Era un día gris y lluvioso en Sao Paulo. Un grito desgarrador irrumpió en el ‘paddock’ de Interlagos: “¡Bien! ¡Vamos! ¡Toma!”. Salía del alma de Fernando Alonso, un ovetense de 24 años que acababa de convertirse en el campeón del mundo más joven de la historia de la Fórmula 1. Como buen paisano de Don Pelayo, había decidido conquistar el mundo a lomos de su Renault R25. Nada ni nadie consiguió pararle. Siete circuitos (Malasia, Bahréin, San Marino, Europa, Francia, Alemania y China) acabarían sucumbiendo a su hegemonía aquella temporada de 2005. Alonso había tomado el trono de los monoplazas por asalto.
Mientras saboreaba su recién estrenado cetro mundial, Fernando revivía mentalmente los hitos de su carrera deportiva, como si de una película se tratase. Primero, aparecía el kart con el que dio sus primeros acelerones. Después, los fines de semana de carreras con su padre como mecánico improvisado y las victorias en el Campeonato de España y en el Campeonato del Mundo de karts. Tampoco faltaban el triunfal paso por la Fórmula Nissan, la corta experiencia en la Fórmula 3000 y el debut en Fórmula 1 con Minardi. Los fotogramas se sucedían vertiginosamente a partir de entonces: las pruebas con Renault y Jaguar, el ascenso a piloto oficial de la escudería francesa, el grave accidente en Brasil, la primera victoria en Fórmula 1 en Hungría, la gran remontada en Estados Unidos… Para terminar, todas las victorias y podios del año que estaba a punto de marcarle para siempre. La Alonsomanía estallaba irremediablemente.
Entre baños de masas, Príncipe de Asturias de los Deportes, canciones dedicadas por Melendi y celebraciones varias, Alonso supo abstraerse para repetir victoria en el Mundial un año después. El reto no fue nada sencillo, puesto que tuvo que disputarle la hegemonía de la Fórmula 1 al campeón más autoritario de todos los tiempos: Michael Schumacher. El Káiser, desaparecido en combate la temporada anterior, sometió al piloto español a un duro tiro y afloja durante todo el curso. Cada victoria de uno era un estímulo para el otro. Cada fallo, una oportunidad imposible de desaprovechar para el bando rival. Tanta igualdad obligó a que ambos contendientes se jugasen el título en la última carrera del año, a celebrarse de nuevo en Brasil.
Alonso partía con ventaja debido a la primera rotura de motor de Schumacher en seis años durante la prueba anterior. La suerte volvió a aliarse con él debido al pinchazo sufrido por el alemán, que aun así remontó desde la última posición hasta la cuarta. Insuficiente para evitar que Alonso volviese a liberar a sus “pajaritos”, que protagonizaron las celebraciones victoriosas del asturiano durante 2006. El bicampeonato cerraba el círculo en Renault para abrir otro tan interesante o más en McLaren. Nada hacía presagiar los quebraderos de cabeza que tendría que soportar Fernando la temporada siguiente. A partir de entonces, serían una constante.
Los compañeros de bólido no habían sido un problema para Alonso en anteriores ocasiones. Trulli, Fisichella o Button habían mostrado un perfil “alegre”, sin ningún ánimo de rencilla y con conciencia de su segundo plano. El británico Lewis Hamilton no era uno de esos pilotos. Su brillante trayectoria en Fórmula 3 y GP2 le llevó a ascender a la Fórmula 1 vertiginosamente… Y a compartir hambre de victorias con su acompañante español. La jerarquía del bicampeón del mundo, que parecía clara al inicio del año, fue desmoronándose hasta las polémicas de mitad de temporada.
La gota que colmó el vaso fue la sanción que sufrió Alonso en Hungría, donde perdió cinco puestos en la parrilla de salida porque pasó más tiempo del reglamentario en el pit-lane. Lo hizo, supuestamente, para evitar que Hamilton lograse la pole position durante la clasificación, como acabó consiguiendo. La guerra entre ambos compañeros estaba declarada abiertamente. No obstante, la lucha de egos no llevó a buen puerto a ninguno de los dos. Ni Hamilton ni Alonso ganarían el Mundial, que concluyeron segundo y tercero respectivamente, por detrás de Kimi Raikkonen. Visto el panorama, el ovetense decidió marcharse por donde había venido para no molestar. Renault volvía a ser la solución, al menos en un primer momento.
Una de cal y otra de arena
Alonso vivió dos auténticos años de transición en su segunda etapa al amparo de Flavio Briatore. Solamente consiguió subir a lo más alto del podio en dos ocasiones, durante 2008. Además, una de las victorias, lograda en Singapur, vendría acompañada de algunas sombras debido al accidente de su compañero Nelson Piquet Junior durante la carrera. Entretanto, su 'querido' Hamilton le arrebataba el honor de ser el campeón mundial más joven de la historia y otro ex compañero, Jenson Button, era el mejor piloto en 2009. El coche ya no era el de antaño, con un quinto y un noveno puesto mundialistas muy alejados de las aspiraciones del asturiano.
Fernando quería volver a saborear las mieles del triunfo. Por eso, cumplió uno de los sueños de su vida fichando por la escudería Ferrari, la de mayor tradición de toda la Fórmula 1. 2010 arrancó de forma inmejorable tras una victoria en Bahréin, pero el F10 se mostró más irregular de lo que parecía el resto del año. Alonso se sobrepuso a las adversidades para firmar una recta final de curso impecable y llegar líder a la última carrera. Sin embargo, esta vez la suerte le fue esquiva. Fue imposible adelantar al ruso Vitaly Petrov en Abu Dhabi, por lo que su séptimo puesto en la prueba proclamó campeón a Sebastian Vettel y su Red Bull.
La situación había mejorado con respecto a Renault, pero Alonso empezó a impacientarse cuando sólo pudo ser cuarto en el siguiente Mundial. Después llegarían dos subcampeonatos mundiales consecutivos. El español logró grandes victorias tirando de estrategia y de pilotaje, pero Vettel y Red Bull se mostraron intratables a la hora de la verdad. La fiabilidad del monoplaza italiano acabó totalmente denostada tras un 2014 para olvidar. Alonso fue sexto en el Mundial, sin ningún triunfo y con tan sólo dos podios en todo el año. Mercedes y Red Bull ningunearon al Ferrari del español, que firmó la tercera peor temporada de su carrera en la Fórmula 1. Sintiéndolo mucho, tocaba un nuevo cambio de aires.
Ron Dennis volvió a hacerle un hueco a Fernando en McLaren-Honda, olvidando viejos desencuentros. No obstante, la vida sigue igual para el asturiano este curso. Nadie discute que se trata de uno de los mejores pilotos de Fórmula 1 en activo, si no el mejor, pero no se puede decir lo mismo de su coche. Hundido en la clasificación (siete abandonos en las 13 carreras disputadas hasta la fecha), Alonso sólo puede sonreír recordando las gestas del pasado. Las oportunidades se agotan y puede que esas sensaciones triunfales nunca vuelvan a resurgir. Quién te ha visto y quién te ve, Fernando.