Hace tiempo que el aficionado acude resignado a un nuevo escenario del deporte en el que los valores cada vez se difuminan más y en el que todo gira casi de manera exclusiva en torno al dinero. Lo que empezó con la inversión de millonarios ha desembocado ya en grandes empresas e incluso en países haciéndose con el control del calendario en muchas disciplinas, especialmente las más importantes.
Uno tras otro, los diferentes deportes han ido cayendo en las redes de los petrodólares. No era para menos, mirando únicamente la parte financiera, porque los cheques en blanco que ciertos estados árabes ponen encima de la mesa son mareantes, pero es cierto que en un segundo e incluso tercer plano han quedado otros muchos aspectos como los valores y la moralidad.
Las grandes organizaciones han visto la gallina de los huevos de oro en el interés que tienen algunos países en hacer un gran lavado de imagen a costa del deporte. Naciones en las que los Derechos Humanos apenas tienen cabida se han convertido en los últimos tiempos en el epicentro de los mejores eventos deportivos del mundo, concentrando por otra parte las críticas del público sin que apenas sean escuchadas.
El último gran ejemplo de ello fue el Mundial de Qatar 2022. Aquella designación estuvo envuelta en una gran polémica tanto antes como durante la competición, e incluso algunos equipos llevaron a cabo ciertas reivindicaciones sociales.
Sin embargo, todavía hay un último reducto en el deporte que resiste a los petrodólares y a la gran influencia de este tipo de estados con una capacidad económica ingente. Se trata de los Juegos Olímpicos, precisamente la cita con más tradición y mística, y que más alarde hace de valores, que parece ser el único gran evento capaz de no sucumbir a los constantes cantos de sirena.
El último reducto
Los Juegos Olímpicos siguen manteniendo esa esencia que les hace ser el momento más especial del calendario deportivo cada cuatro años. Con sus cambios en el programa, sus diferentes disciplinas olímpicas que entran y salen con más o menos polémica, todavía el COI no ha sucumbido ante el poder de los petrodólares y eso es mucho decir para una cita de este calibre.
No han caído en la 'trampa' hasta ahora, y parece que por el momento se van a seguir manteniendo vírgenes en este sentido a tenor de las designaciones que ya hay decididas de cara al futuro más próximo.
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Después de los Juegos de Tokyo 2020, el año que viene en 2024 será la ciudad de París la que albergará este gigantesco evento en la vuelta de unos Juegos a territorio europeo desde Londres 2012.
La edición de 2028 ya está adjudicada y tendrá a Los Ángeles como su hogar, muy lejos de los lugares de origen de los petrodólares que ahora parecen llevarse todo a base de talonario, mientras que algo similar pasa con los Juegos Olímpicos de 2032. Australia volverá a ser sede del mayor evento deportivo más de tres décadas después, concretamente la ciudad de Brisbane.
Ahora ya está en marcha la carrera por los Juegos Olímpicos de 2036 y por supuesto un buen número de grandes ciudades anhelan con albergar una cita de este calibre que además genera un impacto económico descomunal. La India, con la ciudad de Bombay como estandarte, es la primera que ha presentado abiertamente su candidatura.
No será la única ya que desde el COI afirman que al menos 11 países quieren entrar en la carrera por ser la sede de los JJOO de 2036. Eso sí, por el momento no se ha filtrado ninguna información al respecto de que entre los aspirantes se encuentren los habituales países asiáticos que a base de sus petrodólares han ganado tantos otros 'concursos'.
El mundo del deporte, a sus pies
La presencia de países como Arabia Saudí o Qatar se ha multiplicado en los últimos años hasta el punto de convertirse en lugares de referencia para el mundo del deporte. Sus inversiones multimillonarias en equipos de fútbol o la intención de lavar su imagen acogiendo grandes eventos son los ejemplos más claros de ello.
El ecosistema del fútbol se rompió por completo con la irrupción de los jeques y sus fortunas. Equipos como el Manchester City, el París Saint-Germain o ahora también el Newcastle son el reflejo de cómo el mercado de fichajes se ha ido inflando de manera artificial pagando un dinero que el resto de clubes no podían alcanzar ni en sus mejores sueños.
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La liga de Arabia Saudí se ha llevado a jugadores de primer nivel a base de dinero del estado. Ciertos clubes, controlados por la realeza de este país, se han hecho con futbolistas de la talla de Cristiano Ronaldo, Benzema o Neymar, por decir tan sólo algunos de los más reconocidos, en los últimos meses. Lo han hecho poniendo en jaque al fútbol europeo y pagando unas cifras desorbitadas que están fuera de cualquier mercado.
No sólo eso. El Mundial de Qatar fue el reflejo de un deporte que acude cada vez más a estos países pese a que los Derechos Humanos en muchos de ellos estén en tela de juicio. La Fórmula 1 se ha vendido a estados como Baréin, Arabia Saudí o Qatar al llevar allí su gran circo en distintas carreras a lo largo del calendario, lo mismo que MotoGP, aunque en menor medida, con Qatar.
El dinero todo lo puede comprar y aunque se han dado circunstancias extremas en algunos de esos circuitos que han puesto en peligro la salud de los pilotos, las organizaciones siguen sacando un gran beneficio económico por distribuir de esta manera su calendario. En el deporte ya todo vale y apenas hay hueco para pensar en algo que no sea el dinero.