Primeras semifinales de natación, sábado por la noche (poco antes de la primera medalla de Mireia). La ‘torcida’ brasileña, que no llena el Estadio Aquático del Parque Olímpico, se desgañita en apoyo a sus nadadoras. Termina la ronda de presentación de las deportistas, pero el barullo continúa. Las atletas se miran, sorprendidas: no es el ambiente habitual en competiciones de piscina. Ante el griterío, la megafonía pide silencio (inútilmente). 15 segundos después, ordena silencio “para que la competición pueda proseguir”. Por fin se tiran al agua.
“Los aficionados brasileños no tienen modales”, afirmó este domingo el reputado periodista brasileño Juca Kfouri a Reuters: “No encontraréis el respeto a los rivales o nada del espíritu olímpico que pudo haber en Londres”. Se trata de los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica, pero los diarios deportivos de Brasil abren sus ediciones con los partidos dominicales de Liga. La afición del ‘país del fútbol’ “se entera de que hay otros deportes cada cuatro años”, comenta a EL ESPAÑOL el redactor jefe de Deportes de uno de los dos mayores periódicos cariocas. “Es, básicamente, un problema de falta de cultura”.
Pasión 'verdemarelha'
El color amarillo vuelve locos a los aficionados locales; para los demás, en general, hay desprecio (en el caso de Argentina, odio, como pudo comprobarse en la ceremonia inaugural). Deportistas, jueces y aficionados extranjeros tuercen el gesto ante la estruendosa y agresiva hinchada local, que confunde una partida de tenis de mesa o un duelo de esgrima con un partido de fútbol: abuchea al rival, trata de desconcentrarle, olvidando los principios teóricos que rigen el deporte olímpico (y eso que los precios de las entradas conciten un público de clase media presuntamente educada).
Ya hay quejas oficiales: el serbio Aleksandar Karakasevic, tenista de mesa, jugó el pasado sábado (perdió frente al británico Paul Drinkhall) e hizo una reclamación formal a la federación internacional de la modalidad. “El tenis de mesa no es fútbol”, sentenció escuetamente. Hassan N'Dam N'jikam, un boxeador camerunés que el sábado escuchó pitos sin descanso durante su combate con el local Michel Borges, confesó “estar muy decepcionado” tras perder a los puntos una pelea que para la mayoría de los comentaristas neutrales debió haber ganado. “El ruido afecta a los jueces”, remató.
Sea boxeo, artes marciales o incluso tenis (deporte en el que Brasil ha tenido ya números uno), el ambiente de los recintos recuerda en ocasiones a Maracaná –aunque no se ven peleas ni escupitajos. Guilherme Toldo, un esgrimista brasileño que saltó a la pista entre vítores y trompetillas, dijo después de alcanzar los cuartos de final: “La gente se cree que se trata de un partido de fútbol”. El tenista alemán Dustin Brown, número 86 del mundo, tuvo que soportar mofas cuando falló una bola fácil en su partido contra el local Thomas Bellucci (posteriormente debió retirarse por una torcedura de tobillo, llorando). Estampas inhabituales en territorio olímpico.
¿Transformaciones futuras?
Hay un posible lado bueno a todo este alboroto: que los deportistas de algunas modalidades prefieran el ruido al silencio. Según un responsable de comunicación (brasileño) de los Juegos, “hay tiradores que están pidiendo al público que les animen, incluso necesitando plena concentración”. Si se confirmase, podría constituir un legado de Río 2016 para el futuro del olimpismo. Por el momento, los Juegos recelan de la grosería futbolera. Incluso un nadador brasileño, João Gomes Júnior, reconoció que “los gritos nos ayudan, sí, pero la gente debe entender que hace falta un poco de silencio en el momento de la salida… La concentración ahí es máxima”.