Cuando Lidia Valentín levantó 141 kilos en su sexto y último esfuerzo, toda la halterofilia española (empezando por ella misma en la tarima) rompió a llorar. “Todos: el presidente, yo, el fisio... Todos. Es que es historia… Es nuestra primera medalla olímpica”. Matías Fernández, el hombre que la entrena desde que tenía 14 años, luchaba por contener las emociones mientras hablaba con EL ESPAÑOL. El presidente de la Federación, Emilio Estarlik (exfumador) se relamía pensando en el puro habano –más alguna caipirinha– que se iba a regalar por la noche durante la celebración de un éxito grandioso para el deporte español y, específicamente, para una modalidad relegada en el cajón de las llamadas ‘minoritarias’.
La leonesa de 31 años alegró la noche de verano a media España, pero estuvo cerca de no competir en Río. “No está en su mejor momento”, comentaba Fernández minutos después de asegurar la medalla su pupila. “Hemos tenido muchos problemas con la lesión, no llegábamos a hacer entrenamientos completos nunca. Íbamos muy poco a poco. Llevamos desde diciembre trabajando a ver si se recuperaba del problema en el hombro y el brazo” (una lesión cervical que le ha acortado un poco determinados nervios). “Había que ir muy despacio, con mucha precaución. Muchos días pensábamos que no llegábamos a esta competición”.
La doble campeona de Europa admitió que si hubiera estado en el momento que le dio sus mejores marcas “hubiera sido segunda”, pero insistía en que su medalla le “sabe a oro”. “Hace un tiempo no sabía si iba a estar aquí compitiendo y hoy soy medallista”, dijo la berciana, de 31 años.
Sólo hubo un fallo en toda la tarde: el segundo intento en arrancada. “Claro que te preocupas”, admitió Fernández. “Suele ser un problema técnico… Pero a veces fallas por cualquier circunstancia: no prestar atención, o creer que ya lo tienes hecho, un despiste, no haber estirado bien”. Había que ir sacando kilos a las rivales para obligarles a forzarse, pero ya desde entonces se vio que la norcoreana Rim era prácticamente inalcanzable. “Ahora mismo está en otro planeta”, reconoció el técnico español, que huyó (como también su flamante medallista) de cualquier alusión al dopaje que ha presidido las conversaciones previas a la competición en un deporte particularmente afectado por las trampas.
La estrategia a partir de ese momento fue asegurar el bronce, sabedores de que la puesta a punto de Lidia no es aún óptima. En la intentona posterior a ese fallo, la tercera y última levantada en arrancada, Valentín levantó los 116 kilos sin casi pestañear y saludó a los españoles que la vitoreaban haciendo un corazón con las manos. “Ella se ha animado. Tenía en las gradas a sus padres, ha venido mucha gente del equipo español [había atletas de lanzamiento de peso, de gimnasia], se ha sentido bastante arropada”.
En la segunda fase de la noche se le vio más segura: Fernández, por precaución, iba subiendo la carga de tres en tres kilos, sin forzar de más. Autoanimada por el tremendo grito que suelen proferir los halteristas antes de afrontar la ordalía del peso (en su caso “¡¡¡¡¡Vaaaaaamos!!!!!”), Lidia ejecutaba las órdenes del técnico y no miraba la pantalla: sabía que si cumplía el encargo tendría medalla. “Estamos bastante compenetrados, confía en lo que voy a poner, no pregunta. Decido si pongo 3 kilos, 5 ó 1. A veces con un kilo coges medalla”, explicaba su entrenador.
“Hacer justicia”
Asediada por reporteros en la sala de prensa del pabellón Riocentro 2, Lidia estaba “en una nube, como todos”. ¿Qué había pensado en el podio? “En lo que me ha costado llegar aquí, en cómo adelantamos el proceso… En que al final todo sacrificio tiene su recompensa y que al final se hace justicia; si luchas consigues lo que quieres”.
No era el día de volver a hablar de las tres tramposas que le impidieron escuchar el himno español en Londres (el COI decidirá próximamente qué hace con su medalla de oro en diferido). Era el día de celebrar. Pero Valentín habló del futuro: “Mi intención, dijo, es recuperarme al cien por cien, volver a mis mejores marcas e ir a Tokio ¡a arrasar!” (Valentín venció a la coreana Rim en el Mundial de Almaty 2014, alcanzando 124 kilos en arrancada). Su técnico, aunque más cauto, le apoyó: “Por edad, nos queda otro ciclo olímpico. Aunque también habrá que ver cómo aprieta la nueva generación... El cuerpo no es igual con 20 años que con 35. Es más difícil recuperarse... Pero si quiere y tiene voluntad, lo logrará”.
La halterofilia española estaba (y está) en éxtasis. El presidente Estarlik hablaba de “espaldarazo” y repetía: “Espero que no sea sólo este momento... Que no sea flor de un día, que haya seguimiento y reconocimiento al mérito de este deporte”. El “estandarte vivo” del levantamiento de peso, como describió a Lidia Valentín, “es la demostración de que la mujer puede ser fuerte y tener músculos, y ser guapa y femenina”. Sudorosa y sin duchar, pero todavía maquillada, Valentín llevaba todavía la pegatina de Hello Kitty que adorna su cinturón de competición, sus muñequeras y la diadema rosa. Las emociones se le superponían: “Se lo dedico a mi familia, que me ha enviado mucha fuerza, a Camponaraya [su pueblo, en el Bierzo leonés], que ha montado hasta una pantalla gigante, a mis amigos… He sentido toda su fuerza, toda su motivación".