Hacía mucho tiempo que las cenizas del 'Angolazo', de largo el episodio más negro de la historia del baloncesto español, no estaban tan cerca de avivarse. Otra selección africana, Nigeria, estuvo a punto de resucitar los fantasmas de la derrota (olímpica y global) más hiriente de la canasta nacional 24 años después de producirse. Pero esta España no es la de Barcelona, aunque estos jugadores también amenacen con la huelga, como aquellos. La que les llevó a perder por dos veces una ventaja de hasta 14 puntos en el marcador y a convertir a Chamberlain Oguchi (21 puntos) en todo un Jean-Jacques Nzadi Conçeiçao 2.0 (22 puntos aquel aciago 31 de julio de 1992). No obstante, aún queda algo de alma en los cuerpos de los hombres de Scariolo. Con corazón, sacaron adelante un partido más que envenenado en unos últimos minutos cargados de la máxima tensión. No, definitivamente sólo hubo, hay y habrá un 'Angolazo' [Narración y estadísticas: 87-96].
La jornada no empezó precisamente con un buen augurio. La Policía brasileña tuvo que detonar un artefacto sospechoso justo antes del salto inicial, durante el calentamiento, y el partido comenzó a disputarse a puerta cerrada. La supuesta bomba acabó resultando ser algo tan insignificante como un bizcocho. Tan blando como la consistencia de los Gasol y compañía, capaces de mandar síntomas de recuperación nada más arrancar el duelo... y de dejar escapar hasta por dos veces 14 puntos de renta en el marcador.
El juego español volvió a demostrarse demasiado racheado e irregular. Se alternaron los momentos de comodidad, con buena defensa y contraataques vertiginosos, con la más absoluta discordia. Esos vaivenes, evidentes atrás (30 puntos encajados en el segundo cuarto), también se trasladaron al tiro exterior, que volvió a flaquear. En el bando nigeriano, sucedió todo lo contrario: los triples entraron con más asiduidad... ¡y de qué manera!
Si hubo un arma a la que los africanos se aferraron con eficacia durante los 40 minutos reglamentarios, ésa fue el lanzamiento. De la mano de un imparable Oguchi (7/12 en triples), el colectivo nigeriano creyó hasta por dos veces que la victoria le era posible. También fue cosa de Akognon y de Ibekwe, de Aminu y Uzoh, de Diogu y Gbinije. Todos fueron a una y, por mucha diferencia entre equipos que hubiese sobre el papel, jugaron como gigantes.
España lo percibió, y sus dudas la atenazaron. Hasta Pau Gasol (16 puntos apenas sin despeinarse, como acostumbra) pareció sucumbir a la parálisis que sufrieron los hombres de Scariolo tras ver cómo Nigeria remontaba su buen parcial favorable por partida doble. Estuvo a punto de haber una tercera y definitiva ocasión, pero la vigente campeona de Europa y subcampeona olímpica esquivó, a su vez, el peligro de la tercera derrota consecutiva (inédita en su historial desde el Eurobasket de 1977). Y, de paso, también la eliminación en la carrera por la gloria olímpica.
Lo hizo a partir de la conexión entre Ricky Rubio y Rudy Fernández, apagada desde los tiempos en los que ambos hacían virguerías juntos en Badalona. También de los minutos reivindicativos de Willy Hernangómez en la pintura, que pidió a gritos más protagonismo en el equipo nacional. Y, cómo no, de la sapiencia y sangre fría de Juan Carlos Navarro, experto por antonomasia en acudir al rescate el día D a la hora H desde 1980.
A partir de esos argumentos, y de un sprint final de Gasol digno de su liderazgo inquebrantable, España salvó los muebles en otro partido más obviable que memorable. La preocupación sigue en boca de todos, por mucha reacción corajuda que se tercie. Si se produce un triple empate con Croacia y Brasil en el grupo, Scariolo y sus pupilos concluirán cuartos por mucho que sumen dos victorias más (Lituania y Argentina) a su casillero.
Aunque un castigo tal como el de enfrentarse a Estados Unidos en unos hipotéticos cuartos de final puede ser un buen acicate para desear, y consumar, el tercer puesto en la primera fase. Porque si algo nos han demostrado estos chicos de la pelota naranja es que cuando más mal dadas vienen, más hay que confiar en ellos. Inclusive tras juguetear con el más macabro de los homenajes al pasado de nuestra canasta.