'Elefantes blancos' y medallas oxidadas: el falso legado de Río 2016
La devolución de trofeos dañados y un informe demoledor sobre la inutilidad de los fastuosos estadios profundiza la crisis del movimiento olímpico.
26 mayo, 2017 02:14Noticias relacionadas
Mientras la gobernabilidad de Brasil pasa por su momento más delicado en muchos años (lo cual es ya mucho decir), el famoso "legado olímpico" que justificó el esfuerzo de un país en recesión para sacar adelante los Juegos de 2016 sigue dando de qué hablar. Si bien las infraestructuras de transporte público han experimentado una clara mejoría en la zona oeste de la ciudad, las prometidas remodelaciones de las instalaciones construidas no servirán al propósito público inicialmente estipulado: un fiscal federal que investiga los Juegos afirmó esta semana, sencillamente, que la mayoría de las sedes deportivas "son trastos" que se construyeron "sin planificación alguna".
El feroz informe, publicado por la agencia Associated Press, refrenda los testimonios vertidos por numerosas agencias y portavoces en los últimos meses: muchas de las sedes están vacías y abandonadas, cerradas, no tienen inquilinos ni ingresos. Se suman así al reguero de estadios espléndidos construidos para la Copa del Mundo de Fútbol de 2014 y que, en ocasiones, ni siquiera se utilizan una vez al año: los célebres 'elefantes blancos' que pueblan los titulares de los periódicos brasileños.
Las sedes de Río 2016 no parecen, pues, seguir el ejemplo de las instalaciones de Londres 2012, diseñadas desde el principio para evitar convertirse en 'elefantes blancos' y dejó el modelo a seguir en cuanto al legado de los Juegos Olímpicos para una ciudad. Mantenidos por las semivacías arcas públicas brasileñas, no hay nadie por el momento que les encuentre un uso ni asuma los costos de su mantenimiento. "No hubo planificación", resumió el fiscal federal Leandro Mitidieri durante la vista sobre los Juegos. "No hubo planificación cuando presentaron la candidatura a acoger los Juegos. No hubo planificación. Hoy son trastos... Estamos intentado ver cómo transformar esto en algo utilizable".
El Parque Olímpico de Barra da Tijuca, en los suburbios de la ciudad y el lugar donde se concentraban más sedes, es una amplia extensión de estadios vacíos donde todavía quedan restos de las competiciones. El segundo centro en importancia, Deodoro, en el norte de la ciudad, está cerrado a pesar de los planes para reabrirlo como parque público con piscinas para los habitantes de la desfavorecida zona.
Nueve meses después del final de los Juegos de Río, el Comité Olímpico debe a sus acreedores unos 30 millones de euros. Ni siquiera se conoce aún el presupuesto total del evento, cuya publicación ha sido retrasada varias veces (la prensa brasileña sospecha de otro caso de sobrecostes, como la Copa del Mundo de 2014 o los Juegos Pamanericanos de 2007, cuyas cuentas no han sido todavía aclaradas).
Por si fuera poco, un detalle simbólico acentúa las sensaciones depresivas en un momento de crisis generalizada del movimiento olímpico internacional (continuas acusaciones de corrupción, dopaje masivo, resistencia popular a albergar el evento en ciudades occidentales y ausencia de candidatas que compitan por la celebración de un espectáculo que hace dos décadas concitaba el interés y el apoyo del mundo entero): casi 150 medallas, la mayoría de bronce, están ya oxidadas y han sido devueltas para ser reparadas.
El portavoz del Comité Organizador, Mario Andrada, achacó los desperfectos en las medallas a problemas de "manejo" y aseguró que serían reparadas en la Casa de la Moneda brasileña.
Los problemas del legado olímpico carioca, con todo, son mucho más acuciantes que el de las medallas oxidadas. El exalcalde de Río Eduardo Paes, el principal impulsor de la cita junto al Comité Olímpico Internacional, está siendo investigado por presuntos sobornos de cinco millones de dólares para facilitar la construcción de proyectos ligados a los Juegos (Él niega su implicación en el caso).
Río de Janeiro gastó unos 12.000 millones de dólares en la organización de los Juegos, que en el último año de preparación se vieron afectados por un recorte de gastos, el miedo al Zika, menor asistencia de la esperada y diversos casos de sobornos y corrupción vinculados a la construcción de algunas instalaciones que son ahora objeto de investigación judicial. A pesar del éxito deportivo del evento y la ausencia de desastres organizativos, el proceso ha pasado de significar la euforia y el triunfo de un 'gigante' emergente a simbolizar la burbuja pinchada de un país sumido en una profunda crisis socioeconómica y política, con el presidente Temer al borde del descalabro por las grabaciones filtradas que salieron a la luz pública la semana pasada.