instalaciones. También la urgencia por saltar a las pistas. Ya lo decía un responsable de la organización al comienzo de la mañana: “Disfrutad esto, que ahora están tranquilos; cuando empiece la competición ya no van a estar tan simpáticos”.