Danny León (Móstoles, Madrid, 1994) pudo elegir el fútbol. O el baloncesto. O el balonmano. O el voleibol. O cualquier otro deporte. Sin embargo, involuntariamente, optó por el skate. Sin pensarlo un mínimo, casi por impulso, decidió bajar las escaleras de su casa y buscar una tabla para pegarse unos porrazos y echarse unas risas en el parque. Doce años después, es el quinto mejor del mundo y la referencia en España. Ha crecido junto a su tabla, ahora tiene 21 años recién cumplidos, marcas que lo patrocinan y cuenta con miles de followers. Aun así, todavía vive en el anonimato que le concede su deporte, minoritario en España, pero gigante a ojos de Estados Unidos.
A su cita con EL ESPAÑOL en Boadilla acude casi recién aterrizado. Brasil, Sudáfrica, Rusia…. Danny León ha acumulado muchos viajes, jet lag y palizas en avión en este final de año, alternando primeros, segundos y terceros puestos en varios campeonatos. “Menos mal que ya estoy en Madrid, pero he llegado medio malo. Ayer tenía fiebre, pero hoy ya me encuentro mejor”, confiesa mientras busca su tabla en el maletero. “Aquí está”, respira tranquilo. Y sonríe por primera vez antes de colocarse el gorro, buscar una lata de Red Bull –“hay que espabilarse”–, echar a andar hacia el skatepark y saludar. “Es que a ése lo conozco. Bueno, en realidad, nos conocemos la mayoría, no somos tantos por aquí”, confiesa.
Al fondo, entre grafitis, Danny busca al cámara y se interesa por el enfoque y el plano. Tras aprobar la ESO y ante la obligación de hacer frente a muchos viajes, estudió fotografía. “La escuela estaba al lado de donde vivía, pero siempre llegaba tarde”, bromea. Esa es su otra gran pasión. De pequeño, cuando lucía como amateur, era el ‘reportero’ gráfico de su grupo. Pero sólo parcialmente. Su vicio siempre ha sido el skate, al que descubrió por error, un día cualquiera, cuando terminaron de construir un parque debajo de su casa. Entonces, cuenta, llamó a su amigo Juanan y los dos empezaron a patinar, sin ver su fértil porvenir, pero estrujando su presente entre caídas.
Por entonces, con nueve años, era un ‘canijo’. Soñaba con ser skater, aunque le servía para poco. “Ni ligaba más en el colegio ni nada. Era pequeñito y tenía el pelo largo. Ahora los ‘modernos’ lo llevan así, pero en aquella época….”, bromea. Pero eso le daba igual. Él lo que quería era terminar los deberes y bajar a rodar con su tabla. O, mejor dicho, con la que le prestaban. Porque hasta su primera competición no tuvo una propia. “Me la regaló el speaker y a los siete meses conseguí otra con mi primer patrocinador (una tienda de Móstoles)”.
Danny fue precoz casi desde la cuna. En su primera exhibición, en su categoría, quedó séptimo, cuando llevaba tan solo un mes practicando y las cicatrices de sus rodillas eran apenas rasguños. Entonces, obviamente, su familia no sabía que entre sus paredes se encontraba el skater con mejor porvenir de España. “No se lo dije a mi madre. Llevaba un mes patinando y la competición se celebraba enfrente de mi casa. Ella estaba recién operada y se enteró de que estaba inscrito cuando escuchó mi nombre por los altavoces. Dijo: ¡Pero si ese es mi hijo! Y desde entonces me han ayudado a seguir con esto”.
Tras aquel primer bautizo llegaron muchos otros. Danny recorrió España con sus padres, bien jovencito, con su tabla y su gorro, ese que sus profesores le quitaban en clase. Se gastaba el dinero en competiciones (entre 5 y 10 euros) y ahorraba para buscar torneos internacionales, como cuando se fue a Ámsterdam con toda su familia –incluida la abuela– a ver qué tal se le daba. Y a los cuatro años de empezar, llegó Red Bull para ayudarle a crecer. Ese fue el comienzo de algo grande, de lo que es ahora, y de todos los apoyos que ha recibido desde entonces.
Su carrera y su proyección a largo plazo, a estas alturas, no están en duda. Danny ha sido el mejor skater del año, según los premios Action 2015, y el primer español en planchar un McTwist. ¿Qué es eso? “Bueno, tienes que hacer algo así como un mortal de 180 grados y caer a la rampa otra vez. Es difícil de explicar”. Más o menos como cada una de las ‘acrobacias’ que hace cuando se presenta a una competición. El skate, como cualquier otro deporte, también tiene su jerga: Ollie, Nollie, Flatground... ¿Cómo aprenderla? “Yo nunca estudié nada, lo aprendí todo en la calle, preguntándole a mis amigos o viendo vídeos”.
Sin universidad que lo enseñe ni profesores que lo inculquen, convertirse en profesional en España es poco menos que una heroicidad. “No construyen parques, destruyen algunos de los que hay y no nos permiten patinar en la calle: está penado con multas desde 90 a 60.000 euros si te ven haciéndolo”, reconoce Danny. Ese es uno de los problemas de un deporte que cuenta con pocos profesionales y con un nulo respaldo por parte de televisiones y autoridades públicas.
Ante este panorama, Danny León es una rara avis, una especie en extinción. Pero tiene todo el tiempo del mundo, tanto para convertirse en el mejor como para predicar con su forma de vida. Lo tiene todo: talento e imagen, pues parece sacado de un videojuego. Sin embargo, destierra todos los tópicos de un deporte al que quizá se le tienen demasiados prejuicios. “El skate no tiene nada que ver con el rap o los grafitis. De hecho, yo escucho rock y no llevo pantalones excesivamente anchos”. Por tanto, si se animan, ya saben, sólo tienen que aprender a caer. “Yo lo hago todos los días y sigo vivo. De hecho, pienso seguir así muchos años. Eso sí, tengo 21 y ya me duele todo”, concluye entre risas.