Colosal, inédita e histórica. París abrió sus Juegos Olímpicos con un desfile por el río Sena con los deportistas a bordo de varias de barcos. Lo nunca visto porque hasta ahora todas las ceremonias inaugurales tuvieron lugar dentro de los estadios. 300.000 personas lo vieron desde tribunas instaladas en los muelles y en todo balcón con vistas. Se calcula que unos 1.000 millones de personas lo seguimos por la televisión a lo largo de todo el orbe.
Pero ni las cifras colosales ni la première de sacar el desfile a la calle, fueron lo que convirtieron lo visto en la noche del viernes en París en un acontecimiento histórico. Sino la voluntad (política) de mostrar la esencia de la capital francesa a través de sus monumentos más conocidos -Notre Dame, el Louvre, la plaza de la Concordia, la Torre Eiffel- y a través de 12 escenas en lugares monumentales. Y a través de todo ello, de proyectar al mundo una cierta idea de Francia -idílica, armónica y sonriente- en una demostración de soft power, de potencia cultural. Con un añadido de feminismo e integración -racial y sexual- que subyacía en muchos momentos de color … rosa.
El éxito de la ceremonia, la exposición al mundo de la grandeza de Francia, su cultura y su historia quedaron, sin embargo, opacadas por la falta de atención a los principales protagonistas y dueños por derecho del espíritu olímpico. La magnífica idea del desfile por el Sena restó presencia a los deportistas. Naciones desfilando juntas -algo también inédito en los Juegos-, abanderados sin un plano corto, delegaciones embutidas en chalupas mínimas. París 2024 rindió homenaje a Francia y, por momentos, se olvidó de los deportistas hasta tal punto que no destinó un espacio preferencial para ellos en el Trocadero mientras se izaba la bandera de los cinco aros.
Ni la lluvia, ni las amenazas de todo tipo -este mismo viernes 800.000 personas se quedaron sin poder viajar en tren por una cadena de sabotajes coordinados q lq red de Alta Velocidad-, ni la política pudieron con la voluntad de París de sorprender al mundo. Francia acaba de pasar una crisis política sin precedentes y, de hecho tiene un gobierno en funciones, que tras su dimisión, asegura la gestión de los asuntos corrientes, como la seguridad de la cita olímpica.
Zidane llevaba la antorcha hasta que el metro se paraba y unos niños tomaron el relevo hasta que el fuego olímpico fue recogido en una barquito. Sonaba el acordeón y el humo dibujó una bandera tricolor sobre el puente de Austerlitz con la delegación griega como manda la tradición abriendo la marcha, náutica este viernes.
Eran las 19.30 horas y el presidente de la República, Emmanuel Macron, y el presidente del Comité Olímpico, Thomas Bach, ya estaban en su palco de honor en Trocadero. Antes en el palacio del Elíseo, Macron había recibido a 85 jefes de Estado y de gobierno. Entre ellos el Rey de España, Felipe VI, el presidente israelí, Isaac Herzog, el canciller alemán, Olaf Scholz, o el presidente argentino, Javier Milei.
Minutos después, Lady Gaga, daba la bienvenida desciendo unas escaleras hasta el Sena, con tacón y medias negras. En París, nunca puede faltar un número coral con una señora estupenda, asomando su belleza… entre plumas. En el mismo registro, un número de cancan desde uno de los quais, alternaba con un encapuchado que hacía parcour, por los tejados de París con dos incursiones que rendían homenaje a los artesanos que fabrican los estuches, con el logo muy reconocible de Louis Vuitton, patrocinador, y la Moneda de París, donde se han acuñado las medallas que recompensarán a los tres mejores de cada especialidad.
El cuadro de bailarines sobre los andamios de Notre Dame, Sincronicity terminó con un Quasimodo subido en el remate recién puesto de la nueva aguja de la catedral de París, que abrirá de nuevo sus puertas a fieles y turistas en diciembre próximo.
En la Comedie se representaba la Revolución Francesa -la libertad guiando al pueblo- que incendiaba la Conciergerie, donde estuvo presa María Antonieta y de donde salió en carreta para ser decapitada en la plaza de la Concordia, a ritmo de rock atronador. Libertad.
Paso a la nave del emblema de París, donde una cantante interpretaba l’amour est un enfant de bohème de la habanera que inmortalizó La Callas. Y Aya Nakamura -célebre star de la Francia hija de la inmigración, cuya participación fue contestada por la extrema derecha- cantó Pookie, su hit mundial y encadenó con For me, formidable y La Bohème de Charles Aznavour, rodeada de seis bailarinas y de la banda de la guardia republicana, esto es, la escolta de la Presidencia de la República. Igualdad.
Desfila, jovial, la barcaza de España, plena de deportistas que ondeaban banderitas rojigualdas mientras la retransmisión de la televisión francesas mencionaba el reciente triunfo de la selección española de fútbol en la Eurocopa y de Nadal, emperador de Roland Garros que tendrá como temprano rival a un tal Djokovic y como pareja -en dobles- a su sucesor, Carlos Alcaraz.
