Andrea Benítez, educada en el skate callejero y camino de los Juegos Olímpicos
El skate, el béisbol, el surf, la escalada y el kárate fueron elegidos por el COI como nuevos deportes para 2020. La patinadora de Algeciras, primera en el ránking español y segunda en el último campeonato del mundo, es una de las esperanzas de España.
25 septiembre, 2017 00:30Noticias relacionadas
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Hay pocas probabilidades –realmente, muy pocas– de que alguien se dedique de forma cuasi profesional a patinar en España. Nadie se ha parado a calcularlas ni se atreve a intentarlo. Lo normal, ¡vaya! Para qué perder tiempo en un imposible. Sin embargo, Andrea Claudia Benítez Rivera (Algeciras, Cádiz, 1994) –“con un nombre muy largo”, ríe– lo ha conseguido. Sin pretenderlo ni anticiparlo. Empezó por casualidad y, de pronto, desde hace año y medio aproximadamente, ha visto cómo sus posibilidades se incrementaban. La inclusión del skate como nuevo deporte olímpico para Tokio 2020 le “ha cambiado la vida”. Le ha dado la oportunidad de seguir haciendo lo que le gusta y, al mismo tiempo, estudiar. Con beca Podium (ayuda destinada a deportistas de élite impulsada por el COE y Telefónica) y un futuro del todo prometedor por delante: es primera en el ránking español y quedó segunda en el último campeonato del mundo celebrado en Holanda.
A sus 23 años, Andrea ha visto cómo su deporte ha evolucionado relativamente. Ella sabe lo que es “dormir en el suelo del skatepark y competir al día siguiente”. Aunque, reconoce, les ha pasado a todos. “Nos hemos financiado los viajes para patinar, hemos pedido a los organizadores dormir allí. Ahora es distinto. Yo, personalmente, puedo viajar, conocer mundo...”, explica, en conversación con EL ESPAÑOL. Y, como ella, muchos otros nuevos olímpicos en béisbol, surf, kárate y escalada (los otros cuatro deportes que también debutarán en Tokio 2020) que han recibido la buena nueva con agrado.
Lo suyo, reconoce, es “más o menos” un milagro. Empezó “jugando, yendo para arriba y para abajo”, tirándose por las cuestas… Hasta que un día, un chico que estaba haciendo trucos le regaló su monopatín. Y, desde entonces, no ha parado. “Lo bueno que tiene el skate es que nace en la calle”, reconoce. Y, claro, a ella le iba la marcha. Era un poco “bicho”, como le decía su madre, y siempre andaba por ahí. No le iban las “barbies”, pero sí pasarse el día en el skatepark. Poco le importaba llegar con las “rodillas y los codos hechos polvo”. Sus padres “se acostumbraron” y ella llegó a desarrollar un sentido “del dolor que… te llega a gustar”.
Empezó con 11 años, de forma intermitente, patinando en la calle, y encontró su casa en el skatepark a los 15. A partir de ahí, aunque no eran muchos, “los mismos de siempre”, no paró. Pudo hacerlo. Al fin y al cabo, eso hubiera sido lo fácil. “Se puso todo en contra”, pero ella siguió. “Realmente, donde vivía no era el mejor lugar del mundo para patinar. En el sur, en general, nunca se ha apoyado demasiado este deporte o ha estado mucho de moda. Ni siquiera hay una tienda con material adecuado”, desvela. A lo que hay que añadir que sus posibilidades eran menores por ser mujer.
Ella, sin embargo, no claudicó. Todo lo contrario. Siguió entrenando y mantuvo la ilusión. Hasta que, de repente, hace año y medio, su vida cambió. Tokio 2020 anunció que el skate sería olímpico y ella fue seleccionada para recibir una beca Podium, con un objetivo claro a corto plazo: clasificarse para los próximos Juegos en la categoría femenina. El candidato entre los chicos es el mostoleño Danny León, también becado.
ESTUDIANTE Y DEPORTISTA A TIEMPO PARCIAL
Andrea, sin embargo, no se fía. Sabe que, quizás, la coyuntura olímpica le dé la oportunidad de vivir durante algunos años del skate, pero no cree que pueda dedicarse a ello para siempre. Y, por si acaso, estudia Ingeniería Eléctrica al mismo tiempo que prepara las competiciones. “El estereotipo ese de que no estudiamos o que somos unos malotes es falso”, apuntilla. Y el ejemplo claro es ella: universitaria, devota de la música (toca la guitarra y el piano), con un don para los idiomas (aprendió polaco durante su Erasmus) y skater. En definitiva, un partidazo, que diría cualquier abuela.
Una pionera que sale de la nada en un contexto complicado, porque a pesar de que su deporte evoluciona con el viento a favor, todavía tiene muchos aspectos que mejorar. España, reconocen desde la Federación, “sigue en la edad de piedra: está muy retrasada y tiene peores instalaciones que el resto de países europeos”. Y, el mejor lugar para patinar, Barcelona, no lo es por sus instalaciones, sino porque su arquitectura como ciudad la hace "muy patinable".
Esa ventaja, en gran parte, es lo que le ha hecho a Andrea cambiar de aires. Este año estudia y entrena en Barcelona con la mirada puesta en Tokio 2020. Contenta porque su deporte ha ido a mejor y, también, porque ahora es más fácil patinar (“Hay más escuelas que cuando yo empecé”), pero también con cierta incertidumbre. Cuando el ciclo olímpico acaba de empezar, todavía no saben “ni cómo se van a clasificar” ni “cuántos representantes irán por España”. El COI (Comité Olímpico Internacional) todavía debe comunicárselo a las federaciones y a los deportistas.
Hasta entonces, ella seguirá entrenando, a lo suyo, poco a poco, sin prisas, agotando los botes de mercromina para curar las heridas. La ilusión no hay quién se la quite. Quiere ir a los Juegos; sueña con estar en Tokio. Sabe que tiene una oportunidad “increíble” por delante y no va a “desaprovecharla”. De hecho, incluso, se atreve a verse con una medalla en el cuello y pidiendo que “apoyen más a las mujeres en el mundo del patín y de cualquier deporte, que haya igualdad”. Dicho queda. Ahora sólo queda apuntar su nombre. Dará que hablar, seguro.