¿Se puede ser leyenda cuando sólo se tienen 18 años? Al menos en Fórmula 1, no. O al menos, hasta este domingo 15 de mayo, no. Max Verstappen, holandés, jovencísimo, imberbe, ha llegado para cambiar la historia y este domingo, en España, ha escrito la primera página de un futuro que se le antoja glorioso. A su lado, en el podio, Raikkonen y Vettel fueron testigos de una fotografía que habrá que recordar.
Es día para hipérboles, desde luego. Y lo fue gracias -o por culpa, según se mire- de la voracidad competitiva de los Mercedes. Pese a que Hamilton ostentaba la pole, Rosberg salió mejor y se hizo con el liderato. Suficiente para encender a un británico al que las cosas no le salen esta temporada. No había pasado un giro cuando se arriesgó a superar al alemán al ver un hueco mínimo. Con lo que no contaba era con el volantazo de su compañero, que le sacó de la pista y le hizo perder el control.
La siguiente imagen fue la de ambos Mercedes convertidos en una espiral de pedazos voladores de plata antes de acabar en la arena, con los dos pilotos fuera de la misma y con más evidentes signos de enfado por ambas partes.
Un nuevo escenario
Cuesta alegrarse del mal ajeno pero lo cierto es que el escenario que se planteó tras este incidente resultó un acicate para que la prueba resultara más emocionante. Sin los monoplazas que han llevado las carreras a otra dimensión, quedaba ver quiénes se quedarían con el inesperado premio que dejaban desierto. Y todas las miradas apuntaron entonces a Ricciardo y a Vettel.
Los primeros espadas de sus respectivos equipos ofrecieron un duelo desigual en el que, sin poder hacer mucho sobre la pista, tuvieron que apelar a la estrategia para dilucidar el triunfador. En esto andó mejor Vettel, que pudo optimizar mejor sus neumáticos para obtener la posición y llegar al final sin los problemas que sufrió su rival.
El temple de Verstappen
De todos modos, con lo que nadie contaba era con que Max Verstappen hiciera de la anécdota que supuso verle primero una constante en el último tercio de carrera. Su pilotaje gozó de un temple inesperado en sangre tan joven y ni la presión de Raikkonen ni el desgaste de unas gomas con las que aguantó más que nadie le hicieron bajar el ritmo hasta ver la bandera a cuadros. Luego llegarían las lágrimas (de emoción) y la tinta que versa sobre una hazaña que es, desde ya, un récord absoluto de precocidad a la hora de ganar un gran premio.
Los españoles, cara y cruz. Fernando Alonso estuvo discreto hasta que su McLaren desfalleció, cosa que pasó cuando su monoplaza se quedó sin energía. Y Carlos Sainz, muy bien, con un más que meritorio sexto lugar.