El aventurero británico Henry Worsley ha fallecido por un fallo multiorgánico provocado por la deshidratación y el cansancio extremo cuando le faltaban apenas 30 millas para terminar de cruzar la Antártida de costa a costa, a pie y en solitario. Worsley, que tuvo que ser evacuado hasta el hospital de Punta Arenas, en la Patagonia chilena, llevaba 71 días de expedición en su intento por emular la travesía que hizo hace cien años el también expedicionario inglés Sir Ernest Shackelton.
Worsley, un oficial retirado del Ejército británico de 55 años, casado y padre de dos hijos, comenzó su descomunal aventura el 14 de noviembre, cuando con su trineo y sus esquís comenzó la travesía. Por delante, 1,100 millas (1770 kilómetros) de nieve, hielo, vientos de más de 80 kilómetros hora y temperaturas que han llegado a alcanzar los 44 grados bajo cero. Y la única compañía de su trineo, sus esquís y un teléfono satélite. Días eternos de ir avanzando paso a paso apoyado por su familia y los constantes mensajes de apoyo y ánimo que le llegaban, también en forma de donaciones para su proyecto solidario, a través de internet.
“Henry, soy el Príncipe Guillermo. Sólo quería decirte que te deseo lo mejor y que espero que la travesía sea un éxito. Mientras estás tirando de tu trineo por esas llanuras y colinas heladas, quiero que sepas que estos días pensamos mucho en ti”, le decía el Príncipe Guillermo de Inglaterra estas Navidades, que recibió al expedicionario antes de partir y que es patrono de la Fundación de Worsley, que recauda fondos para militares heridos en combate.
Tras semanas de durísima travesía, el día 68 de la expedición empezó el verdadero calvario de Henry. Agotado, sin fuerzas, con fiebre y sin apenas moverse, sólo pudo completar unas millas, muchas menos de lo esperado. “Dormir es lo único que puede arreglar esto, Voy a descansar”, decía en su diario onlline. Su imagen, extenuado y con tremendas ojeras, lo decía todo.
Tras volver a intentar ponerse en pie y seguir avanzando para completar las apenas 30 millas que le separaban del punto final del recorrido, y tras pasar dos días en su diminuta tienda, bamboleada por las durísimas condiciones meteorológicas de la Antártida, el día 70 de la expedición cogió el teléfono satélite y usó las mismas palabras con las que Shackelton, hace un siglo, puso fin a su expedición. “I shot the bolt” (he hecho todo lo que he podido”). Ponía en marcha así un rescate que tampoco fue sencillo, y que tardó casi un día en llegar. Mientras tanto, sacó tiempo para mandar un mensaje de audio a su web dando las gracias a todos por el apoyo.
“He pasado 70 días dando todo lo que tengo para tratar de completar este reto. Me he quedado a solo 30 millas, pero no he podido completarlo. Quiero agradecer a todos vuestro apoyo y generosidad (por las donaciones), sois increíbles”, decía antes de ser evacuado al hospital de Punta Arenas, en la Patagonia chilena, donde ingresó deshidratado y exhausto.
En el hospital, al que se desplazó su mujer Joanna, le diagnosticaron una peritonitis bacteriana y pese que los médicos hicieron todo lo posible, falleció por un fallo multiorgánico el 25 de enero por la mañana.
"Harry y yo estamos devastados por la pérdida de Henry Worsley. Era un hombre que demostró un gran coraje y determinación, y estamos muy orgullosos de haber sido sus amigos", dijo en un comunicado el Príncipe Guillermo.
"Hemos perdido a un amigo, pero seguirá siendo una fuente de inspiración para todos nosotros, especialmente para todos los que se beneficien de los fondos recaudados por su Fundación Endeavour. Nos aseguraremos de que su familia reciba el apoyo que necesitan en este momento terriblemente difícil", agregó.
Los riesgos de las expediciones en solitario
“Un simple dolor de muelas puede dar al traste con la expedición más preparada. Y una apendicitis, matarte”. Lo explica alguien que sabe mucho de expediciones en solitario a los lugares más remotos del planeta, Antonio de la Rosa. El madrileño, que cruzo Alaska en solitario y a pie –como Worsley- hace dos años, estuvo a punto de acabar esa expedición por una muela.
“Ahora que lo pienso, lo mío fue muy parecido a lo que le ha ocurrido a Harry, pero con final feliz. Estaba agotado, bajo de defensas, y empezó a dolerme muchísimo una muela. Me pasé un día y medio parado, con fiebre, y estuve a punto de llamar para que me vinieran a rescatar”, explica a EL ESPAÑOL, que tardó 42 días en cruzar Alaska, un tiempo en el que perdió ocho kilos. “Al final comí, descansé, se me pasó el dolor y no pasó de ahí la infección, pude terminar la aventura”, cuenta.
De la Rosa, que está a punto de volver a Alaska para cruzarla de nuevo en solitario, aunque esta vez en bicicleta, entiende lo que le ocurrió a Worsley. “A ninguno de nosotros, los que nos metemos en este tipo de ‘jaleos’, se nos ocurre que lo que podamos tener pueda ser mortal. Piensas que todo se pasa, que queda nada para terminar, y sigues adelante. Y esa, a veces, no es la mejor idea”, razona el madrileño mientras planifica su segundo reto del año: llegar remando, en un stand-up paddle, al Polo Norte. 2200 kilometros que recorrerá, de nuevo, en solitario.
Es relativamente fácil morir de agotamiento en una expedición “en frío”, es decir, en el continente helado. “Las calorías se consumen a velocidad de vértigo, la comida que se lleva en las expediciones en solitario es muy limitada. Por cuestiones de peso, normalmente llevamos un kilo de comida liofilizada por día, que aporta unas 3000 calorías. Y se queman más, muchas más”, dice De la Rosa. Worsley perdió en 70 días de expedición casi trece kilos. Agotado y deshidratado, para cuando llegó al hospital la infección se había extendido a todos los órganos vitales, y el fallo multiorgánico vino en cuestión de horas.