El 1 de agosto de 1976 se produjo uno de los accidentes más famosos de la historia del Mundial de Fórmula 1. Niki Lauda iba a bordo de su Ferrari 312T2 en el circuito de Nürburgring y apenas habían transcurrido dos vueltas de la carrera del Gran Premio de Alemania, cuando entonces perdió el control de su monoplaza en la curva del kilómetro 14. Las llamas le devoraban por dentro del coche.
Lauda perdió el control por culpa del asfalto mojado y se estrelló contra el guardarraíl, volviendo de nuevo a la pista con el coche envuelto totalmente en fuego. Cuatro pilotos le salvaron de morir quemado vivo dentro de su Ferrari: Arturo Merzario, Guy Edwards, Brett Lunger y Harald Ertl. Se vivieron momentos de angustia, pero sus rivales lograron ayudarse a escapar del monoplaza.
Cuando Lauda despertó, estaba ingresado en una clínica de Ludwigshafen. Sufría quemaduras de primer y tercer grado en su rostro, la cabeza y las manos. También sus pulmones habían quedado dañados por la inhalación de gases tóxicos. Pero todas aquellas secuelas no le impieron que a poco más de un mes del accidente (42 días, en concreto) se volviera a poner frente al volante. Lo hizo en Monza y terminó cuarto y con los vendajes de su cabeza ensangrentados.
No ganó aquel Mundial, perdiendo por un solo punto ante su excompañero y gran rival James Hunt, quien entonces corría para McLaren-Ford. Su espíritu de luchador le llevó a volver a tocar la gloria un año después, en 1977, consiguiendo su segundo título mundial. En 1984 lo volvió a hacer, en una de las temporadas más emocionantes de toda la historia frente a Alain Prost.
El accidente no frenó a Lauda
En una entrevista al diario Frankfurter Allgemeine Zeitung habló de su accidente: "Seis meses después volví a conducir al mismo nivel o incluso mejor todavía. Y eso sólo es posible si uno supera un problema al cien por ciento. El hecho de recuperarme rápido formaba parte de mi estrategia. No podía estar sentado en casa pensando en ello, por qué pasó y por qué a mí", afirmó el tres veces campeón del mundo.
"Para mí el 1 de agosto es un día como otro cualquiera. No me pongo delante del espejo y digo: '¡Hurra, hurra, hurra, estoy vivo!", añadía quitando hierro al asunto.
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