Dicen que Carlos Sainz se echa a reír cada vez que sale a colación el infortunio que le ha acompañado a lo largo de su trayectoria. “Ya les gustaría a algunos tener mi mala suerte”, acostumbra a ser su respuesta cuando le preguntan por el tema. Que no son pocas veces. Porque, por desgracia, el imaginario colectivo retiene más el gafe del madrileño (coches parados a 500 metros de la meta, troncos, ovejas, barrancos de cuatro metros, gritos de “¡Trata de arrancarlo!”...) que sus triunfos. A los que, desde este sábado, hay que unir un segundo Dakar.
Y con tintes enciclopédicos, porque Sainz se ha convertido en el piloto de mayor edad que gana la carrera más dura del mundo: 55 años. En una edición especialmente exigente y con rivales de tanta entidad en la competición como su compañero Stéphane Peterhansel (el más laureado del Dakar con 13 títulos), Nasser Al-Attiyah (dos victorias) o Cyril Despres (cinco entorchados). El broche dorado a la historia de Peugeot en la cita del tuareg llevará, ya para siempre, nombre y apellidos españoles.
Lo suyo ha costado igualar en las dunas lo conseguido en el Mundial de Rallys, que también le otorgó dos títulos a Sainz (1990 y 1992). El destino quiso que el Dakar 2018 terminase en Córdoba, la ciudad argentina en la que se consumó el segundo triunfo mundialista de 'El Matador'. La victoria, ya más que atada, era la única opción posible. Sobre todo cuando, por una vez, los problemas fueron quebradero de cabeza ajeno. Que no propio.
Perder casi dos horas de tiempo por un accidente o chocarse contra un árbol (con un esguince en el dedo como efecto secundario) parecen catastróficas desdichas típicas de la biografía de Sainz. Y no digamos, como peor suceso posible, abandonar la carrera. Pero, esta vez, los sufridores han sido otros. Por ejemplo, los compañeros de equipo del español: Peterhansel, Despres y Sebastien Loeb (nueve títulos en el Mundial de Rallys, que se dice pronto). O, por hablar de otros de nuestros representantes, Nani Roma y Joan Barreda (en motos).
No, Sainz sobrevivió a las dunas de Perú en la quinta etapa, a la sanción leve después borrada del mapa en la séptima y a una caja de cambios inquietante en la duodécima. Le tocaba volver a acabar el Dakar tras tres años consecutivos (todos los que llevaba con Peugeot hasta ahora) adelantando el regreso a casa. Ocho años de sequía tras el título de 2010 eran demasiados. A Carlos le hacía falta reinar de nuevo en el desierto para olvidar los muchos odios, bastantes más que amores, que le ha suscitado el rally por antonomasia.
Esas fobias que también contribuyeron, con sus daños y perjuicios, a ensombrecer una realidad incuestionable: Sainz es uno de los pioneros de nuestro deporte, a la par que uno de sus grandes héroes. Ya quedan muy lejanos los tiempos en los que empezó a competir y ganar en el mundo del motor. Aun así, merece la pena recordar que, a finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, España no era la potencia deportiva que es hoy. Ni mucho menos.
Vivíamos de las picas en Flandes que Manolo Santana, Severiano Ballesteros, Ángel Nieto o Perico Delgado, entre otros, pusieron en tenis, golf, motociclismo y ciclismo respectivamente. Sainz entró a formar parte de ese grupo de triunfadores deportivos españoles primigenios gracias a su buen hacer en el Mundial de Rallys. Tanto es así que llegó a ser el piloto con más victorias de la historia del campeonato (26) en su momento.
Dio igual. En España siempre pesaron más los 45 abandonos que aparecen en sus registros. Hiciera lo que hiciera, Sainz no se quitaba de encima la etiqueta de eterno perdedor. Sus subcampeonatos dolieron tanto, y estuvieron impregnados de tanto surrealismo, que el pitorreo llegó a imponerse al reconocimiento (merecido). Aun cuando siguió apuntándose victorias ya fuera del WRC, como el Mundial de raids (2007) o su primer Dakar.
Pasase lo que pasase, no dejaba de ser el mayor desafortunado de todos los tiempos. Su nueva aventura entre las arenas más comprometidas del planeta no contribuyó a que sus hitos se impusiesen a sus tropiezos: seis ediciones sin terminar de las 11 del Dakar en las que participó. “A ver cuándo abandona” era el comentario típico entre los aficionados, bien cargado de sorna. Pero ya se sabe: quien ríe el último ríe mejor. Y, desde luego, Carlos Sainz puede echarse unas buenas carcajadas ahora mismo. ¿Quién dijo gafe, con otro hito más que festejar cuando otros, a su edad, llevan años retirados?
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