Mientras el portador de la llama nos había paseado por el Louvre, donde habían robado la Gioconda y el museo de Orsay que recuperaba por un instante su función de estación de ferrocarril en homenaje a los hermanos Lumiére y -a renglón seguido- al viaje de la Tierrra a la Luna, de Julio Verne, y a los minions.
La fraternidad dejó pasó a la sororidad -hubo un subtexto a favor de la inclusión en todo la ceremonia- Macron y su esposa Brigitte, firmes escuchan La marsellesa cantada por Axelle Saint-Cirel- joven diplomada de la opera, natural de Guadalupe, desde el tejado del Grand Palais -restaurado para los Juegos.
Estos Juegos se venden como paritarios cuando París 1924 fue un evento totalmente masculino. Eran otros tiempos y, en fin, el inventor de los Juegos de la era moderna, Pierre de Coubertin, era un machista que no concebía a la mujer como practicante del deporte.
Vimos también a Jakub Jozef Orlinski, breaker y cantante lírico, vestido de blanco, interpretando ‘iens, Hymen de Jean-Philippe Rameau. El breakdance es, creánme, disciplina olímpica desde esta edición.
Reino Unido, Nepal, y todos los estados confetti del Pacífico y del Caribe desfilaron en sus embarcaciones, solos para los potencias del olimpismo y por grupos de naciones, para los pequeños. Unos saludaban y otros bailaban pero todos parecían contentos. Suecia, con impermeable amarillos, Túnez, Turquía… Era de noche cuando la barcaza de Estados Unidos llegó a Trocadero, fueron los penúltimos porque Los Ángeles tomará el relevo a París en cuatro veranos.
Y, finalmente, la delegación del país organizador, cubiertos con ponchos transparentes, mientras las luces de colores iluminaban la noche parisina. Los cinco aros olímpicos lucían sobre la Torre Eiffel. Noche cerrada, un piano en llamas en un barco mientras se interpretaba con mucho sentimiento Imagine de John Lennon, una canción antimilitarista que servía de fondo musical a un mensaje pacifista.
Un caballero, vestido por Christian Dior, galopaba sobre las aguas del Sena, mientras se recordaba que un 26 de julio, en la Sorbona, se relanzaron los Juegos Olímpicos. La cabalgada se me hizo larguísima porque no en vano habían pasado casi tres horas desde el comienzo de la ceremonia mientras los abanderados desfilaban con la torre Eiffel de fondo. Un popurrí de hitos olímpicos -con el arquero de Barcelona 92, entre ellas- amenizaba la espera del televidente. Y todavía quedaba una hora.
El caballero, a lomos de un caballo blanco de carne y hueso, cruzaba el puente de Iéna que une la esplanada sobre la que se levanta el mecano concebido por Eiffel, y luego, a pie portaba la bandera blanca con los cinco aros, rodeada de los deportistas. La solemnidad honraba a Filipo Grandî, creador del equipo olímpico de los Refugiados.
El presidente del COJO, comité organizador de los Juegos Olímpicios, Tony Estanguet, y el presidente del CIO, Thomas Bach. hicieron sus discurso protegidos por sendos paraguas blancos. Ambos mencionaron a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, naúfraga de la política francesa desde el batacazo de las presidenciales. Todos los tópicos desde el clásico París, ciudad del amor, hasta el último -primeros juegos con tantos participantes masculinos como femeninos- salieron de sus bocas, en los dos lenguas oficiales del olimpismo, francés e inglés.
Y, por fin, entre pitos y aplausos, el presidente de la República, Macron, declaró abiertos los Juegos de la 33ª olimpiada. Faltaba el juramento olímpico y por fin, apareció, Zinedine Zidane, para recoger la antorcha olímpico. El campeón del mundo del 98 entregó la llama a nuestro Rafael Nadal, 14 veces ganador de Roland Garros, mientras la torre Eiffel se iluminaba… con un suspense prolongado, eterno,
¿El último relevo? No, aún. Porque Rafael Nadal, antorcha en mano, navegaba por el Sena, acompañado por Carl Lewis, Serena Williams, Nadia Comenaci. ¿Rumbo a? Al muelle donde cogió el relevo la tenista Amélie Mauresmo.. que corrió bajo la lluvia hasta que en el patio del Louve la elevó el baloncestista Tony Parker. Ellos dos y tres ases de los Juegos paralímpicos y, en fin, un sexto hombre, un balonanista tampoco fueron el último ultimo relevo. Honor que correspondió al judoca Teddy Riner y a Marie José Pérec que encendieron el pebetero… globo aerostático. El numero final lo puso Céline Dion, que reapareció tras su retirada hace dos años por una rara enfermedad, cantando desde el primer piso de la orrre Eiffel, una canción de Edith Piaf. Cuatro horas de espectáculo. Colosal aunque los deportistas fueran casi actores de reparto.